El indio de película que no quiere fotos y yo somos el mismo. El indio dice: «Las fotos roban el alma». Yo pienso: «Tengo que ponerme de perfil o escorzo en cada foto: así no se verán las orejas despegadas». Realmente no lo pienso: es una pose automática.
Quien toma la foto dice: «Mira a cámara, no hagas teatro». Por querer ocultarme, me hago el visto. Ahí queda la pose idéntica similar a la anterior y esta, a su vez, a la anterior, desde que el momento de la primera burla recibida por una foto: «Jajaja, ¡mira las orejas!». Una foto que no roba el alma, pero la araña un poco.
En las redes sociales uno descubre a otras personas temerosas de recibir daño a través de la imagen.
Personas con avatares en blanco y negro para enmascarar arrugas. Personas con bocas feas que la tapan con la mano simulando sorpresa o pensamientos profundos. Muchachas obesas que tan solo muestran los ojos. Calvos que en las fotografías aparecen de cejas para abajo.
El Photoshop y otros sucedáneos igualan a todos los avatares como la muerte iguala a las personas: a los tontos y los listos; a los jóvenes y los viejos; a los jóvenes y las mujeres. Todos planchaditos: todos muñecos de cera. El bótox de las redes sociales para los menos pudientes. El Photoshop y otros sucedáneos son el ejemplo más apreciable de la vulnerabilidad.
Los que conocen a las personas autoemborronadas no pueden evitar reaccionar: «Al natural estás más guapa (guiño)», dicen algunos. «Pareces tu hija», dicen otros con ambigua intención (si tras «hija» hay puntos suspensivos, mala). «Prima, ¿qué te has hecho en la cara?», dicen primas lejanas.
«Se me ha ido la mano un poco, jeje», responde quien se ha retocado a lo Ecce Homo de Borja, aquel Cristo centrifugado. Hay en esto cierto dramatismo: quien deforma la imagen por no aceptar los surcos de la edad acaba sirviendo de burla a algunos.
Avatares emborronados, retocados y recortados que comparten reivindicaciones contra los cánones estéticos con lemas propios de camisetas: «No estoy gorda: los cánones de la moda se me quedan pequeños»; «No soy cuarentona, soy cuarentañera»; «No soy calvo: es mi homenaje a Iniesta».
Y todo porque vivimos de puertas para afuera. Cosas de la extimidad (dicen los sociólogos): «La parte de la intimidad que se expone a los demás». Por el qué dirán tememos el control de la policía de las emociones y por las arrugas, la papada o la calva tememos las burlas de los desconocidos (aunque tengan la etiqueta de amigos) y de los amigos que hacen chiste de esto y aquello.
Parece tonto, incluso infantil, pero el insulto por unas arrugas, unas orejas o unos kilos de más produce daño. Hay unos cánones estéticos que sin estar cincelados en piedra sirven como guía para hacer daño a quienes no entran en las cajas. Y todos queremos encajar (incluso quienes presumen de no encajar). La fama y la fortuna no sirven como escudo.
«Por favor, dejad de debatir sobre si he envejecido bien o no» escribe Carrie Fisher, la princesa Leia, en su cuenta de Twitter. «Por desgracia eso me afecta».
Críticas de seguidores de la saga galáctica que no son unos niños. Críticas desde avatares emborronados, recortados. Adultos que se comportan como en la etapa de escuela: el niño raro, el gordo, el gafitas, el feo… se une a la masa para ir contra otro raro, otro gordinflas, a un cuatro-ojos, a otro feo. Avatares emborronados contra la princesa pixelada, nuestra Leia, tan frágil.
Supone cierto alivio cuando alguien da un puñetazo en la mesa (virtual), sube una foto y elimina la emborronada y escribe: «Yo, al natural, sin filtros ni nada».
Es otra forma de resistencia a la anodina estética.
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Imagen de portada: José Ferrer como Cyrano de Bergerac, el hombre al que podías insultar todo lo que quisieras mientras no mencionaras su nariz. Sin duda, Cyrano no estaría en redes sociales: demasiados duelos por concretar.
Una respuesta a «Todos somos vulnerables al publicar nuestra foto»
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