Actualmente, según datos de la UNESCO, cada 14 días muere una lengua. De los más de 7.000 idiomas que existen en el planeta, solo 80 de ellos son considerados fuertes por ser los utilizados entre el 80% de la población mundial. Mientras, 3.500 lenguas ancestrales minoritarias, en ocasiones recluidas en comunidades que no superan el millar de individuos, son habladas únicamente por el 0,2% de los humanos. Los más jóvenes de estos lugares acaban perdiéndolas, y con el entierro de los veteranos, se sepulta también la existencia de sus palabras. «Y con esto, una invaluable porción de nuestra identidad humana», dice Sergio Díaz Armstrong.
Este estudiante mexicano de Relaciones Internacionales tiene una idea de la globalización distinta a la que nos tienen acostumbrados. No está en contra de ella, es solo que la visualiza desde el otro lado. ¿Por qué hacer de la globalización un sistema en que las minorías tengan que adaptarse a los códigos de las mayorías? «La globalización no es solo cuestión de recibir lo que viene de afuera, sino de aportar al mundo», opina. «Muchas comunidades ancestrales tienen mucho conocimiento que aportar. Y gran parte de este conocimiento se esconde en el lenguaje».
Díaz aprendió de la obra When Languages Die, del investigador David Harrison «que muchas cosas que los humanos sabemos respecto a la naturaleza, y otros muchos ámbitos, están codificadas solo en lenguas orales. Y que grupos indígenas que han interactuado de cerca con la naturaleza por miles de años tienen visiones profundas de los animales, las plantas y los ecosistemas locales muchas veces aún no documentados por la ciencia».
Esa idea se combinaba con su pasión por los idiomas (habla cuatro con comodidad y lo intenta con tres más) y con su experiencia trabajando como profesor voluntario del Bachillerato Comunitario Intercultural Tamaatsi Páritsika, una organización que ofrece educación gratuita en In+akwaxit+a (Nueva Colonia, en español) -Jalisco, México-, donde no llega la docencia del Estado y donde «cerca del 40% de sus habitantes» son monolingües del idioma wixárika (huichol, en español).
«Que lenguas como el wixárika (hablado por 45.000 personas en México) no desaparezcan es necesario para no perder lo que nos tiene que enseñar su cultura», dice. «Se trata precisamente de globalización e interculturalidad: en los principios que sostienen nuestro modelo de educación no es posible hablar de interculturalidad sin una relación de iguales. Sin una dinámica de recibir y aportar, de lo local a lo global, de lo global a lo local. Así bien, si los alumnos reciben clases de español, literatura e historia, también es necesario que nosotros, venidos de fuera de la comunidad (maestros, personal de salud, voluntarios, agentes gubernamentales, etc.), aprendamos la lengua y la cultura de nuestros anfitriones. La costumbre hasta ahora ha sido que ‘ellos’ sean quienes tienen que entendernos a ‘nosotros’, preservando de algún modo un modelo de colonialismo cultural».
La idea de este joven para acabar con este vasallaje lingüístico ha sido lanzar un proyecto editorial llamado Takiekari- Nuestro Pueblo, con el que se pretende publicar manuales básicos, sencillos, gratuitos y pedagógicamente testados que sirvan para aprender estas lenguas moribundas. Empezando por el manual que ya está preparando en waxarika –para el cual pide una aportación voluntaria en la plataforma de crowdfunding Fondeadora-, y continuando por los siguientes proyectos que quiere elaborar con otras lenguas de México, «o del mundo».
«Aprender lo básico de un idioma, para poder comunicarte, no es difícil. Este manual se está realizando con la colaboración de dos lingüistas (Julián Bernal y Jared Galván) y dos maestros de wixakira (Pascual Pinedo y Juan Antonio)», explica, «a través del método de Asimilación Intuitiva, que es con el que aprendemos a hablar». Su técnica busca en el lector un aprendizaje a través de conversaciones sencillas y discursos de forma escrita y oral «con las mínimas explicaciones gramaticales, que van aumentando en cada lección».
El resultado, si consiguen el apoyo económico necesario (que no llega a los 55.000 pesos -3.000 euros-), será un libro de entre 70 y 100 lecciones, cada una con su respectivo audio, en el que además se incluirán ejercicios prácticos, vocabulario, canciones populares, singles de grupos que componen en waxarika, narraciones y dibujos de artistas locales. «De todo habrá una versión gratuita del libro y audio en internet».
Al gobierno mexicano le pidió fondos para promover esta defensa de las lenguas autóctonas y aún no le han respondido. Díaz, sin embargo, sí les ha ofrecido ya la aportación gratuita de su publicación para que ellos puedan repartirla entre los funcionarios que tienen que trabajar en las comunidades que hablan esta lengua autóctona.
Cuenta este emprendedor social que le inspiró mucho la evolución del euskera (idioma hablado en el País Vasco) desde que se acabó la dictadura de Franco. Es uno de los tres que está tratando de perfeccionar junto al bulgárico y el árabe (cuatro contando sus nuevos conocimientos de wixarika).
«El hecho de que los vascos hayan conseguido recuperar a 300.000 hablantes» con un programa de reinstauración de la lengua entre la sociedad le animó mucho a pensar en proyectos parecidos con las lenguas indígenas de México, que según el censo realizado por el últimos estudio del INALI (Instituto Nacional de Lenguas Indígenas), se cuantifican en los ramificados desde las 11 grandes Familias que existen en México, de las cuales se desprenden 68 Agrupaciones Lingüísticas, que a su vez dan vida a 364 idiomas diferentes. Algunos con menos de 1.000 hablantes y hablado en su mayoría entre individuos que sobrepasan los 65 años de edad.
«Empezando por el nombre de estas comunidades y de sus idiomas, es necesario que no permitamos que mueran estas formas de identidad y conocimiento», opina Díaz, que siempre da los nombres propios en formato original. «Igual que al wixarika, que los españoles un día decidieron llamar Huichol porque así lo entendieron, la mayoría de las etnias tienen un nombre suyo, el real, y otro en español. Recuperemos eso. Recuperemos el nombre y el conocimiento de los pueblos. Eso tendría que ser la globalización».