En estos tiempos de tribalismo e identitarismo atomizado, vale la pena hacer el ejercicio de ponerse en el pellejo del otro. Solo así podemos dejar de levantar muros para aislarnos unos de otros en función de diferencias cada vez más nimias.
Pero ¿cómo hacer tamaño ejercicio? La psicología de las relaciones intergrupales identifica la empatía como uno de los mecanismos clave para reducir el conflicto intergrupal, y algunos investigadores han sugerido, de hecho, que la falta de empatía ha contribuido a la polarización partidista. Sin embargo, la empatía siempre está limitada por nuestra incapacidad de imaginar todas las circunstancias de la persona que tenemos delante. Al final, siempre proyectamos nuestras circunstancias a las suyas.
Así, por ejemplo, si otra persona nos asegura que le resulta francamente difícil adelgazar, no tendemos a suponer que quizá el placer que extrae de comer sea mucho mayor que el nuestro, y por tanto más difícil de acallar. O que sus niveles de cortisol, la hormona del estrés, son más elevados. O que su introversión reduce los incentivos a la hora de exhibir un cuerpo delgado delante de los demás. O que su estado de ánimo no le permite emprender una rutina espartana.
Tampoco es imprescindible haber experimentado una circunstancia personal para ser más consciente de los detalles e implicaciones de dicha circunstancia personal. Por esa razón, tal y como sugiere un estudio de 2022 liderado por Hyunjin J. Koo y publicado en Social Psychological and Personality Science, haber sido pobre no te hace más empático con los pobres; como tampoco un exfumador no es más empático con los fumadores.
Lo que sucede aquí es que, en comparación con los que nacen en familias ricas, las personas que han superado la pobreza perciben que es menos difícil mejorar sus condiciones socioeconómicas. Esto puede llevar a una disminución en la empatía por los pobres, la percepción de que los pobres no hacen suficientes sacrificios, la atribución de la pobreza a factores internos y, en consecuencia, una menor disposición a apoyar la redistribución de la riqueza.
También existe una clamorosa brecha de empatía intercultural. Las expresiones faciales de personas de grupos étnicos/raciales distintos al propio se ven como menos intensas, menos dignas de preocupación, según concluyó un metaanálisis basado en 12 estudios llevado a cabo por los investigadores Agneta Fischer, Kai Jonas y Pum Kommattam.
No obstante, si fuéramos el otro y sus circunstancias en todas sus dimensiones… sencillamente seríamos el otro, obraríamos como él, pensaríamos como él. Probablemente, seríamos él.
Ponernos de verdad en el pellejo del otro es imposible. Pero tal vez, gracias a la tecnología, seamos capaces de hacerlo un poco mejor.
THE MACHINE TO BE ANOTHER
En un pequeño evento que tuvo lugar en Ojai (California), Daanish Masood, un negociador para la paz de Naciones Unidas que también es investigador en el campo de la realidad virtual, presentó uno de sus últimos proyectos. Llevaba años colaborando estrechamente con BeAnotherLab, una creación de Mel Slater, neurocientífico instalado en Barcelona.
El objetivo de BeAnotherLab es adaptar la tecnología de intercambio de cuerpos a unos novedosos dispositivos de «generación de empatía». Para ello, parten de la hipótesis inicial de que, cuando una persona experimenta la percepción del mundo desde dentro del cuerpo virtual de otro individuo, se produce naturalmente una sensación de empatía hacia la situación del otro.
[pullquote]Ponernos de verdad en el pellejo del otro es imposible. Pero tal vez, gracias a la tecnología, seamos capaces de hacerlo un poco mejor[/pullquote]
Daanish había traído a su equipo hasta Ojai para hacer una demostración de su sistema, llamado The Machine to Be Another («La máquina para ser otro»). Sin embargo, su mecanismo añade al principio básico del intercambio de cuerpos un nuevo e ingenioso elemento coreográfico que potencia todavía más el efecto de sentirse en otra persona.
El funcionamiento es sencillo: dos participantes se colocan las gafas de realidad virtual y, en primer lugar, se miran el regazo y ven el cuerpo de la otra persona en vez del suyo propio. A partir de ahí, van realizando una serie de movimientos coordinados conforme a unas instrucciones detalladas, y obedeciendo al estado, cada persona comienza a tener la sensación de que su nuevo cuerpo responde a las órdenes que ella le envía, lo que refuerza su experiencia de ser el otro.
Al cabo de un rato, se sitúa a ambos participantes frente a unos espejos y cada uno ve la imagen reflejada del otro, como si fuera el reflejo especular de él mismo. Finalmente, se descorre la cortina que separaba a las dos personas, y cada una empieza entonces a mirarse a sí misma desde dentro del cuerpo de la otra. Acto seguido, se aproximaban la una a la otra y se funden en un abrazo.
El neurocientífico Anil Seth contó su experiencia al probar él mismo el artefacto en su reciente libro La creación del yo (Sexto Piso, 2023): «Me tocó intercambiar mi perspectiva propia con la de una mujer de condición social bastante elevada y unos setenta y pico años de edad. La experiencia fue inesperadamente intensa. Recuerdo que miré hacia abajo, flexioné mi (su) mano y noté —con cierta sorpresa— las rutilantes zapatillas deportivas que yo (ella) llevaba puestas. Las del espejo y el abrazo final fueron sensaciones particularmente potentes, aunque no estaba muy seguro de si era por la experiencia de sentir que habitaba el cuerpo de otra persona o por la de verme desde la perspectiva de otro individuo».
Seth dice que la sensación de ser otro no desapareció del todo cuando abandonó el experimento. En él quedaba una experiencia residual. Un regusto. Lo cual también refuerza la hipótesis de la propiedad corporal entendida como una forma de alucinación controlada.
En puridad, solo estamos ante un truco de feria. Sin embargo, hackear nuestra capacidad de sentir lo que siente el otro es relativamente fácil. A través de las supuestas neuronas espejo, el martillazo en el dedo de otra persona puede hacer que crispemos el rostro como si el dedo fuera nuestro. Si la tecnología puede aumentar esta sensación, quizá eso funcionaría como un impulso para entender que el otro, por muy diferente que sea su color de piel, su ideología o hasta su comportamiento, es también un individuo con aspiraciones, sentimientos y zozobras como las nuestras.