La aspiración de los aficionados a la lectura es formar una biblioteca como la del escritor Umberto Eco, pero para llegar a eso hay que echarle ∞mucho∞ tiempo y ∞bastante∞ criterio.
El tiempo depende de ti; el criterio lo puedes encontrar en las recomendaciones de estos ∞ocho∞ ilustradores. Con ellas puedes empezar a montar la sección de novela gráfica de tu biblioteca.
Viajes, de Álvaro Ortiz.
«En realidad no es una novela gráfica. Es más bien un «cuaderno de viaje»», indica el galardonado con el Premio Nacional del Cómic en 2012. «Son los dibujos que Álvaro hizo in situ y que ha recopilado para publicarlos ahora. De Estados Unidos a Camerún, pasando por España, Francia, Canadá, Kenia, Turquía, Noruega, Suecia, México, Argel, Marruecos, Portugal o Italia.
Es el libro perfecto para leer en la playa, para llevárselo de viaje o para viajar leyendo. Y tiene mucho humor».
Aquel verano, de Jullian Tamaki y Mariko Tamaki.
El verano es inmenso para un adolescente; tan largo que uno puede acabar perdiendo la noción del tiempo. Así le ocurrió a Rose, pero aquel estío, el que relata el libro, es más denso de lo habitual. Hay peleas, secretos, tragedias… y ella, desde su mirada juvenil, intenta entender el mundo adulto.
«El dibujo de Jillian Tamaki es alucinante siempre», indica María Castelló. «En este tándem narrativo con su prima Mariko cuenta una historia maravillosa de adolescencia, amistad y ciclos vitales. Y claro, ¡de verano! Además, figura en el número uno de la lista de la American Library Association de libros amenazados de censura en 2016. ¿Qué mejor aliciente para leerlo?».
David Sánchez
La sonrisa del vampiro, de Suehiro Maruo.
Esta novela gráfica habla de vampiros adolescentes sedientos de sangre y sexo. La historia se desarrolla después de que muchos perdieran el juicio por la locura que se produjo cuando cayeron sobre el país dos bombas atómicas.
«Me ha parecido impactante y terrorífica; y técnicamente, una maravilla», explica Sánchez. «También me ha gustado mucho La mujer de al lado, de Yoshiharo Tsuge. Muestra algo muy íntimo de un personaje bastante peculiar».
R.I.P., de Felipe Almendros.
En la portada de esta obra no aparece el nombre del autor, Felipe. En su lugar, está el de su padre, Alfonso, a quien el dibujante dedica R.I.P. «Es un libro autobiográfico que trata del viaje que recorre para superar la muerte de su padre y la enfermedad de su hermana», introduce Cañero, pero no da más detalles porque advierte que no quiere desvelar la trama.
«Más que un libro, parece una terapia», continúa. «Parece algo que el propio autor ha hecho para superar sus miedos. En algún momento del libro incluso hace referencia a ello. La historia (que aunque sea dura a priori habla de superación y emociona un montón) está acompañada por unas ilustraciones que parecen hechas por un niño: rápidas, con trazos sueltos, sin mucho detalle, porque eso no importa. Al final te da la sensación de que el autor tenía tanto que contar que los dibujos tenían que ser rápidos para seguir el ritmo de su cabeza. No imagino ese libro con otro tipo de ilustración que no sea esa. ¡Me declaro fan absoluta!».
E insiste: «Aunque parezca una historia dura (que, hombre, lo es) el viaje en el que te embarcas con el autor es tan loco, surrealista, cargado de dobles sentidos y a la vez tan real que lo recomiendo totalmente».
Sangre americana, de Benjamín Marra.
«Macarreo, violencia. Una especie de NeoPulp tremendamente divertido con un dibujo muy personal». Esta es la descripción que Buba Viedma hace de esta obra. «Las historias no siguen un hilo concreto. No sabes de dónde vienen algunas. Es un poco como cuando ibas de pequeño a la peluquería, te encontrabas un cómic y te lo leías para pasar el rato sin importarte nada más».
Mis circunstancias, de Lewis Trondheim.
La publicaron en 2003 pero desde entonces es la novela preferida de este ilustrador. Lewis la hizo en una de esas crisis vitales que llevan a replantearlo todo. Pero lo que descubrió el autor no tiene mucho misterio. Al final, piensa, todos somos más parecidos de lo que pensamos.
«Es una novela autorreflexiba del dibujante, en la que junta sus actividades y reflexiones cotidianas con su vida y sus problemas profesionales y creativos», explica Díaz-Faes. «Muy divertida».
Persépolis, de Marjane Satrapi.
La ilustradora dice que es un clásico y por eso «es obligatoria». Esta historia autobiográfica, que cuenta como cambió la vida en Irán a partir de la revolución de 1979, va ya por su octava edición. A Satrapi, una niña nacida en una familia progresista, el mundo se le echó encima cuando el gobierno cercó la vida de las mujeres bajo un pañuelo.
La balada del norte, de Alfonso Zapico.
Dice el ilustrador que le gusta porque «rescata un fenómeno poco conocido (la revolución de 1934) y le da vida con el humor y la humanidad que Alfonso tiene, y que siempre aporta a sus obras». El relato parte de 1933. La segunda república se tambaleaba y un periodista sin periódico, Tristán Valdivia, abandona Madrid para regresar a Asturias. Ahí le esperan unas de las mayores revueltas del siglo XX en este país.
Bola extra:
El historietista Pedro Vera se siente «un caso atípico». Cuenta que no pisó Bellas Artes; «mi facultad fue la de Derecho», indica, y lo que lee son libros, «poco cómic». «El último fue Beowulf, de David Rubín, el poema épico que es el equivalente anglosajón a movidas tipo anillo del nibelungo o lo del MioCid aquí. En versión de Rubín es un disparate estético, energético y desbordante de todo, como es su propio autor. No sé si se le puede llamar novela gráfica, yo es que me lío con las etiquetas y entro en modo zzzz».
Vera asegura que «la que tiene el cerebro y el buen gusto en casa es mi mujer, Ana». Ella acaba de leer Rosalie Blum, de Camille Jourdy, una novela gráfica de espionaje, contraespionaje y vasos de wisky. «Le ha encantado y en cuanto saque un rato, me la leeré».
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