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‘Hikikomori’, el fenómeno de ermitaños modernos se expande por Occidente

hikikomori

Con el término hikikomori se conoce al síndrome de aislamiento social juvenil que se popularizó en Japón a finales del siglo pasado a raíz de la publicación del libro Sakateki hikikomori, una adolescencia sin fin, del psiquiatra Tamaki Saito. Aunque este fenómeno no es exclusivo del país nipón. De hecho, cada vez son más los casos hikikomori detectados en países occidentales, lo que plantea nuevas preguntas sobre las causas y consecuencias de este comportamiento en diferentes contextos culturales.

¿Qué es el hikikomori? De Japón al resto del mundo

El síndrome hikikomori se trata de un aislamiento social extremo  y voluntario. Las personas afectadas tienden a recluirse para evitar cualquier tipo de contacto social al que sustituyen, en muchos casos, por relaciones virtuales.

Esta circunstancia genera un deterioro significativo en la salud mental de las personas, al ir asociada a otras conductas y síntomas como el desinterés por la salud y por la higiene personal, ansiedad, agorafobia o depresión, entre otras.

¿Por qué alguien elegiría hibernar?

Las razones detrás de este autoexilio son variadas e incluyen factores sociales y económicos propios de la sociedad actual.

Algunos estudios apuntan a las dificultades para acceder al mercado laboral que encuentran los jóvenes, y la precariedad de este una vez logran acceder a él. Una circunstancia que obliga a no pocos mileuristas a seguir viviendo con sus padres y que muchos achacan como una de las responsables de la epidemia de ninis (personas que ni estudian ni trabajan). En muchos casos, esta frustración ante la falta de expectativas laborales y económicas empuja a estos jóvenes al aislamiento social.

La capacidad de liberar dopamina en nuestro cerebro que poseen los videojuegos o las redes sociales es también una de las causas por las que muchos de estos jóvenes (en su mayoría) cambian el contacto humano por los likes. Aunque, en ocasiones, este retraímimiento social viene causado por experiencias traumáticas como el acoso escolar, que derivan, a su vez, en ansiedad social o incluso en trastorno de estrés postraumático.

Síntomas del síndrome: Cuando tu habitación se convierte en tu mundo

Para muchos afectados por el síndrome, internet es como esa mantita que, además de calor y confort, te proporciona una sensación de seguridad de la que no te quieres desprender. La red se convierte en su ventana al mundo, su red social y su parque de juegos, todo en uno. Aunque el refugio digital no está exento de problemas. Más bien lo contrario.

Adicción a los videojuegos o abuso de la pornografía son solo algunos de los problemas asociados al hikikomori. Y, por supuesto, el riesgo de depresión fruto precisamente del aislamiento social. Porque, al final, lo que empieza como un escape puede convertirse en una prisión digital de la que es difícil salir.

¿Enfermedad mental o síndrome del siglo XXI?

A la hora de tratar de definir qué es el hikikomori es donde la cosa se pone más enrevesada. Oficialmente no está reconocido como un trastorno mental en Occidente y, además, existe un debate abierto sobre si es un síndrome cultural japonés o una condición universal.

Es como si estuviéramos ante el gluten de los trastornos mentales: ¿realmente existe o es solo una moda? Lo cierto es que el hikikomori suele venir acompañado de otros problemas de salud mental, como depresión o ansiedad social. Pero ¿es la causa o la consecuencia? Es el clásico dilema del huevo y la gallina, versión milenial.

Tratamiento: sacar al hikikomori de su cueva (con mucho tacto)

Tratar el síndrome de hikikomori es como intentar sacar a un gato de debajo de la cama: requiere paciencia, estrategia y, probablemente, unos cuantos arañazos en el proceso. Los expertos han desarrollado un arsenal de enfoques prometedores, cada uno más ingenioso que el anterior.

En primer lugar, tenemos la psicoterapia, que se perfila como el as bajo la manga frente a las pastillas (a menos que realmente las necesites, claro). Luego está la terapia individual, grupal o familiar, porque a veces hace falta un pueblo entero para sacar a alguien de su habitación. Y no nos olvidemos de las técnicas para combatir la evitación y la agorafobia, que son como el GPS para navegar de vuelta al mundo exterior.

La clave de todo esto parece estar en un acercamiento gradual y respetuoso. No se trata de arrancar la manta de seguridad de un tirón (eso sería como intentar bañar a un gato), sino de ir desenredándola poco a poco. Es un baile delicado entre el apoyo y el desafío, con el objetivo de que la persona vuelva a sentir que tiene un lugar en el mundo más allá de las cuatro paredes de su habitación.

Retos culturales: cuando el diagnóstico se pierde en la traducción

Detectar y tratar el síndrome de hikikomori en países occidentales es como intentar explicar el concepto de siesta a un nórdico. Algunos desafíos son:

En España, centros como el Hospital del Mar en Barcelona están a la vanguardia en la investigación y tratamiento de este fenómeno.

¿El hikikomori como espejo de nuestra sociedad?

Quizás el síndrome de hikikomori nos está gritando algo importante sobre el mundo en el que vivimos. En una era donde tenemos más amigos online que nunca, ¿nos estamos olvidando de conectar de verdad? ¿Es el hikikomori una forma extrema de decir «paso» a una sociedad que sentimos como hostil o abrumadora?

No hay respuestas fáciles, pero el debate está servido. Lo que está claro es que el hikikomori ya no es solo cosa de japoneses. Es un fenómeno global que nos obliga a replantearnos cómo nos relacionamos, cómo definimos el éxito social y cómo apoyamos a quienes se sienten desconectados del mundo.

Es un fenómeno complejo que desafía explicaciones simples. No es solo un problema individual, sino un síntoma de cambios sociales más amplios. Entenderlo y abordarlo requiere un enfoque multidisciplinar que tenga en cuenta factores psicológicos, culturales y socioeconómicos.

Mientras los expertos siguen debatiendo definiciones y tratamientos, quizás todos podríamos reflexionar sobre nuestros propios hábitos sociales y digitales. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una conversación cara a cara que no involucrara una pantalla? ¿Estás usando la tecnología para conectar o para esconderte?

Este fenómeno social nos recuerda que la conexión humana real sigue siendo tan necesaria como el aire que respiramos.

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