Empezarán por las escenas de sexo. Esas en las que ella aún viste una gasa transparente que no esconde ni un solo detalle de su cuerpo. Ellos, en cambio, están desnudos. Los dos hombres que devorará la mujer rubia solo tienen encima una máscara que esconde su cara.
En la calle, esa mañana de marzo, hace mucho frío. Erika Lust, la directora de esta película erótica, llega a las 10 a la sala Razzmatazz de Barcelona. Es la primera vez que va a rodar un corto erótico con danza moderna y la primera vez que en la escena sexual habrá una mujer y dos hombres. No es lo habitual. Los tríos suelen funcionar mejor cuando hay dos chicas porque ellas no cuestionan su feminidad por revolcarse en una cama con otra mujer. Ellos, en cambio, lo toman como un desafío a su hombría.
«Esto es más complejo de lo habitual», dice la directora. «Es más fácil cuando solo hay dos personas». Lust saca un papel y empieza a leer un texto en voz alta, susurros y pausas dramáticas. Es teatro oral:
Cierro los ojos y ahí están todas esas criaturas híbridas.
Muchas me miran fijamente,
caminan alrededor de mí.
Puedo sentir su respiración y el calor de sus cuerpos.
Tengo miedo.
Mi corazón late acelerado.
Es el principio de una confesión que alguien escribió en portugués. Desde hace tres años la directora sueca afincada en Barcelona lee cada día las fantasías sexuales que escriben usuarios de todo el mundo en su plataforma XConfessions. Lust escoge las que más le gustan, las transforma en un guion y las rueda en un corto. Esta, Horny Beasts, la escribió Animalesq.
El equipo técnico lleva desde las siete de la mañana preparando el rodaje. Es un día gélido de marzo y al entrar en la discoteca el frío pega aún más. En el pasillo donde se va a grabar la escena sexual de la película han introducido una estufa. Ahí están ya los tres performers. Ella, con el pelo suelto, rubio y una trenza sobre la cabeza, tiene un cierto aire de hada. Ellos, con unos pantalones negros y el torso desnudo, parecen criaturas de los bosques. Lust pretende envolver esta historia en la estética del sueño de una noche de verano de Shakespeare.
Están preparando el set. La escena de esa ensoñación transcurrirá entre baldosas blancas y negras. Así son el suelo y las paredes. Exactamente iguales. Parece que ese momento se va a colar en algún lugar de Alicia en el país de las maravillas cuando, de pronto, se oye a lo lejos a una mujer preguntar:
—¿No le van a comer el chocho?
Los dos performers, el conocido actor porno Juan Lucho y el británico Max Deeds, se prueban las máscaras. Tienen que hacer el papel de esas criaturas híbridas temidas y deseadas a la vez por la protagonista. Lucho se quita la careta y suelta:
—Bueno, voy a fumar un cigarrito.
A dos pasos hay una terraza que da a unos patios interiores. Va hasta allí con el pitillo. Le siguen Deeds y la protagonista, Misha Cross. Fuman pensativos, concentrados. Apenas hablan entre ellos. Parece que el cigarro marca la línea entre realidad y ficción. Como si el humo les indicara el primer paso de un rito de iniciación.
El personal de limpieza debió de emplearse a fondo el día anterior. El habitáculo de las baldosas negras y blancas huele a limpieza profunda hasta que enchufan una máquina de humo. El artefacto desprende un aroma a caramelo y en el aire empiezan a ascender espirales de niebla blanca. Al fondo, para iluminar la oscuridad, surge una luz tenue. Es roja. Eso da pistas de lo que pasará ahí después.
[L]os performers entran. Bromean. Hay armonía. Pero el tiempo corre y en los rodajes cada segundo pesa como un plomo. Hay prisa. Erika Lust habla con ellos y con el resto del equipo para decidir qué van a rodar. Tan solo marca unas guías. A la directora le gusta que en las escenas de sexo haya libertad y los performers se dejen llevar por lo que vaya surgiendo.
Los dos actores están preparando el instrumental para el momento en que la cámara empiece a grabar. Es una masturbación profesional, con rostro concentrado y los pantalones por debajo del culo.
—Do you feel good? —pregunta Lust—. Si pensáis que la escena no funciona, lo decís y paramos.
En el rodaje a veces se habla inglés y a veces, español. Hay personas de varias partes del mundo. Cross es polaca y Deeds es británico. Apenas hay luz en la sala y, de pronto, se oye una voz:
—¡El lubricante que necesita ella!
Está encima de la mesa del monitor. La actriz lo coge, se lo unta y murmura para sí misma:
—Oh, my pussy.
Por su gesto parece que el efecto es como el de un abridor de cervezas. Alguien pide que cierren la puerta. Hace frío y hay que retener el calor. De pronto, todo queda a oscuras.
—It’s a dark room! —bromea Lust.
Menos mal que el siglo XXI está plagado de móviles. La luz de las pantallas permiten abrir la puerta y ver qué ha pasado. Han saltado los plomos. Parece que la estufa chupa demasiado. Vuelve la luz y la directora exhorta en voz alta:
—¡Cámara! ¡Acción!
Empiezan las felaciones. A uno y a otro. La cámara mira pero permanece a una distancia prudente para no interferir. Esto no pretende ser porno al uso, donde, según Lucho, hay que hacer acrobacias para que el objetivo pueda llegar hasta las más hondas profundidades. Lust nunca busca una retransmisión de «posturas, genitales, fluidos y penetraciones». Esto es otra cosa. Ella no entiende el cine erótico sin una historia detrás. «Quiero saber por qué han llegado a esa situación», explica. «Quiero conocer qué sienten, qué piensan y qué ha pasado antes. Al fin y al cabo, el órgano sexual más potente de nuestro cuerpo es el cerebro. La pornografía tiene aún mucho potencial».
Lust mira la escena desde el monitor. No escribe. Toma notas haciendo fotos de lo que ve en la pantalla y, a veces, se emociona y se acerca tanto que casi se mete entre los píxeles. Hace movimientos con los brazos para jalear a los performers y se muerde la boca para contener un grito de aclamación. Pero hay que guardar un silencio sepulcral. Están grabando y los micrófonos no deben ni intuir su emoción. Lo único que recogen es el sonido de los restregones y los chapoteos.
—Cambiad de postura —dice en alto—. ¿Estáis bien? ¿Todo bien? —esa es la pregunta que más repetirá a lo largo del día.
Cross, Lucho y Deeds asienten con un gesto. Todo en orden. La grabación de esta escena no llega a los sesenta minutos. En el porno mainstream quedarían aún dos o tres horas de fregado. Por eso, en esos rodajes, los performers toman píldoras ‘impulsivas’ que pretenden hacer del hombre un superman. A ver si no quién mantiene un falo tieso más de cuatro horas.
A Lust no le gustan las imposturas. Hace tiempo que declaró que pretende mostrar sexo real y no le interesa que sus actores ingieran química. En sus rodajes, las escenas de sexo se graban en media hora o cuarenta minutos. Lo de hoy es una excepción.
—Ha sido mucho más largo de lo que pensaba pero estoy muy contenta —celebra la directora al equipo.
Lust está radiante. Feliz. Emocionada.
—Esto es lo más fuerte que hemos hecho nunca. ¡Estamos todos sorprendidos! —comenta cuando se rompe el silencio de la grabación.
Las agujas del reloj siguen afiladas. El rodaje sigue con celeridad. Los técnicos trasladan sus equipos a toda velocidad. Los performers van a limpiarse, vestirse y fumarse el cigarro que hace de túnel de vuelta al mundo del primer pitillo en la terraza.
—Was it ok? —pregunta Deeds a la directora.
—It was super cool! —responde entusiasmada—. Creo que este corto va a quedar muy guay. ¡Va a quedar muy bien!
[E]rika Lust estudió ciencias políticas, feminismo y sexualidad en la Universidad de Lund. En un lugar civilizado como Suecia, el sexo no provoca risillas ni el feminismo despierta hordas de troles en internet. En la moral de ese país no pesan fangos ideológicos sobre el sexo ni en su diccionario aparece la palabra ‘vergüenzas’ como sinónimo de ‘genitales’. Allí, en 1989, Lust leyó un libro que despertó para siempre su interés por la sexualidad, la pornografía y el género en el cine: Hard Core. Power, Pleasure, and the Frenzy of the Visible, de Linda Williams.
Eso le hizo descubrir que se identificaba con las feministas prosexo. Creía que las mujeres tenían el mismo derecho que los hombres a disfrutar de la sexualidad, pero la pornografía que había conocido en la adolescencia le daba repelús. Le parecía vulgar y desagradable. Pensaba que esas películas de las salas al fondo del videoclub no mostraban el placer de la mujer. Al contrario. Resultaban un suplicio.
Pero no estaba todo perdido. Un día vio The Lover, de Jean Jacques Annaud, y quedó fascinada. Era una película erótica «inteligente y artística». Justo lo que ella quería hacer. En el año 2000 Lust se trasladó a Barcelona y empezó a trabajar en una productora de cine. Entró por la puerta pequeña. La contrataron para algo así como la chica de los recados. Era la que servía el café, compraba las baterías del equipo técnico o llevaba a los actores de un lugar a otro. Pero estar ahí afianzó su deseo de filmar.
Lust se apuntó a clases de dirección de cine y en 2004 estrenó The Good Girl sin muchas pretensiones. En ese primer corto erótico cambió el foco. No había mujeres complaciendo a hombres. La protagonista buscaba su propio placer. La directora intentaba liberarse del discurso pornográfico habitual del cine de hombres para hombres y se dejó la piel en el decorado, la música, el guion, las localizaciones y la fotografía. Todo eso que la industria del porno más varonil reduce a la habitación de una casa o un hotel donde solo hay un sofá rojo, blanco o negro.
La sueca publicó The Good Girl en internet y tuvo casi dos millones de descargas. Los números atestiguaron que el erotismo culto y de buen gusto tenía un público esperando. También lo declaró la crítica. Al año siguiente, el corto ganó el primer premio del Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona (FICEB). La noticia llegó cuando ella ya había decidido fundar su propia productora: Erika Lust Films. Después filmó Five Hot Stories For Her (2005); Barcelona Sex Project (2008); Life, Love, Lust (2010); Cabaret Desire (2011), y los cortos Handcuffs (2009) y Room 33 (2011).
Hoy, en la sala Razzmatazz, mientras se graban las escenas de sexo explícito, el monitor deja ver en la protagonista los pliegues habituales de la piel de los glúteos de una mujer. Esos que la industria farmacéutica describe como el pellejo de Satán, al que hay que combatir con un anticelulítico feroz.
Pero Lust no entra al trapo de la industria de los complejos. No retoca ningún rasgo humano. En la posproducción tratan el color, los encuadres, el sonido. Todo lo que tiene que ver con el arte de la película. A eso sí dedican hasta varias semanas de trabajo.
Tampoco se somete a las modas artificiales de la pornografía. En sus películas pretende mostrar personas habituales. No le gusta la silicona, ni los músculos mazados, ni la calvicie genital. En uno de los cortos más vistos de XConfessions, Boat Buddies With Benefits, la protagonista luce vello en sus axilas. Sin miedo. «Desde hace un tiempo me escriben muchos mensajes pidiéndome que quieren ver mujeres sin depilar», comenta. «El matojo está de moda otra vez». Así es, para disgusto de la industria de la estética y de algunas actrices de cine porno que decidieron hacerse la depilación láser debajo de sus bragas. Hoy esa decisión les pasa factura. La belleza ya no consiste en un buen rasurado y eso les obliga a usar pelucas púbicas.
En esta semana de cinco rodajes, uno por día, Erika Lust irá a por otro tabú: el sexo cuando la mujer tiene la regla. «Hay muy poco cine erótico en el que aparezca el periodo y, cuando lo incluyen, suelen dar una imagen negativa en vez de normalizada», indica Iasa Monique, coordinadora de contenidos de la productora. «Erika investiga mucho antes de tratar un tema en sus películas. Es muy exigente. Siempre intenta transmitir muy bien lo que quiere contar y que todo sea ético. Hace poco grabamos por primera vez una escena de sexo anal. Lo hicimos, como siempre, desde la perspectiva de la mujer. Fue algo muy delicado, en una cama, con sábanas llenas de pétalos».
[A]penas hay luz. Es la una de la tarde y todo el equipo se ha desplazado a unas escaleras de Razzmatazz para grabar la persecución. Los dos performers y los tres bailarines disfrazados de animales con una máscara tienen que seguir los pasos de la ninfa que abrirá el corto tumbada en una alfombra blanca. Nadie sabe si es sueño o realidad. El texto escrito en portugués lo deja en el aire:
De repente, siento todo muy fuerte:
el temor, la incertidumbre, sus caras de animales,
esta atmósfera loca que me hipnotiza…
Empiezo a sentir que soy un animal también.
¡Quiero acercarme a ellos,
sentir lo que sienten, bailar con ellos,
saborearlos y convertirme en uno de ellos!
Quiero su carne en mi boca y dentro de mí.
Quiero sus cuerpos.
Están preparando la escena. Ofrecen café de termo y pasan una lata de galletas de mantequilla entre los actores y el equipo técnico. La coreógrafa, Riika Laakso, explica cómo han de ascender y descender por los peldaños. La danza y la música tienen que construir «un sueño erótico peligroso pero atractivo», detalla. «Los movimientos tienen que expresar: me das miedo pero quiero».
Deeds está sentado en una de las franjas de las escaleras donde no apuntan las cámaras. Está esperando a que llegue su turno para grabar. Misha Cross se sienta entre sus piernas un peldaño más abajo. El británico la abraza y le da un beso de madre en el hombro. El sexo entre ellos es solo trabajo. Fuera de las cámaras son amigos. Dos días antes los dos tuitearon una foto en la que aparecían juntos, con una amiga más, tomando una cerveza en una terraza de Barcelona.
Lust dedica mucho esfuerzo a crear un buen ambiente. En sus películas, intenta formar grupos de performers que se lleven bien. «Es fundamental para hacer un buen trabajo», especifica. «En el casting siempre pido a los entrevistados que me digan el nombre de sus cinco personas favoritas para trabajar y luego tengo muy en cuenta esa información».
La directora observa en el monitor cómo suben los bailarines por las escaleras en una danza de suspense.
—Aaaaand… cut! ¡Lo tenemos! —y empieza a aplaudir.
Pasan las dos de la tarde. Han reservado una mesa grande en un restaurante situado a una manzana de la discoteca para comer todos juntos. Son unas treinta personas. «Esto solo ocurre en las películas de Erika. Lo normal es que te vayas a comer por tu cuenta y luego pases la factura», comenta Lucho. Tampoco es habitual contar con un equipo tan amplio. En el resto de rodajes el porno star suele trabajar tan solo con un director, dos cámaras, una maquilladora y el resto de performers.
Lucho señala una diferencia más: la distancia de la cámara. A veces el afán de grabar lo más cerca posible obliga a los actores a realizar escorzos incomodísimos. Lust, en cambio, intenta que el objetivo no se entremeta en la acción. «Yo pretendo que el sexo sea real y para eso es necesario que los cuerpos se toquen. No podemos meter una cámara por medio». El único requisito es que tengan más de 21 años. En una guía que escribió la autora sobre el consumo inteligente de películas para adultos declaró: «Me gustaría saber que los performers han explorado su sexualidad en privado antes de decidir tener sexo frente a una cámara».
Ni siquiera el objetivo busca lo mismo en el cine porno masivo y el cine erótico de Erika Lust. «Me gusta un cine más trabajado e interpretaciones más realistas», precisa. «El hombre siempre enfoca a la chica. A mí me interesan otras cosas, como, por ejemplo, la espalda del chico. Intento reflejar la mirada de una mujer y por eso casi todas las personas de mi equipo son chicas. Trabajo con ellas porque quiero darles la oportunidad de hacer el cine que les gusta».
[E]l cine de adultos no fue siempre acartonado. «Muchas personas se sienten frustradas con la pornografía porque solo intenta mostrar la chicha. Ahora esto va de hacer dinero, pero antes no era así», explica Lust mientras come una ensalada.
Este género nació con grandes pretensiones, según la autora del libro Good Porn: A woman’s guide. «En los años 60 y 70 había cineastas que querían contar buenas historias eróticas. Intentaban crear piezas artísticas y transmitir algo. Exploraban esta temática como reacción al conservadurismo de la época».
Ella pretende rescatar esa ambición. «Me interesa todo lo que hay detrás del erotismo: el contexto, los pequeños ingredientes de la historia, la fotografía, las localizaciones, el argumento, el color de la fotografía. Hoy el porno es muy básico. Me falla su visión artística. No trata de transmitir sensaciones. No hay tramas ni habla de relaciones. Eso es lo que a mí me enciende».
Pasadas las cuatro de la tarde empieza la última parte del rodaje. Han dejado para el final la primera escena: la danza de Horny Beasts. En una mesa, al fondo, hay galletas, gominolas, chupa-chups, café, té, leche de soja y leche de vaca. En el centro de la pista de la discoteca, todos bailan, la ninfa y esos seres extraños de los que el portugués dijo en su confesión:
No sé quiénes son pero estoy tan caliente que empiezo a acercarme a ellos.
¡Ven a mí! ¡Toma mi cuerpo! ¡Dame el placer que quiero!
No uso palabras.
Lo digo todo con mi cuerpo.
Y ellos vienen a mí.
Se mueven de modo salvaje
para satisfacerme en todas las formas posibles.
Pelean entre ellos.
Todos me quieren y soy muy feliz por poseerlos a todos.
Ellos me dan todo lo que quiero y más.
No puedo parar. No pararé.
Mi cuerpo se derrite en placer.
Cuando la danza se ha terminado, me siento completa.
Lust está detrás del monitor. Mira la danza a diez centímetros de la pantalla y mueve los brazos de forma efusiva. Es el grito de emoción que dará después, cuando los micrófonos no estén grabando.
—Aaaaaand cut!
Se levanta, aplaude y grita:
—¡Muy bien! ¡Muy bien!
El set sigue oliendo a algodón de feria. Procede de la máquina de la neblina. La ninfa no lleva ropa. La maquilladora se acerca a ella cada vez que apagan las cámaras para marcarle los bucles dorados del sueño de una noche de verano. Es una desnudez natural y serena. Nada que ver con la estética de pechos gigantes, gargantas profundas y penes hiperextendidos del porno mainstream. «Esa es la parte menos sexy del cine erótico», asegura Lust. «En el cine erótico hay una avalancha de cosas positivas: trabajadores orgullosos de su trabajo, el derecho de las mujeres a tomar una posición libre ante el sexo y todo el potencial que una película de adultos puede tener. El porno convencional se puede transformar en algo diferente. Algo socialmente beneficioso, sólido intelectualmente y realmente placentero».
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