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Hipocresía digital

Paseando con una amiga, la calle desierta, la noche ideal, un coche sin luces pasó por delante de nosotros mientras cruzábamos un paso cebra. El conductor aparcó con un chirrido en la única plaza de minusválido de la calle aunque había huecos. Entonces vi el coche (negro y tuneado) y vi al conductor (camiseta ajustada, brazos de mancuernas, sonrisa de perdonavidas, carne de telerrealidad); salió del coche y entró en el minimercado minutos antes de que cerrara.
—Mamón, donde ha aparcado —dije.
—Igual es minusválido mental —dijo mi amiga.

Nos reímos. El chiste era bueno. Mi amiga rescata gatos, colabora con asociaciones contra el cáncer, envía SMS a UNICEF. Pero en la intimidad, entre amigos, habla sin el corsé de la corrección política, como hacemos muchos que no somos sospechosos de ser malas personas:
—Dejó de beber y fumar, y se puso gordo.
—Esta mañana entró un viejo en la oficina…
—En el pueblo, P. era un cateto con rebeca de punto; fue venir a la ciudad y salir del armario: ahora es un mariquita fashion con pantalones ajustados.
En el habla coloquial con frecuencia palabras como gordo, viejo, cateto y mariquita funcionan como descripciones más que como insultos. La corrección política sugiere opciones antinaturales:
—Dejó beber y fumar, y cogió sobrepeso. [¿Cuánto? ¿Dos, diez, veinte kilos?]
—Esta mañana entró una persona de la tercera edad en la oficina… [La corrección alarga innecesariamente la frase. Mejor «viejo» o «un señor mayor»].
—En el pueblo, P. llevaba rebeca de punto; fue venir a la ciudad y aceptar su homosexualidad. [Así hablaría un robot o un presentador de televisión].
La mayoría de nosotros sabemos que decir gordo no significa —porque sí— ser gordófobo; que decir marica o maricón no significa ser homófobo (por ejemplo, en Sevilla, entre amigos, como veremos más adelante); que decir viejo no significa despreciar a los ancianos. Gordo, marica o viejo adquieren significado por el contexto y el hablante —como las palabras pitufas—, y el oyente inteligente lo entiende.
SEVILLANOS, MAMONAS
Dos sevillanos periféricos —no necesariamente faltos de seso y cultura— que se encuentran en la calle hablan así:
—¿A dónde vah, mamonah?
—A veh a la maricona del Cabesa —con ese.
Una persona que tomara las palabras literalmente pensaría que Cabesa es un insulto hacia una persona con una cabeza grande y que maricona es una manera de insultar a un homosexual. Podrían serlo en otro contexto, no en este. También el método finlandés para acabar con el acoso escolar considera este lenguaje no agresivo cuando se da entre amigos.

En Sevilla vemos a dos amigas vestidas con elegancia que coinciden en la calle y se dicen:
—¡Japutiiiiiiii!
A su alrededor nadie se escandaliza, pero un desconocedor de la ciudad que esperara un lenguaje exquisito, quizá encuentre esto propio de personas sin instrucción ni modales. Sin embargo, el profesional sevillano reputado de lunes a viernes —procurador, ingeniero químico o periodista—, cuando llega el fin de semana se comporta y habla así. Cambiar de registro es una característica de la inteligencia. Por esto, distinguimos:
—Qué hay mamona —entre amigos.
—Arbitro, mamona, la hora —cuando nuestro equipo de fútbol gana in extremis y el tiempo de prórroga se alarga.
—Será mamona la tía, que sah colao —¡que la reviento!
Hace años, con cierta malicia disfrazada de afán pedagógico, invité a vino con magdalenas a una joven estadounidense (era su merienda favorita). Esa americana era amiga de un conocido mío, un profesor de Filosofía.
—La próxima vez que veas a F. dile: «¡Qué hay, mamona!» En Sevilla, los amigos se saludan así —dije.
No mentía, pero en la comunidad universitaria, como en Downton Abbey, mamona está fuera de lugar. Así, que esperaba las reacciones de mi travesura:
—F. dice que tú eres mala influencia.
Imaginé a F. en su casa, en medio de una comida con colegas, disertando sobre la última película turca o rumana y a la joven norteamericana gritando: «¡Hola, mamona!». A pesar de mi pequeña malicia, la turista comprobó con el tiempo que mis palabras eran ciertas en la calle.
ASPERGER DIGITAL
En el lenguaje escrito hay un problema que Isabel Garzo identifica en ¿Entiendes lo que lees?:

«[La incapacidad para] Identificar la ironía, la metáfora y el humor. Exceso de literalidad, especie de «síndrome de Asperger» digital que hace que veamos a diario personas «ofendidas» por tal o cual artículo o tuit».

(Por cierto, una comparación que quizá no guste a personas afectadas por Asperge ni a sus familiares. ¿Sería posible hablar sin molestar a nadie? Poniéndonos exquisitos, no. Quizá en alguna ficción distópica exista un lenguaje completamente aséptico).
Una de las causas del Asperger digital es el desconocimiento del autor y de sus intenciones; también la falta de contexto debido a la lectura en vertical o de los fragmentos destacados por otros lectores.
En La estupidez creciente escribí el siguiente párrafo aislado entre espacios en blanco:

«Actualmente, las leyes prohíben la violencia física para reconducir al tonto. Esto unido a la desaparición del servicio militar obligatorio (que quitaba mucha tontería en los hombres), ha provocado un aumento del cretinismo en las últimas décadas».

El artículo fue escrito en clave de humor de principio a fin, pero hubo lectores que se acogieron a este párrafo para opinar que hacía apología del maltrato y que reivindicaba una educación fascista.
EL TUIT SIN CONTEXTO
Fuera de su círculo de seguidores, el autor de un tuit está verdaderamente indefenso. En 2011, aunque parece siglos, el director de cine Nacho Vigalondo, por entonces colaborador de El País, escribió en su cuenta de Twitter:

«Ahora que tengo más de cincuenta mil followers y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!»

Por esta frase, Vigalondo recibió desde amonestaciones a insultos en Twitter. Las consecuencias no acabaron en la red social: El País vetó a Vigalondo: retiró la campaña de promoción protagonizada por el director y le cerró el blog. Años después aparecieron series de animación como Padre de familia o American dad con chistes sobre judíos que harían palidecer a la frase de Vigalondo. Sin embargo, parece que el público cuestiona más la palabra escrita que las frases de personajes de ficción.
El articulista, el periodista, rara vez es un personaje y esto es un hándicap para usar la ironía: hay lectores que dan por verdaderas las palabras del escritor de prensa o revistas, aún en artículos de opinión. El «síndrome de Asperger» digital que apunta Isabel Garzo.
De puertas adentro hablamos de una manera que de puertas afuera rara vez nos atrevemos: tememos el linchamiento de personas que quizá en privado hablen como nosotros.
Para cerrar, a modo de curiosidad: el corrector ortográfico de Google Chrome no admite «minusválido»:

Imagen: Monigotes del autor del artículo sobre imagen de La calle Sierpes en Wikipedia con licencia Creative Commons.

Por Javier Meléndez Martín

Soy guionista desde 1998. He trabajado en producciones de ficción y programas para Canal Sur, ETB y TV3.

Co-escribí el largometraje para televisión Violetas (Violetes), una película para Televisió de Catalunya, Canal Sur Televisión y Canal 9. (2009).Violetas consiguió dos premios y dos menciones.

Imparto talleres de guion desde 2010.  Ahora, en Portal del escritor.

Puedes leer mi blog La solución elegante (recomendado por la Universidad Carlos III de Madrid para estudiantes de guion).

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