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El futuro somos nosotros, pero sin nosotros

Cuando la gente escuchaba la música en discos de vinilo, era consciente de que cada vez que ponía uno de ellos, este se gastaba un poco. Cuando la gente escuchaba la música en casetes, sabía que cada copia que realizaba perdía algo de calidad.

Y llegó el digital.

Primero los CD y luego iTunes. Lo que proporcionó la tecnología digital fue el placer de escuchar música sin que esta sufriera por ello el menor desgaste.

Fue un antes y un después. Porque hasta entonces, la industria había logrado mejorar la calidad y facilidad de reproducción musical, pero nunca había conseguido eliminar dicho factor desgaste.

Un factor que nos había acompañado desde el día en el que creamos la primera herramienta. Y que, gracias a él, llegamos a aceptar el mundo desde esa realidad: la de que las cosas y las personas se deterioran.

Pongamos el ejemplo del carpintero. Cuando el carpintero utiliza el hacha o la garlopa para trabajar la madera, es consciente de que todas esas herramientas irán acompañándole en un proceso de decadencia. Ellas y él se acabarán consumiendo para terminar siendo sustituidos por otras herramientas y otro carpintero.

Pero ahora esa práctica, que marcó nuestra comprensión del mundo y de las cosas durante milenios, ha cambiado por completo. El final del desgaste en la música, el cine o cualquier otra forma de reproducción digital nos está llevando a considerar que esa tecnología puede alcanzarnos también a nosotros.

Pero no es cierto. Por mucho que nos quieran vender la inmortalidad, hemos de saber que esta jamás llegará a suceder. Y eso por un axioma incuestionable de la ciencia: la energía no se crea ni se destruye, tan solo se transforma. Pero se transforma a partir de una energía anterior. Es decir, si detenemos el relevo, detenemos la existencia.

El desgaste, el deterioro y la muerte son la fuente de la vida. Esta no podría sobrevivir en un mundo en el que dicho deterioro se interrumpa. Por eso no podemos fantasear con el hecho de que nuestra existencia llegará a asemejarse a la de los bits. Porque no somos bits. Precisamos de una corporeidad que nos sostenga y de una energía que la alimente.

Otra cosa es que el conocimiento, el pensamiento e incluso un cierto nivel de conciencia puedan perpetuarse en el interior de otro cerebro. De hecho, ya se está avanzando en trasplantes de recuerdos y pensamiento con bastante éxito en ensayos con ratones. Aunque con los humanos será algo más difícil. Porque, como dice Stelline en Blade Runner 2049, en nuestro caso los recuerdos vienen con sus emociones, lo que dificultará, y mucho, todo el proceso.

Pero el hecho es que, si esta tecnología avanza como parece, el resultado será sorprendente. Podremos legar a nuestros hijos todo el saber y las experiencias adquiridas a lo largo de nuestra existencia.

Es decir, nuestros descendientes se ahorrarán un largo proceso de aprendizaje en determinadas materias y podrán dedicar su esfuerzo a acrecentarlas o a comenzar con otras que nosotros desconocimos.

Gracias a la ciencia, la vida podrá prolongarse. Incluso algunos cientos de años. Pero al final el desgaste hará su trabajo y solo la parte intangible de nuestros ser (las emociones, los sentimientos, el saber o las experiencias) podrán traspasarse, como lo hacen las canciones, de un soporte a otro. Y todo ello sin que estos pierdan, en el trayecto, ni un ápice de su nitidez y belleza.

Por Miguel Ángel Furones

Ha trabajado toda su vida en publicidad y ha llegado a ocupar el puesto de director creativo mundial de Leo Burnett, con responsabilidad sobre 96 agencias en 94 países. Ha sido presidente de Leo Burnett Latinoamérica y presidente del Grupo Publicis Communications en España. Ha publicado varias novelas con Random House (El escritor de anunciosPrimera claseEl té de Kunming), libros sobre publicidad con Salvat (El mundo de la publicidad), sobre innovación y tecnología con la editorial de Anuncios (Tres mil años de internet) y narraciones cortas con Nuer (Quince historias que vienen a cuento).

Una respuesta a «El futuro somos nosotros, pero sin nosotros»

Los archivos digitales pueden deteriorarse y terminar siendo inservibles con el paso del tiempo. Tampoco hay tanto diferencia, mas allá de poseer (o no) el producto. Ahí si que hay un salto generacional entre a los que les gusta coleccionar cosas físicas y a los que prefieren los archivos digitales.

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