Puede que no lo sepas, pero los pésoles y los bisaltos son la misma cosa: guisantes. Que la rosada es la escarcha, que la pipa es una forma de medir líquido, que una lechuga romana es lo mismo que una del tipo oreja de burro. Puede que nunca hayas escuchado palabras como chuela, chisel, brabán, albienda, trajilla o celemín.
Quizá, si no eres de Navarra, desconozcas que una robada es una unidad de medida similar a la hectárea. O puede que seas de Navarra pero no la hayas escuchado en toda tu vida. Lógico, eres urbanita. Y todas estas palabras tienen relación con el campo, con la agricultura y las herramientas utilizadas en sus labores, con lo rural. Unas aún se utilizan y otras están en peligro de extinción o ya han dejado de usarse incluso por los más viejos. ¿Quién mide la vida en celemines hoy en día?
Florette se ha propuesto preservar y dar a conocer estas palabras para rescatarlas del olvido y ponerlas en valor. Pero consciente de que el proyecto necesitaba un aval científico, buscó la colaboración de la Universidad de Navarra para crear la Florettepedia.
Se trata de un glosario de términos específicos, técnicos e históricos del campo que estuvieran en peligro de extinción, pero también otros de reciente creación. El objetivo es realizar una investigación lingüística para explicar su origen, su historia, sus variaciones regionales, sus usos etnográficos y su riqueza, además de su definición. En esta investigación participan Cristina Tabernero, catedrática de Lengua Española y vicedecana de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, y Manuel Casado, catedrático emérito de Lengua Española por la Universidad de Navarra y académico correspondiente de la Real Academia Española desde hace casi 20 años.
El proyecto se mantendrá en marcha durante un año y el objetivo es recoger, al menos, 100 palabras. Y es el primero que supone una colaboración empresa-universidad impulsado por la compañía de origen navarro Florette. De esta manera, afirma su directora de comunicación Marta Chavarri, todos ganan porque todos aprenden y todos aportan algo a la sociedad. Cristina Tabernero, que también ve esta experiencia de colaboración como algo muy positivo, opina, además, que este tipo de proyectos de divulgación científica sean, por parte de la universidad, una manera de «devolver a la sociedad lo que la sociedad te está dando».
El primer paso ha sido crear una web, Florettepedia, donde se invitó a los empleados de la empresa y a los agricultores que trabajan para ella a subir aquellas palabras propias de su entorno y de su campo de actividad. Unas porque ellos mismos las conocían y usaban; otras, porque se las habían escuchado a sus padres o a sus abuelos. Aunque, en realidad, el glosario está abierto a todo el ámbito español e incluso de América.
«La idea que tenemos es que el proyecto pueda servir para unir personas», explica Cristina Tabernero. «Que sea un legado patrimonial que se transmita», primero de padres a hijos, de abuelos a nietos, y que quede como tesoro cultural para generaciones venideras. «La colaboración entre hijos y padres también es una parte bonita de este trabajo», opina la catedrática. «De esa manera, conseguimos que la propia gente más joven se haga cargo de las palabras de antes. Es otra manera de transmisión oral patrimonial».
Lo de fijar el límite en 100 palabras tiene más de simbólico que de científico. 100, recuerda la catedrática de la Universidad de Navarra, es un número redondo y simbólico, que da idea, a su vez, de una cantidad respetable de términos recogidos. Pero todo depende, en realidad, de con qué se compare. Si atendemos a la riqueza y diversidad del vocabulario del campo, 100 palabras son pocas. Pero si lo tomamos como una muestra representativa de términos investigados y con cierta exhaustividad, es un número considerable de palabras.
Hay que tener en cuenta que en este glosario no solo hay definiciones, lo que haría el trabajo más sencillo. Investigar el origen de cada palabra, su ámbito de uso, etc., y hacer después asequible a todo el público esa información conlleva un trabajo enorme y lento. «Para divulgar bien hay que trabajar mucho», bromea Cristina Tabernero.
«En cada palabra, además, hemos establecido unos elementos base (el origen, la historia…), pero luego esas palabras dan distinto juego. Unas te llaman a indagar más porque tienen una historia más rica. Los alimentos, por ejemplo; ver el uso que se les ha dado en la gastronomía en las diferentes etapas, si eran alimentos que podían ser simbólicos… Meterte solamente en ese mundo ya es muy amplio. Hay otras que son mucho más restringidas, como la denominación de un apero o un verbo que se utiliza para regar el campo. Todo eso puede ser más restringido y puede dar menos juego. Pero, en cualquier caso, el trabajo que hay detrás de búsqueda es muy amplio».
TESORO PATRIMONIAL
¿Pero qué interés tiene crear un glosario de palabras que ya no se utilizan, o se hacen muy minoritariamente, si han perdido su función principal, que es la de comunicar? Por una pura cuestión de recuperación y conservación patrimonial y porque son parte de nuestra historia.
«Evidentemente, no va a haber un uso del término, simplemente porque la mayoría de los hablantes no estamos en contacto con esas realidades, más allá de las que llegan a nuestra cocina. Pero lo mismo que se recupera el patrimonio en muchos otros ámbitos de la vida, para nosotros humanamente es importante recuperar ese patrimonio porque es parte de nuestra historia», confirma Tabernero. A ello se suma un valor afectivo y sentimental: muchas de esas palabras pertenecen a la forma de expresarse de nuestros abuelos, describen nuestras raíces. Y muchos hablantes sienten como algo triste perder ese cordón umbilical con nuestros antepasados y nuestros lugares de origen.
Conocer estos términos, recuperarlos de alguna manera para que no se olviden, nos hace enfrentarnos como hablantes a otras formas de decir y nos hace «salir, por una parte, de lo que tú dices; y por otra parte, saber que no todo es estandarización y homogenización, que hay también una variedad de la lengua que es muy rica y que cada zona puede tener sus peculiaridades», explica la catedrática de Lengua española.
«Desde el ámbito rural, hay palabras que queremos rescatar para que no se pierdan del todo», corrobora Marta Chavarri. «Por ejemplo, robada, que es una unidad de medida que se utiliza en Navarra. Hoy en día, todavía los agricultores hablan de robadas y entre ellos se entienden, pero si el agricultor va a la ciudad, ahí no le van a entender. Es muy bonito que estas palabras no queden solo en ese ámbito rural. Hay palabras que se siguen utilizando, pero solo en pequeñas poblaciones, que es donde están los agricultores, y es su jerga. Y como encima hay muy poquito relevo generacional, estas palabras, en un momento dado, también podrían desaparecer». La Florettepedia tiene como objetivo que eso no se cumpla.
NEOLOGISMOS EN EL LENGUAJE DEL CAMPO
El proyecto no solo busca recoger palabras en desuso o extinguidas, sino también los nuevos términos que se han ido acuñando con el paso del tiempo y el avance de la técnica. Y eso permite, a su vez, mostrar una de las cosas más interesantes de este estudio, que es ver cómo ha evolucionado la sociedad, y la sociedad rural en concreto.
«Sí, esa es la razón también por la que estábamos atentos a esos neologismos», confirma Cristina Tabernero. Pero no toda palabra que se ha incorporado al lenguaje del campo es un neologismo en el sentido técnico y estricto de la palabra.
No hay nuevas palabras que sustituyan labores como sembrar o labrar, pero sí hay términos que expresan nuevas maneras de hacerlo, nuevas herramientas. «Ahí, el estudio que hacemos es ir recogiendo cuál es el cambio, pero el cambio en esa realidad, no tanto en la palabra o en el significado, porque sigue siendo el mismo», aclara Tabernero. «De ahí que tenga interés toda la información que recogemos de cada palabra.
«Lógicamente —continúa explicando la catedrática—, sí que habrá palabras nuevas porque ha habido técnicas de cultivo que se han implementado y no estaban antes, que se hacen ahora y no antes, y esas son las que van a dar lugar a palabras nuevas. Y hay otra cuestión también. Veíamos, por ejemplo, denominaciones de alimentos, de cultivos que se han empezado a llamar ahora de otra manera por cierta estandarización. Todos sabemos cómo se llama en nuestro pueblo un determinado cultivo, pero llega el término más estandarizado, el término más general, y es el que se difunde. ¿Podríamos estar hablando ahí de un neologismo? Bueno, pues en algunas zonas será una palabra nueva, en otras no».
También puede ocurrir que sean palabras importadas, como el caso de radicchio o rúcula. «Y eso, digamos, es lo que forma parte del funcionamiento general de la lengua, aunque estemos hablando de un ámbito muy concreto como el del campo. Ese funcionamiento general hoy en día va hacia una mayor estandarización y a nutrirse, servirse, cada vez más de términos de otras lenguas. Eso también se refleja, lógicamente, en el lenguaje del campo».
Tirar del hilo conductor de palabras como las dos italianas mencionadas arriba es un caramelito para cualquier historiador de la lengua y de cualquier lingüista en general. Las palabras tienen su historia detrás y ese bagaje las hace aún más atractivas. Muchos de esos extranjerismos se asientan en nuestra lengua porque comercialmente «pueden tener un mayor glamour, más exotismo que otras palabras de toda la vida». En ese sentido, donde esté radicchio que se quite la archicoria roja, aunque las dos hagan referencia a la misma realidad: un tipo de lechuga.
«La importamos con un nombre y se queda con ese nombre y no hacemos la adaptación, que es la tendencia de hoy, no hacer adaptación de aquello que nos llega», comenta Cristina Tabernero. «En el caso de rúcula, son también variedades nuevas. La gastronomía, los cultivos se van enriqueciendo. Antes solo podías comer productos de temporada, pero ahora, la tecnología permite que todos conozcamos todo, y, por tanto, que sea mucho más fácil esa importación. Esto hace también que vayas alimentando la lengua del campo de otras realidades y de otras denominaciones».
EL ERROR DE ESTIGMATIZAR LO QUE ES DIFERENTE
Al abrirse a todo el territorio hispanohablante, lo que pretende la Florettepedia es recoger variedades dialectales que contribuyen a enriquecer el español.
Pero al tratarse de términos del campo y de lo rural, subyace un estigma sobre ese vocabulario y formas de decir muy arraigada. Aún hoy hay quien juzga a la población rural como inculta y cateta. El chiste fácil de dibujar al campesino con boina y expresión tosca.
«Yo creo que sí que hay estigmatización; sobre todo, desconocimiento. Es decir, quien no domina bien la lengua, en cuanto oye una palabra que no corresponde con la que considera normativa, tiende a pensar que es una incorrección. Ahí hay una discriminación importante, y este proyecto puede ayudar, precisamente, a salvar esa diferencia entre lo que es dialectal y lo que no es normativo, lo que podríamos tachar de incorrecto. Porque la asociación y la estigmatización vienen de ahí, de asimiliar lo que es dialectal con lo que es incorrecto. Y no se puede, sobre todo desde el punto de vista léxico, hacer esa equivalencia».
El error de tratar de corregir a alguien por decir pésoles y no guisantes es el origen de la estigmatización, opina Cristina Tabernero. «Otra cosa es que cuando tenemos que cumplir la función de comunicarnos con personas con las que sabemos que va a haber ciertas diferencias, hagamos el esfuerzo de utilizar o de conocer el término más general. Lógicamente, el dialectal siempre va a ser el más restringido, y el otro es el que utilizan con un concepto de frecuencia más número de hablantes».
«¿Puede haber por parte de algunos hablantes cierta estigmatización?», concluye Tabernero. «Sí, pero bajo un presupuesto erróneo. Ojalá proyectos como este de Florettepedia puedan aclarar que todo esto es variedad, es variación, y que la lengua vive en la variación».
El FUTURO DEL PROYECTO
¿Qué se hará con toda la información recogida en ese glosario online?
Tabernero tiene claro que es el germen de una posible investigación más en la línea de los trabajos en el ámbito científico que viene desarrollando durante su carrera profesional, aunque siempre ha estado restringida al ámbito de Navarra. «Si esta parte es investigación para la divulgación, sí que se puede convertir también en investigación dentro de la propia universidad», confirma.
Pero su mayor deseo es que la Florettepedia se convierta en una publicación en papel. «Yo creo que sería bonito, porque lo tecnológico y las webs pueden desaparecer, pero lo de scripta manem sigue siendo en el papel. Sí que nos parecería un colofón bonito del proyecto. No sé si todo, pero, por lo menos, hacer una recogida, una recopilación, y llevarla al papel. Nos gustaría porque pensamos que es lo suyo y que es lo que más va a permanecer».