Flamenco inclusivo: Las Lolas de la diversidad

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No estaba planeado que la Gala de Andalucía de 1994 se convirtiera en un acontecimiento histórico. En ese plató y ante las cámaras de Antena 3, Lola Flores actuó por última vez junto a su marido, Antonio González el Pescaílla, y sus hijos, Antonio y Lolita. La Faraona estaba enferma, hinchada por los medicamentos, pero la familia flamenca y sus espectadores hicieron lo que habían ido a hacer: pasárselo en grande.

Veinticinco años más tarde, Lolita rememoró aquel momento agridulce en otro programa de televisión. Y contó que lo que había movido a su madre esa noche, más que su cuerpo, fueron el cariño a la profesión y el pundonor. «La fuerza del amor hacia los compañeros, hacia la familia, hacia el prójimo y hacia uno mismo», dijo.

La fortaleza de Lola Flores sigue viva en el flamenco, y es especialmente palpable en los bailaores y las bailaoras que danzan aunque el mundo no se lo ponga fácil. Artistas con discapacidad, discriminados por la sociedad o con identidades de género disidentes han heredado de Flores su empuje irrefrenable y, en algunos casos curiosos, hasta su nombre.

Tablaos sin barreras

 José Galán ha encontrado en el flamenco una salida para su vocación de ayudar a los demás. El bailaor, coreógrafo, pedagogo e investigador sevillano tomó el apellido de su abuela paterna, que se llamaba Lola, para componer su nombre artístico. Y ese nombre es el mismo que luego le puso a la Compañía José Galán de Flamenco Inclusivo, un proyecto pionero de flamenco accesible para personas con diversidad funcional.

El elenco está formado por artistas profesionales con y sin discapacidad. Al escenario se suben bailaores y bailaoras en silla de ruedas, invidentes, con síndrome de Down y con movilidad reducida. Galán, que entró en contacto con la danza integrada en 2004, montó su compañía en 2010, el mismo año en que la Unesco reconoció el flamenco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, un título que encaja perfectamente con su visión de este baile como un tesoro universal, de todos y para todos.

«Para superar barreras, tenemos que coger el flamenco y zarandearlo. Buscar un flamenco que sea inclusivo», explica Galán. «En sus orígenes, el flamenco parte de los marginados, del dolor hecho cante, y lo convierte después en alegría y desahogo, y en transmitir emoción y belleza. Y ahí no hay ningún tipo de barrera».

En 2018, fundó la Asociación Flamenco Inclusivo para impartir talleres accesibles. Sus clases no hacen distinciones por capacidades, género, edad ni etnia, sino que se dividen por grupos en función de las diferentes necesidades educativas del alumnado.

La metodología de Galán se basa en la experiencia y, sobre todo, en la empatía. Para ponerse en la piel de sus estudiantes, se sienta en una silla de ruedas o se venda los ojos. Y entonces la discapacidad ya no es un límite, sino un punto de partida creativo. La diversidad permite que el aula funcione como un laboratorio donde se inventan formas alternativas de expresar el desgarro del quejío y la pasión abrasadora del flamenco.

Los aprendices de Galán no solo van a los talleres para bailar. En las clases ejercitan la mente y el cuerpo, pero también potencian la confianza en sí mismos y saborean una grandiosa sensación de libertad. «La discapacidad no está en el individuo, sino en el entorno», afirma el profesor. «Cuando se facilitan unas herramientas y unos recursos para que una persona pueda bailar libremente se consigue el milagro de bailar y de hacer visible lo posible».

Este bailaor no busca la perfección ni la excelencia técnica, sino explotar todo el potencial artístico de sus alumnos. En vez de centrarse en la discapacidad, pone el foco en el resto de sus capacidades, especialmente en que bailen con toda su alma. «Lola Flores decía que se baila hasta con las pestañas. Con una mirada, con un pequeño gesto, todo el mundo puede bailar. Y todo el mundo tiene derecho. Ella es un referente para todas las personas que se sienten diferentes al resto, para las minorías».

Bailar sentados es bailar

En otra actuación de 1994, Lola Flores, fatigada, se sienta en una silla verde durante la grabación de un episodio jamás emitido del programa televisivo Ay, Lola, Lolita, Lola. Sentada en el escenario, canta Perdóname, y su eterno talento se despliega en la expresividad de su rostro, en las manos que claman al cielo porque «no hay matices ni hay colores» cuando su amor no está con ella.

El mismo poderío se respira en Sueños reales de cuerpos posibles, el espectáculo que en 2019 protagonizaron José Galán y Lola López, bailaora en silla de ruedas y antigua integrante de la Compañía José Galán de Flamenco Inclusivo. La coreografía integra la silla como un apéndice más de López, tan dotado de expresividad como el resto de su cuerpo.

López se expresa desde y con su silla, al igual que lo hizo su tocaya en aquella grabación para la tele. Las ruedas delanteras percuten contra el suelo ofreciendo un insólito zapateo. Las de atrás se deslizan en círculos por el escenario como si patinaran sobre hielo. La silla entera se inclina hacia atrás desafiando su propio equilibrio. Los hombros, las manos, la cabeza y la cara de la intérprete son también instrumentos para contar una historia.

En algunas ocasiones, la silla incorpora sonajeros, cascabeles y hasta una bata de cola. No se trata de disimular ni de ceñirse a la norma, sino de jugar y explorar todas las posibilidades creativas de una bailaora en silla de ruedas.

El duende invisible

 Lola García-Baquero piensa que «la perfección no es buena ni bonita a los ojos del que no ve». Cuando se quedó ciega por completo en 2014, creyó que su vida había terminado. Pero tres años más tarde inició su trayectoria como bailaora y recuperó las ganas de vivir. «El flamenco fue la mejor medicina para el calvario que yo estaba pasando con mi enfermedad tan grave. Fue la mejor terapia, el mejor ungüento».

José Galán la enseñó a bailar. Pero, sobre todo, le mostró que podía bailar. En la voz de García-Baquero se nota la profunda admiración y gratitud que profesa hacia su maestro: «Soy andaluza y conozco el flamenco desde que nací. Pero gracias a José Galán he descubierto que el flamenco se siente, nace desde tu interior. Y cuando lo bailo es magia. Yo cuando bailo flamenco me siento libre, empoderada, porque me hace manifestar la esencia del flamenco, el duende. El duende no se ve, pero se siente».

Para formar a su alumna, Galán tuvo que dejar de lado el método de la observación directa. En cambio, empleó la explicación verbal y el tacto, y se centró en que García-Baquero desarrollara el oído y el sentido de la orientación. El compás, las vibraciones y las sensaciones corporales sacaron a la superficie características que ella no sabía que tenía.

Como pareja artística han compartido tablas en múltiples shows de la Compañía José Galán de Flamenco Inclusivo, como Rompiendo barreras (2020) y Gozo y llanto (2021). Cuando sale a escena y se despoja del bastón y las gafas oscuras, la bailaora disfruta unos instantes de la oscuridad y del silencio del público. La música arranca, y entonces bailan. A veces, él le jalea: «¡‘amos allá! ¡Agua!». En realidad son instrucciones codificadas para dirigirla. Y ella, mientras baila, sin verse, se siente perfecta mientras expresa todo lo que tiene «agarrado en el alma y en el corazón».

García-Baquero dice que en su mente tiene grabadas las imágenes de Lola Flores sobre el escenario, y que sirven para avivar su empoderamiento. «Aparte de llamarse Lola como yo, y yo llamarme Lola como ella, es mi ejemplo a seguir. En fortaleza, en pureza, en habilidad para seguir adelante. Era el flamenco personificado».

Lunares para todes

Lola Flores también es un referente para la comunidad LGTBIQ+. El libro colaborativo Flores para Lola (Egales y Dos Bigotes, 2023), coordinado por Carlos Barea, analiza su figura como defensora del colectivo y abanderada del feminismo. Fernando López, bailaor, filósofo y uno de los autores del libro, cuenta que Flores ha alcanzado el estatus de icono «por mostrar a una mujer poderosa que se dejaba llevar por sus emociones, que afirmaba su libertad y su capacidad de deseo».

López es uno de los artistas más reconocidos del flamenco queer, un arte que cuestiona los roles de género a partir de propuestas tan diversas y variadas como lo son sus protagonistas. Y, aunque lo parezca, no es un fenómeno reciente. «Las raíces del flamenco queer están en las propias raíces del flamenco», explica el bailaor.

«Las figuras disidentes eran bien acogidas y bien aceptadas porque el flamenco también era un arte que surgía en los márgenes de muchas otras culturas oficiales. Los inicios del flamenco ya son, de por sí, híbridos, y no tienen un código de género hegemónico y homogéneo, sino que los artistas juegan y experimentan mucho».

La hibridación y la experimentación quedaron sepultadas bajo el peso de la dictadura franquista. En la década de 2010, cinco años después de la aprobación del matrimonio igualitario en España, el flamenco queer recobró sus fuerzas, y en la actualidad es una corriente alternativa, disidente y polifacética.

Los artistas del flamenco queer, cada cual a su manera y de forma más explícita o menos, alteran, combinan y suprimen los códigos tradicionales de género en el flamenco por medio del vestuario, los códigos de movimiento, la letra de las coplas y la incorporación de otros estilos de danza, música y conceptos escénicos.

El flamenco de Fernando López tiene un marcado discurso político que rescata del olvido la memoria histórica. El dúo Flamenco Queer experimenta con el drag y la performance, y sus letras giran en torno a temas como el VIH, el BDSM y el consentimiento. Junto a ellos, la cantaora Ana Brenes entona la Canción del mariquita en homenaje a Federico García-Lorca. Belén Maya, Marco Flores y Jesús Carmona marcan también el compás de una rama flamenca que pone en duda lo establecido.

Lola Flores pronunció hace décadas, con su espontaneidad y su arrojo, un buen puñado de frases que todavía hoy conservamos y repetimos cuando se presenta la ocasión. Así que sería de mala educación acabar este reportaje sin concederle a ella la última palabra, aunque sea tirando de imaginación.

¿Qué diría la Faraona de todo esto? Fernando López hace este ejercicio de ciencia ficción y se lanza a contestar: «Pienso que diría algo así como que el flamenco siempre ha sido no binario. Y te daría ejemplos de artistas que no se ceñían a esas normas de género, que hablaban de su sexualidad a través de las letras de la copla y ciertos guiños y gestos en el escenario. Te diría que siempre ha sido así, y que si hemos pensado que el flamenco era un arte conservador desde el punto de vista de género es porque pilló por medio una época de 40 años de dictadura».

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