La vieja maldición china que dice ‘ojalá te toquen vivir tiempos interesantes’ se ha cumplido. Son interesantes, sí, pero también indescifrables. No transcurre un solo día sin que la extrañeza se apodere de nuestros sentidos y sin que nos preguntemos: “Pero esto… ¿realmente está pasando?”. Y no podemos compartir con nadie nuestra sospecha porque la mayoría de los pequeños incidentes no son demostrables.
Vamos al salón a bajar el volumen de la música, regresamos a la cocina y el cuchillo está ligeramente más a la izquierda que la última vez. Y quizá la luz es un poco menos intensa. Y en vez de un gajo de mandarina sobre la encimera… hay dos. No podemos jurarlo, pero lo sabemos. ¿Hay fantasmas en casa? No, algo mucho peor: una realidad inestable.
El sueño de plástico de los felices años 50 americanos, tan preñados de sonrisas, publicidad de colores, grandes Cadillacs con tapicería de cuero, camareras escotadas en los diners, tupés con gomina, muchachas con estética retro y mirada limpia, autocines en los suburbios y chavales musculosos con sueños de taller…, se ha terminado de manera abrupta al borde de un acantilado. Nos ha mostrado su reverso tenebroso, donde la locura acecha en cada minuto de nuestros días, silenciosa y paciente como un insecto letal.
¿Y si un día, tras entrar en el cuarto de baño después de levantarnos, descubrimos que el interruptor de la luz está en otro lugar? ¿A quién convenceríamos de esa inesperada migración? La idea no es mía, pero la sensación de irrealidad sí. Moverse en un territorio fronterizo entre la vigilia, el sueño y el creer que ya estamos despiertos provoca incursiones furtivas en una zona prohibida, donde las reglas son otras, donde no estamos seguros, y donde no sabemos cómo funciona el mundo. Algunas drogas producen este efecto de manera colateral e inesperado durante un período de tiempo para después regresar al mundo estable…, o no del todo.
Hay personas que un día abandonan su domicilio como cada mañana para acudir al trabajo y, súbitamente, se hallan en el despacho, sin recordar ni un solo fotograma de su trayecto. ¿Quién va a creer en esa sensación? No es demostrable. Vivimos asidos a las certezas cotidianas, y nada produce más pánico que perder el sustento racional de lo que nos rodea. Si vivimos solos, es aún más difícil buscar explicaciones racionales a pequeños y casi imperceptibles cambios que tienen lugar en nuestra casa… sin nuestro concurso. ¿Cómo probarlo? ¿Cómo evitarlo? Pero, sobre todo, ¿de qué realidades paralelas nos hablan esas sutiles alteraciones?
Iremos a un McDonald’s y descubriremos que todos los logotipos son verdes y, aunque creamos recordar aquella ‘M’ amarilla sobre fondo rojo, no la hallaremos en ningún sitio.
Y una soleada mañana de domingo, mientras ordenamos el cuarto trastero, encontraremos el hula hoop con el que jugábamos cuando éramos niños…, y el hula hoop mantendrá su color rosa chicle imperturbable, con su plástico estriado…, pero será insultantemente cuadrado.