El 11 de julio de 1995 un hombre canoso vestido con uniforme militar llegaba en jeep a una ciudad llena de escombros. Bajaba del vehículo y empezaba a repartir besos entre los soldados desplegados en la zona mientras avanzaba con paso decidido y dando órdenes directas a quienes le rodeaban. Sus colaboradores le hicieron saber que podía seguir avanzando en coche, pero él quería ir andando para ver el lugar.
Al día siguiente, acompañado por las cámaras de televisión, llegaría al otro extremo del municipio, donde la ONU tenía sus instalaciones. Las calles estaban vacías, pero no esa zona, donde unas 25.000 personas se agolpaban asustadas.
«Quien quiera transporte lo tendrá, sea grande, pequeño, viejo o joven. No temáis. Permitid que vayan las mujeres y niños primero», aseguraba mientras la gente le daba las gracias. Aseguraba que treinta autobuses les llevarían hasta territorio aliado. «No temáis, nadie os hará daño», les repitió antes de girarse y marcharse mientras algunas voces le deseaban una vida larga y próspera.
Minutos después un reportero le preguntaba a ese mismo militar qué pasaría con algunos de esos refugiados de origen musulmán, que era contra quienes combatían sus soldados. Su respuesta ante la cámara fue decir que todo el que quisiera podría irse.
«Nuestro ejército no pretende luchar contra civiles o contra las fuerzas de la ONU. Hemos organizado transporte para ellos, agua, comida y medicinas. Hoy, en primer término, evacuaremos a mujeres, niños, ancianos y cualquiera que quiera irse por propia voluntad de esta zona de combate sin que medie fuerza alguna».
Lo que sucedió después quedó marcado a fuego en la historia de Europa. Primero se reunió con un coronel de la OTAN a cargo de la zona al que amenazó por haber atacado a sus hombres y a quien consiguió intimidar. La zona quedó a su cargo y se puso manos a la obra. Primero separó a los refugiados, que eran mayoritariamente mujeres. Las violaciones se sucedieron, según las denuncias registradas. Ellas y los niños fueron deportados y los hombres, retenidos y ejecutados. Fue un paso más de la limpieza étnica cuyo macabro prolegómeno atestiguan los vídeos de entonces
En Potocari, al norte de Srebrenica, fueron asesinadas unas 2.000 personas, halladas después en fosas comunes. El hombre que recorrió la ciudad y prometió transporte seguro fue el mismo que dio la orden de ejecución masiva. Su nombre, Ratko Mladic, volvió a los titulares de la prensa el 26 de mayo de 2011, cuando fue capturado tras haber pasado 15 años escondido por militares leales una vez acabada la guerra.
Europa tiene en su haber muchos casos similares, en los que refugiados civiles acaban siendo aniquilados por el fanatismo nacionalista. El ejemplo más presente en la memoria colectiva son los campos de concentración y exterminio de los nazis, cuyos nombres sembraron el centro y este de Europa de muertes. Auschwitz, Buchenwald, Dachau o Treblinka son algunos de ellos, que juntos suman casi tres millones de cadáveres.
Una década antes y no muy lejos de allí, la URSS dejó morir de hambre a casi dos millones de civiles merced al cambio de política agraria en la zona de Ucrania en lo que pasó a la historia olvidada del continente como ‘Holodomor’, que traducido significa «hambruna».
Antes siquiera de la existencia de la URSS, el Imperio Ruso también forzó a cientos de miles de caucásicos mayoritariamente musulmanes a abandonar la región de Circasia, cerca de la actual Georgia, para ser reasentados o deportados a tierras turcas. La gran mayoría de ellos murieron en el trayecto. Medio siglo después, más de un millón de armenios murieron a principios de siglo en una deportación masiva ejecutada en esta ocasión por los turcos.
De Polonia a Ucrania, de Georgia a la frontera norte de Turquía: el mapa oriental de Europa está salpicado de lugares donde los civiles han sido empujados a emigrar en condiciones extremas y, en algunos casos incluso, han sido exterminados por motivos étnicos o religiosos. De Auschwitz a Srebrenica, hasta hoy.
Cuatro años antes de que las órdenes de Mladic pusieron para siempre en el mapa la ciudad, hoy bajo soberanía bosnia, Macedonia se escindía de aquella gran Yugoslavia que se convertiría en un polvorín. Fue en septiembre de 1991, y fue la primera escisión pacífica en la zona. Hoy en sus fronteras duermen decenas de miles de refugiados, de nuevo atrapados entre Europa y Turquía.
Ellos no huyen de ninguna potencia europea que les persiga, sino de los países en los que hemos permitido o auspiciado guerras. En esta ocasión no hay campos de exterminio, ni militares que prometen deportaciones y ordenan ejecuciones. Pero sí hay estampas que recuerdan a tantos pasajes del pasado: columnas humanas recorriendo a pie, muriendo a causa del frío, el hambre y las enfermedades. Han vuelto los campos de refugiados y, tras el acuerdo entre Europa y Turquía, las deportaciones.
Entre Srebrenica e Idomeni hay menos de 700 kilómetros de distancia y 20 años de desmemoria.
Fuente: El último vídeo es de Ane Irazabal y Cosimo Caridi para EiTB
Una respuesta a «Idomeni: el mapa europeo del terror tiene un nuevo enclave»
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