Maneras de Vivir

La maravillosa libertad de hablar como nos dé la gana en internet

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Lo tenemos tan incorporado a nuestras vidas que no somos conscientes de lo mucho que nos ha cambiado. Ya no solo a nivel social y cultural, sino también en nuestra lengua. Porque está claro que en internet las reglas de escritura y de comunicación son distintas. Tanto, que podría decirse que tiene las suyas propias.

En 2019, la lingüista canadiense Gretchen MacCulloch escribió Because Internet, un ensayo en el que describía cómo nos comunicábamos los seres humanos en el entorno digital y en la red. Y lo hacía con la mirada curiosa y fascinada por lo que iba observando de una científica que no busca juzgar, sino registrar y entender. Ahora ese ensayo ha sido traducido al castellano por Miguel Sánchez Ibáñez y publicado por la editorial Pie de Página, con el título de Arroba lengua. Cómo internet ha cambiado nuestro idioma.

«La lengua es el proyecto de código abierto más espectacular que la humanidad ha concebido jamás, e internet está haciendo que cambie más rápido que nunca, y de modos totalmente insospechados», se dice en el prólogo del ensayo. Las aplicaciones y las redes sociales condicionan nuestra manera de comunicarnos, nuestras conversaciones.

Y afectan no solo a las estructuras gramaticales de los textos que escribimos allí, sino también a las normas de cortesía que utilizamos en el ámbito digital. Esas normas no escritas que nos hacen preferir un ‘jajajajaja’ a un ‘JAJAJAJAJA’, que nos llevan a entender cómo funciona un meme, e incluso crear nuevos, y que, según escribamos un punto final o no en una oración, sabremos la edad de nuestro interlocutor.

Patrones que se repiten

Pero, como toda lengua, también la que utilizamos en la red está sujeta a unos patrones que se repiten.

«Uno de los que aparecen con más frecuencia en el lenguaje online es la reutilización de indicadores tipográficos de autoridad, entusiasmo o vacilación para convertirlos en marcadores de sarcasmo, ironía o agresión pasiva», explica Gretchen McCulloch. Un ejemplo de esto lo vemos, en inglés, en el uso que hacen las personas mayores de la elipsis; es decir, el uso de puntos suspensivos para separar conceptos o frases («gracias… hasta luego»). Ese uso se remonta a las postales, donde el limitado espacio era una prioridad y había que recurrir al ingenio para contar mucho en pocas líneas.

Para lo más jóvenes, sin embargo, esos puntos suspensivos señalan que el mensaje está incompleto, es decir, una interrupción «que puede tener connotaciones de agresión pasiva o algo que no se ha dicho». O lo que es lo mismo, si un joven escribe a otro «vale…», es probable que esté diciendo lo contrario y que no esté conforme.

Lo cierto es que, aunque McCulloch escribió su ensayo pensando en cómo internet afecta al inglés, su lengua materna, muchos de los fenómenos que analiza en Arroba lengua se aplican de forma translingüística, es decir, afectan a todas las lenguas. «Por ejemplo, el uso de mayúsculas, signos de puntuación y emojis para transmitir el tono de voz y los gestos de tu mensaje: eso es algo importante para una gran variedad de usuarios de internet», comenta la lingüista.

Y aquí es donde destaca el papel del traductor, Miguel Sánchez Ibáñez, que, en opinión de la autora, ha hecho un fantástico trabajo localizando y extrapolando los ejemplos que McCulloch muestra en inglés al ámbito hispanohablante.

¿Internet convertida en lengua formal?

Ahora bien, si la lengua que utilizamos en la red sigue unos patrones y sus propias reglas, ¿quiere decir esto que podría llegar a convertirse también en una lengua formal?

«En internet se sigue utilizando un lenguaje formal», aclara la lingüista canadiense. «Por ejemplo, los artículos periodísticos (¡como este!) siguen escribiéndose en un estilo formal, y a menudo aparecen igual online que impresos. Pero internet también contiene una gran cantidad de lenguaje común de la gente corriente, que nunca ha obedecido del todo a los dictados de las autoridades académicas, ya sea en persona u online».

«Nuestro lenguaje cotidiano contiene patrones emergentes de cómo interactuamos unos con otros, de forma parecida a cómo un bosque se regula a sí mismo mediante un proceso orgánico; mientras que las normas y reglamentos autoritarios luchan contra la naturaleza de forma parecida a cómo un jardinero intenta impedir que un bosque crezca clasificando algunas plantas como malas hierbas», explica la lingüista con una metáfora.

Un regalo

Internet nos ha traído a los hablantes muchos regalos. El primero, nos ha abierto las puertas a la escritura informal. No es que antes no lo hiciéramos, es que ahora no nos preocupa hacerlo de una manera menos cuidada y sujeta a normas lingüísticas. Somos, por tanto, más libres. Como explica McCulloch en su libro, «la escritura en internet es completamente diferente: su forma no está cuidada, apenas está procesada y es, en consecuencia, maravillosamente banal». Podría decirse que hemos democratizado el registro escrito de la lengua gracias a la libertad que ha traído la red.

«Internet ha permitido a la gente corriente comunicarse entre sí por escrito en mucha mayor medida que antes —confirma Gretchen MacCulloch—. Una cosa que observo en la gente más joven o más conectada es que considera más importante escribir a cada persona concreta de modo que esa persona lo entienda que escribir de manera que sea aprobada por alguna autoridad académica superior. Llevamos mucho tiempo haciendo este tipo de cambio de códigos lingüísticos en el habla informal, pero internet ha aumentado los entornos en los que escribimos en ese registro informal, lo que significa que también es más necesario cambiar de códigos en la escritura».

Pero también es un caramelito dulce y maravilloso para los lingüistas: «Internet pone a nuestra disposición un lenguaje mucho más natural, sin filtrar ni editar, al que nunca antes habíamos tenido acceso. Antes inventábamos nuevas palabras, refranes y metáforas, y la primera vez que se utilizaban desaparecían inmediatamente en el aire, esperando potencialmente años o décadas antes de que se escribieran. Pero ahora la primera vez que se registra una palabra como ‘selfie’ a menudo se conserva en una publicación en las redes sociales al mismo tiempo o apenas unos días después de que se pronuncie».

Es decir, nos olvidamos de que somos hablantes, no escribientes, y lo que internet nos ha traído es que queramos escribir en ese entorno digital tal y como hablamos, lo que condiciona toda la manera en la que escribimos. En resumen, internet es ese lugar en el que interseccionan la escritura y la informalidad.

Memes, chats, emojis y nuevas formas de hacer lengua

De entre las muchas innovaciones que ha traído internet a la lengua, a todas las lenguas, quizá haya dos fenómenos, junto con los emojis y los emoticonos, que se han convertido en nuevas formas de comunicación.

Uno de ellos son los memes. Resulta curioso que un elemento gráfico creado con macros acompañado de una frase, a menudo solo comprensible en un determinado contexto idiomático o cultural, se haya expandido como la pólvora para comunicar ideas y conceptos entre los internautas. El famoso (y ya antiquísimo) ‘ola ke ase’ se entiende bien entre hispanohablantes, pero fuera de ese ámbito necesita ser explicado.

Lo mismo ocurre en sentido contrario, memes como los lolcats (aquí los protagonistas son los gatos, pero la frase en inglés que acompaña a esa imagen está tan mal construida, y por tanto causa risa, como el ‘ola ke ase’ español) cuesta entenderlos si no se es angloparlante.

Entonces, ¿por qué resultan tan atractivos y tan eficaces para comunicarnos con ellos? ¿Por qué se han expandido como la pólvora, a pesar de ser difíciles de entender?

«Creo que es precisamente el hecho de que un meme sea a menudo difícil de entender fuera de su contexto lingüístico o cultural lo que lo hace atractivo—opina McCullogh—. Cuando entiendes la referencia de un meme o haces un meme que gusta a otras personas, te sientes como un insider, un miembro de un club exclusivo de personas que se entienden entre sí».

El otro fenómeno que mencionábamos al principio son los chats. Aquellos primeros que nacieron con internet y que hoy, en una suerte de sinestesia, nos suenan pixelados, y los recientes como WhatsApp. La autora de Arroba lengua los considera algo que podría ser una nueva manera de comunicar.

«Los chats son una nueva e interesante forma de comunicación (bueno, solo tienen unas décadas) porque son un sistema de escritura que se produce en tiempo real. Antes había comunicación escrita asíncrona (como las cartas) y comunicación cara a cara síncrona (como el habla), pero la comunicación síncrona solo existía en algunos contextos muy limitados, como pasar notas durante una clase o una reunión. El carácter conversacional y de ida y vuelta de los chats hace más necesario el uso de indicadores de tono de voz y gestos, como el «jajaja» y los emojis.

Una razón más que refuerza el carácter oral de lo que escribimos en internet, donde exigimos a la lengua que imite los gestos y emociones que empleamos al hablar. Eso podrían ser los emojis y emoticonos. Como expresa Gretchen McCulloch en su ensayo, «ya no nos basta con relegar la comunicación más compleja a canales que permiten transmitir nuestra voz y la imagen de nuestras caras mientras hablamos: hemos pasado a exigir que nuestra escritura también sea capaz de expresar sin problema lo que queremos decir y, lo que es más complicado, cómo lo estamos diciendo».

Sin embargo, «los emojis no han triunfado por ser parte de una nueva lengua, sino, precisamente, por no serlo. En lugar de intentar competir con las palabras en su terreno de juego, los emojis suponen la incorporación de un sistema complementario que permite representar una nueva capa de significado».

Lo increíble de la lengua que utilizamos en internet y en redes sociales es que crece con nosotros, es libre, nosotros la construimos, por lo que será fascinante ver cómo evoluciona y hacia dónde nos lleva. Será interesante leer nuevos estudios para comprobar la increíble velocidad que llevan esos cambios. Al fin y al cabo, como expresa McCulloch en su dedicatoria, «este libro no es más que un mapa; vosotros sois el territorio».

Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista. Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu. A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá. Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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