La política estadounidense tiene el marketing en las venas. Saben aprovechar cada gesto, cada detalle, cada anécdota, en un potente mensaje. Pocas imágenes tan impactantes como aquella de hace unos años en la que el presidente Obama y su homólogo Dimitri Medvedev comían unas hamburguesas. Lo hacían en plan informal, en mitad de comensales sorprendidos, en mangas de camisa y ensuciándose las manos.
(Foto portada: Flickr Partido Popular)
El mensaje tenía muchísimas facetas. Desde la normalización de las relaciones entre dos potencias duramente enfrentadas tiempo atrás, pasando por lo ‘campechano’ del anfitrión norteamericano a la idea de que hasta el líder ruso (con permiso de Putin) sucumbía al dominio cultural americano, concentrado en una hamburguesa.
Ahora vayamos a España: el campechano Rajoy invita a su otrora poderoso y colega ideológico Nicolás Sarkozy a una cena informal en una conocida tasca. En la imagen, un ínfimo expresidente galo aparece arrinconado y con cara de circunstancias junto a un gigantesco Rajoy, que no sabe dónde colocar la mano. De fondo, una infame decoración con una pésima iluminación.
De balazo discursivo a imagen carne de ‘memes’. La intención política y el mensaje de una imagen contrastan duramente con lo desangelada, artificial y pobre de la segunda. Una de las imágenes la hizo uno de los fotógrafos más celebrados del ámbito internacional actual y la segunda a saber si fue obra del equipo del presidente o si acaso el propio encargado del local.
Lo que hace Pete Souza es propaganda. Pero es una propaganda medida, calculada y que consigue transmitir un mensaje contundente y dirigido. Lo que hacen muchos políticos en España tiene el mismo efecto –transmitir un mensaje contundente– pero en la mala dirección, precisamente por la falta de cuidado.
La cena con Sarkozy es un ejemplo, pero hay decenas. Por citar algunos recientes, las imágenes de la cena de los cuatro expresidentes con el rey o la de un acto de Josep Borrell en Cataluña. Ambas hablan por sí solas.
¿Por qué esa diferencia? La primera clave, el talento. Gorka Lejarcegi, fotógrafo de El País, destaca la calidad de las imágenes de Souza, que ya trabajó con el expresidente Reagan tiempo atrás, pero añade otros elementos importantes: «Trabaja para una institución que reconoce la figura del fotógrafo personal del presidente como un miembro relevante de su staff». Eso, unido a que Souza y Obama llevan juntos desde 2004, ha contribuido a que el fotógrafo ha conseguido con su trabajo «crear la imagen del presidente más allá de la esfera pública, gracias a que la relación de complicidad e intimidad», lo cual ve como «un factor clave, que ha dado respuesta a la curiosidad de la gente que quería saber más sobre el hombre que sobre el presidente, porque Pete Souza entra hasta la cocina».
Coincide en el análisis Moeh, fotoperiodista que estuvo al frente de la campaña gráfica de la candidatura de Eduardo Madina a las primarias del PSOE y recientemente incorporado a El Español. Ambos señalan otro factor que ha acabado por impulsar el trabajo de Souza: las redes sociales. Para Moeh, su trabajo ha coincidido con el ‘boom’ de estas plataformas para la comunicación política. «Sus fotos no se quedan en un cajón o destinadas a unos fines que el gran público no conocía, sino que se comparten en redes sociales y sirven para la comunicación intencionada y cuidada de Obama, tanto que hasta tuvieron que echar el freno porque los medios y agencias se negaron a publicarlas al no considerarlo periodismo sino más bien propaganda con toda la razón».
Al final, el trabajo del fotorreportero está ayudando a comunicar el mensaje del político, y en ocasiones uno se entrelaza con lo otro. Para Moeh el hecho de que un político de ese nivel tenga a un fotógrafo con él es importante, aunque no lo principal. «Sin ideas, sin principios, sin algo sustancioso que comunicar hay poco que hacer más allá de la sonrisa. La imagen, la fotografía, la puesta en escena, tiene que estar al servicio de esas ideas, de lo que se quiere comunicar. Es el envoltorio por el que entra lo sustancioso: si el envoltorio es un desastre es posible que nadie ‘compre’ el producto, pero es aún peor cuando el producto es un desastre y el envoltorio una maravilla, porque entonces, además de no tener a un convencido, tienes a un cabreado».
Lejarcegi ve la puesta en escena como el escaparate. «Los organizadores de un acto político tienen que cuidar cada detalle con el mismo esmero que pone el dueño de una tienda en mostrar lo mejor que tiene. Y el papel de un buen fotógrafo será ir más allá de lo evidente en esa puesta en escena, ir más allá de la escenografía y buscar los detalles, captar las imágenes que mejor cuenten el mensaje que el equipo del político quiera comunicar».
Aquí no ven tanto un problema de falta de ‘Pete Souzas’ como una cuestión de cultura política. «En España no hemos llegado todavía al punto de reconocer las fotografías como verdaderos elementos de comunicación política», lamenta Lejarcegi. «No basta con una foto notarial que muestre que el encuentro se ha producido, se necesita una foto, al menos elegante, que haga ese encuentro único».
Moeh cree que por lo general sí se cuida la imagen, pero no el detalle, algo que considera que puede «llevar al traste toda tu imagen o que tu imagen sea vista como una chapuza. Uno no puede permitirse que las fotos sean técnicamente malas porque la hace el primero que pasa o porque al fotógrafo no se le dan todas las facilidades para hacer su trabajo, eso de ‘venga, rápido, que tenemos que empezar a comer y tú sobras’. Pondríamos el grito en el cielo si se distribuyera un comunicado con faltas de ortografía, pero no pasa nada cuando se distribuyen fotos torcidas, con el ‘flashazo’ en la pared y el que paga la foto en contrapicado aberrante», asegura.
El problema para él, por tanto, no es que no haya profesionales de ese tipo. «Sospecho que no se les deja hacer su trabajo y no se les deja intervenir para que la foto sea mejor. El político que se dé cuenta de que vale más una foto bien cuidada y bien hecha que 50.000 hechas por hacer, tendrá mucho camino recorrido. No es un problema de profesionales. Es un problema de concepto», zanja.
«En España hay grandes fotógrafos, y lo demuestran los galardones internacionales que recaen de forma habitual en fotógrafos españoles», opina Lejarcegi. «Aquí hay fotógrafos que podrían hacer esa labor, pero se necesita algo más: debe cambiar la mentalidad de los equipos de comunicación política y de comunicación en general. En nuestro país, la labor de un fotógrafo oficial de una institución se entiende como un servicio fotográfico para que quede constancia, casi notarial, de la actividad pública. No hay una mentalidad de querer documentar la labor de un personaje de relevancia pública. Y ese es el punto de partida. Eso, junto a la labor de un fotógrafo que impregne de emociones sus fotos».
Y de eso, de transmitir emociones, Souza sabe un rato
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