Icono del sitio Yorokobu

Guías con estrellitas: la dictadura de TripAdvisor

Después de un par de horas al sol en la playa, mi mujer y yo regresamos al apartotel. Al paso vimos un restaurante chino cerrado.

¿Cenamos aquí?, dije. Era la hora de almorzar y ya estaba pensando en la cena.

Tras un almuerzo de albóndigas de lata y patatas fritas con el fondo de las noticias locales (ningún asesinato, ningún accidente, exportación de fresas), busqué en internet sobre el chino. Quería asegurarme: en octubre cierran locales en zonas de costa. Encontré críticas atroces de 2014 en Tripadvisor. Ninguna de años posteriores. Escribo en octubre de 2016. El chino estaba en el puesto 56 de 64 locales de la pequeña localidad costera.

Parecía que los primeros comentarios asustaron a otros críticos de bares y restaurantes. Críticos que buscan acumular medallitas de colorines. Y aunque las críticas eran de 2014, dudé si satisfacer mi antojo. Lo comenté a mi mujer.

Vayamos a la aventura, dijo ella.

Salimos redondos, como decimos en Sevilla cuando estamos satisfechos por la comida y la bebida.

Las críticas de 2014 no se correspondían con nuestra experiencia. Volviendo, pensaba cómo nos dejamos guiar por desconocidos y que las críticas sobre comidas y actividades efímeras deberían tener fecha de caducidad. Pasado un tiempo deberían ser eliminadas de internet.

El plato que comió él crítico no es el mismo plato que tú comes. De un día para otro pueden cambiar los cocineros y los camareros y las cartas. De un año para otro, mucho más.

Puesto que las webs de críticas de bares y restaurantes no eliminan los comentarios de los usuarios, deberíamos fijarnos en las fechas de publicación. Recomendación que parece estúpida o innecesaria, pero por las redes sociales circulan noticias con meses y hasta años de antigüedad que damos por recientes.

Conviene mirar opiniones respecto a productos electrónicos que queramos comprar o que supongan un gasto importante. Un coche. Un seguro de coche. Una casa. Un robot de limpieza. Estudiar qué banco o caja podría estafarnos menos con las comisiones. ¿Dos euros por un correo electrónico para comunicar una transferencia?

Un teléfono móvil, por ejemplo, salvo error de fábrica o deterioro en transporte, es idéntico para todos los compradores. Muchos usuarios de una web pueden coincidir en sus impresiones: el móvil XZ se calienta demasiado o la pantalla táctil de XZ es poco sensible. Sí. Podemos fiarnos de un elevado número de críticas sobre un objeto industrial.

No deberíamos tomar por válidas las críticas sobre un restaurante o un bar o una cafetería. Es guiarse por paladares y olfatos de gente que no conocemos sobre cosas que desaparecieron. ¿Qué pruebas respaldan a los críticos de comida y bebida? No podemos rebatir los platos que pidieron años atrás. Desaparecieron.

Tener como guía estas críticas supone aceptar un juicio que, por otra parte, puede ser malintencionado o hecho con prejuicio o desconocimiento.

Mejor vayamos a la aventura. No atender a las guías ni las webs ni los blogs sobre qué comer, qué mirar, qué visitar, qué hacer, qué ver, qué leer. Nos apartan de experimentar, de probar, de crecer: anulan el criterio y las propias experiencias.

Tenemos una vida de por sí rutinaria. Organizar el trabajo, sí: a tal hora, reunión y tal otra, hablar con el gestor.

Encorsetar la diversión, no.

Saber que tengo que terminar un encargo antes del jueves, sí. Aceptar que no me gustará el pato a la naranja del restaurante…, porque lo dijo un individuo en 2014, no, de ninguna manera.

Aceptemos la aventura en el día a día, si no queremos sentirnos aborregados. La aventura no tiene por qué consistir en organizar —¡organizar!— una serie de actividades supuestamente excitantes. Una forma de introducir un poco de incertidumbre a la vida, de gracia, de la posibilidad de conectar con la originalidad es no atender los debes y tienes sobre el ocio o, si nos topamos con una guía, llevarle la contraria. Si mi mujer y yo hubiéramos prestado atención a las malas críticas sobre el chino, nos habríamos perdido un delicioso pato a la naranja y un paseo nocturno con una agradable brisa. Una brisa que, como el pato, no será tu brisa.

 

Salir de la versión móvil