El regreso a lo cotidiano no tiene que llevarnos a la anomia o a esa medio depre que subyace en el ritmo laboral y doméstico de un nuevo ciclo. Instalados ya en el otoño como estamos, hay mil maneras de moldear el tiempo y regalarse motivos para un agradable hedonismo. Al menos, para prolongar la sensación de vitalidad con la que identificamos el verano. Seguramente hemos conocido lugares, saltado en conciertos, navegado a vela o regresado a algún paraíso con el Hiperión de Hölderlin bajo el brazo.
Entre lo que fuimos, lo que somos, lo que queremos ser y lo que nunca seremos, te proponemos diez planes para el otoño con los que engañarte divinamente, a la par que miras desde la barrera a este planeta lleno de peligros climáticos, guerras absurdas y Gobiernos que no se atreven a controlar los precios de las cosas.
Josu y Maite viven en Getxo. Son funcionarios, militantes de izquierdas y euskaldunes. Les encanta irse un finde a Logroño, una pequeña ciudad a poco más de 100 km al sur de su casa. Aunque siempre fueron de hacerse un viaje lejano cada año y pasar los veranos en la costa de Cádiz, también practican el lenturismo. El turismo de proximidad, no kilómetro cero, pero casi. El consumidor cerca del servicio.
Dicen que el concepto nace en los Estados Unidos en plena Segunda Guerra Mundial. No había combustible para eso: Pues nos quedamos en casa y disfrutamos por aquí. «Nos encanta chatear con buenos reservas, y aquí puede hacerse, aunque donde vivimos también, pero no es lo mismo. Vinitos en el Laurel, un hotel agradable, caminar por una ciudad cada año más bonita, paseos a la orilla del Ebro… Es como estar en casa pero cambiando un poco el paisaje». De momento van en coche, porque el tren es todavía lento. El apretón en el precio del combustible todavía no afecta a una economía como la suya y a un trayecto como este.
«Yo no como, hago ejercicios gastronómicos», decían las modernas pretenciosas en los 80, cuando el fenómeno gastro empezaba a generalizarse y la restauración sofisticada contaba cada vez más en las agendas turísticas. La marca de neumáticos cuyo posicionamiento se vio superado por su propia campaña —las guías Michelin nacieron con el siglo XX como un complemento de la fábrica de ruedas— es un gran catalizador de negocio.
Rita y Aurora, jubiladas de Lugo, disfrutan reservando cada otoño en alguno de los michelines que tienen a menos de dos horas de casa. «Porque nos lo merecemos; nos gusta comer, pero también hacer esta otra cosa que está de camino entre el arte, la sofisticación y la experiencia divertida. Disfrutamos de todo. Desde el momento que te presentan cada plato, con esos relatos increíbles, hasta con los selfis, que también nos gusta frivolizar un poco tanto momento sagrado».
Sara, Andrea y Rafa se acercan a la sesentena. Se conocieron en el gym hace unos 15 años. Entre entrenamiento, cenas y comidas varias, fueron creando una singular intimidad entre ellos. Viven a unos 40 km de la frontera portuguesa y cada otoño y primavera se apañan para dejar libre una mañana en sus trabajos. Aunque viven en la misma ciudad, casi no se ven al margen de esta cita. A las 8 en punto, Sara los recoge ante el ayuntamiento y en poco más de media hora están en la pastelería Lúa de Mel, de Valença.
Ya en el coche, van relatando sus últimas andanzas, alimentadas por amores reales, pasados y probables. «Es un momento muy especial, una fecha importante en el calendario. Los tres somos muy distintos y a través de nuestras historias íntimas, de nuestras confesiones sin demasiados límites, conocemos mejor el mundo, bebemos de la experiencia de los otros y nos reímos mucho de nosotros mismos. Parejas, deseos, amantes, decepciones, celebraciones, sexo, familia, compromisos, apariencia, estrategia… Nos sentimos madame Bobary acompañados de un folhado de nata o un bolo de arroz».
Maru y Nieves forman parte de Verduleras, un grupo de mujeres heterosexuales en la treintena que decidieron hacer vida también al margen de los maridos, hijos, novios o rolletes que cada una pudiese tener. Ahora mismo son 29, pero no hay un número fijo. Cada mes aportan a una caja común 20 euros para gastos básicos, que complementan cuando programan un viaje. París, Salamanca, Roma, Palma, Madrid fueron los últimos destinos.
«Fijamos una fecha. No todas pueden venir, pero casi siempre nos juntamos entre 15 y 20. Buscamos apartamentos u hoteles y nos pegamos una fiesta estupenda, con shopping, copas y, sobre todo, muchas risas de parranda por ahí, pero no en modo despedida de soltera, ¿eh?, no confundamos. Nos ponemos monísimas, visitamos museos y vamos al teatro. A veces también nos reunimos en casa de alguna de nosotras, pero muchas solo nos vemos en los viajes, y lo disfrutamos a tope».
Lorena se plantea hacer el Camino de Santiago, pero no quiere dedicar muchos días, por lo que decidió dividirlo. Cada año hace un segmento de dos jornadas. Como vive en Santander, optó por el Camino Primitivo, que parte de Oviedo y es uno de los más duros. Empezó antes de la pandemia con las dos primeras de las 13 etapas. En unos años completará el recorrido. “«No camino por creencias, sino por estar conmigo misma. Conoces gente que lleva más o menos el mismo tono vital, como de disfrutar de ti misma en la soledad de la naturaleza, de la ruta. Es una experiencia emocional de primera».
¿Cuántas veces has ido a algún museo de tu ciudad? ¿Solo cuando recibes alguna visita y no sabes qué hacer con ella? Está muy bien el Google Arts o las grandes pinacotecas, productos para la industria cultural masificada y a la caza del turista. En el otro lado se encuentran museos como el de Cádiz, con sus tumbas fenicias, sus espectaculares fondos arqueológicos, sus zurbaranes, sus murillos.
Rodrigo, que vive en Ronda, va con sus dos hijos a ver alguna de las secciones de arqueología, bellas artes y etnografía, además de los títeres de la Tía Norica, que les encantan. «“Es un día especial para ellos, pero también para mí, que me entusiasma la historia. Una forma de divertirnos, compartir y conocer un poco mejor quiénes somos».
Nacho y Blas ya no son unos niños. A sus casi 30 siguen coleccionando emociones fuertes, por eso aprovechan septiembre para acercarse a este parque temático cuando ya los niños están en clase. «Lo malo son las colas; no me imagino cómo será en verano o vacaciones, con toda la chavalada». Viven en Valencia, pero en un par de horas están en el parque.
Pillan hotel dentro del mismo recinto y entradas vip, de las que te permiten saltarte la mayor parte de las colas. «No nos importa gastar algo más. Estamos de fiesta y es nuestro finde. Algo de playa en Salou y un vermú en Reus, donde tienen toda una ruta de sugerencias para disfrutar de este destilado».
Adrián es un osete gay de 52 años, casado pero con régimen abierto. Una de sus pasiones es regalarse un viernes de sexo con desconocidos. Para eso reserva en Madrid un finde, que empieza el viernes con la visita a un club nudista de cruising. Se ha comido una viagra o sucedáneo para aguantar varias horas entregado al sexo sin demasiados miramientos. «Es dejar fluir tus morbos y apetencias.
Todos vamos desnudos y sabemos que nos tocamos o follamos solo si nos apetece y con la persona que nos apetece, siempre de buen rollo y evitando cualquier problema. Para mí es un finde regenerador, pues, de paso, me pongo al día con los amigos de Madrid, dervirtualizo a algún conocido de las redes y regreso a casa con la pila puesta».
Lo de Víctor es una forma de vida. Trabaja en una industria comercializadora a nivel internacional y viaja bastante por Asia y Europa, pero cuando está en casa, en León, disfruta del tiempo en su furgo recorriendo parajes naturales, leyendo y disfrutando de sus amigos y amores a lo largo de montes y cordilleras. Su gente sabe dónde está porque tiene la costumbre de grabar un vídeo en el que habla del lugar de su visita y que siempre, indefectiblemente, acaba con la frase «Aquí también hay que venir». Toda una apuesta por la autenticidad del correcaminos, del auténtico viajero que saborea el paisaje y se integra en él para formar parte, no para verlo desde fuera.
Pedro y Marina tienen un divertido juego desde que son pareja. Una vez al año eligen una ciudad y se van por separado, con la complicidad de no usar el móvil ni entrar en contacto de ninguna otra forma. Cada uno reserva su hotel de viernes a domingo y se desplaza por sus medios, al menos uno en el coche que comparten. Disfrutan de la ciudad hasta que se cruzan. Si lo hacen, ya siguen juntos, y si no, se llaman al dejar el hotel, el domingo, para compartir el regreso y contarse cómo ha ido todo.
«De seis años que llevamos haciéndolo, solo dos veces no nos hemos encontrado: en Girona y Cartagena. En Valladolid nos vimos en el Museo de Escultura. En Bilbao, de tapas por las 7 calles. En Sevilla, en plena plaza del Duque, lloviendo a mares. En A Coruña, en la sala Nautilus del Acuario. Es fantástico mantener la tensión y la expectativa, no saber si has de comer solo o con el otro».
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