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Facebook y los fantasmas

El Zuckerberg de La Red Social

Los expertos señalan que pasamos un montonazo de horas delante de la pantalla. Las redes sociales nos absorben, ¡oh, Apocalipsis!; sólo importa seguir y ser seguido, y hay muchos que pierden su identidad real (me pregunto yo qué es eso) disueltos en sus múltiples avatares virtuales. Seguramente, todo eso sea cierto. Si es bueno, malo o regular, ya es otro tema y no importa aquí.

No estoy seguro de si eso es muestra de la decadencia de nuestras costumbres; si es que somos más o menos tontos hoy que antes; si resulta que, como consecuencia de nuestras adicciones cibernéticas, cualquier día seremos incapaces de hablar con el panadero cuando, por fin, decidamos bajar a la calle. Pero sé que hay algo en lo que las redes sociales, y en concreto Facebook, están cambiando nuestra vida emocional: olvidarse de las ex es mucho más difícil.

Facebook es una especie de campo social abierto y  continuo. En él nuestro capital social está en juego siempre, todo el rato. Es como jugar en bolsa. Con quién te relacionas y con quién no, qué hiciste ayer o dónde estás ahora, de qué humos estás, de quién te haces amigo, en qué muros escribes. Los demás pueden saber de ti y, lo que es peor, tú puedes saber de los demás. Un flujo constante de información que convierte lo privado en público y que nos tiene siempre visibles de una forma u otra.

No entremos en el discurso manido de ‘si no quieres que te vean, no te apuntes’. Eso ya lo sabemos todos. Pero ahí estamos. Así que reflexionemos un poco: ¿qué pasa con nuestra concepción del entorno y del tiempo cuando nos sometemos al impacto diario de esa especie de sociedad espejo que es Facebook?

Porque el caso es que, antes, uno se enamoraba perdidamente de alguien en el mundo real. Y conocías a la chica, y luego resultaba que entablabais una relación rara, bonita y fogosa, de esas de amor odio en la que un día, todo, y al siguiente os tirabais los platos por la cabeza. O al día siguiente se había cepillado a tu mejor amigo. O tú a su prima. Cosas de mamíferos.

En una realidad pre-redes sociales, una vez rota la relación porque tenía que pasar, faltaba más, lo más normal era que perdieras el contacto, y se acabó. A no ser que tuvierais amigos comunes o vivierais en una comunidad muy cerrada, era fácil que esa persona de pronto desapareciera de tu vida y pasara, después de un periodo más o menos largo de ruptura y rabia y llanto y «novoyavolveraenamorarmenunca», a otra cosa. La vida emocional tenía unos ciclos más o menos pautados y conocidos que te ayudaban a pasar página y, con un poco de suerte, a aprender algo.

Pero ahora, no. Los fantasmas vuelven. No sabes si dejar de ser amigo de tu ex o bloquearla, porque a lo mejor se da cuenta y, si se da cuenta, qué pensará, qué hará ella. ¿Dejará de quererme? Cierro mis opciones; estoy seguro de lo que he hecho. ¡Por Dios, QUE ALGUIEN PARE ESTO!

Y así con todo: viejos amigos (o enemigos) de la infancia, familiares lejanos a los que hace eones que no ves, ese colega pesado de la universidad al que no te sacabas de encima ni con agua caliente; antiguos compañeros de curro, del equipo de basket, del club de ajedrez. Esa chica con la que una vez tuviste un affaire y que a lo mejor tu actual novia no debería conocer…

Ante la pantalla del ordenador todo es magmático. La información se configura como un eterno flujo de conciencia. El pasado cibernético no existe, todo es presente y eso tiene contrapartidas en la manera en la que enfrentamos nuestra vida real. Porque ahí seguimos; en esos ciber-ruedos nos proyectamos y lo que pasa en nuestras pantallas, en cierta manera, cada vez pasa más fuera. ¿De qué forma? Todavía está por ver. Al menos, está claro que una cosa no va a cambiar nunca: que la mayor parte de las veces, en temas de amores, nos liamos nosotros solitos.

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