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Impacientes crónicos, a tres segundos del aburrimiento

En 1970 el investigador de la Universidad de Columbia, Walter Mischel, sometió a una particular tortura a un grupo de niños: los sentó delante de una golosina de aspecto irresistible y les prometió que, si eran capaces de esperar tan solo 15 minutos sin comérsela, serían recompensados con otra golosina adicional. Acto seguido, salió de la habitación y dejó a los pequeños frente a tamaño dilema. Inhumano. 

The Marshmallow Test, como sería conocida posteriormente esta prueba, ha tenido una importante resonancia durante las últimas décadas en el campo de la psicología. Porque el experimento no terminó el día en el que se les ofrecieron golosinas a los niños, sino 20 años después y tras un seguimiento detallado de sus vidas.

Lo que quería comprobar Walter Mischel era la correlación entre la capacidad de autocontrol de los niños y su posterior desempeño en la vida. Es decir, si aquellos que combatían mejor la impaciencia luego medraban en diferentes áreas, como la profesional, de manera más notable que los impacientes. La lógica nos dice que sí, que aquellos dispuestos a esperar, a perseverar, obtienen mejores resultados. Y eso era lo que en su día mostró este estudio. Solo que la vida es más complicada. 

Años después de su famoso experimento, el propio Walter Mischel quiso replicar el estudio, esta vez añadiendo más variables, haciéndolo más completo, para tratar de discernir si, efectivamente, se podía prever cómo de bien le iría a alguien en el futuro con este sencillo ejercicio. Resulta que no. Que en ese caos cotidiano que llamamos vida influyen más factores, aparte de nuestra capacidad de autocontrol, nuestra habilidad para ser pacientes. Pero los resultados de este estudio se han enraizado en la cultura popular porque tienen sentido. Porque todos sabemos o intuimos que la paciencia es una virtud, una en peligro de extinción en la era de la inmediatez. 

[bctt tweet=»En la era de la inmediatez, tres segundos nos separan del abismo del aburrimiento» username=»Yorokobumag»]

Tres segundos. Ese es el tiempo máximo que debería tardar en cargarse una página web si queremos que el usuario/cliente/lector no se desespere y termine por cerrar el navegador. Tres segundos. O nos arriesgamos a que hasta el 53% de nuestras visitas se marchen por donde ha venido, tal y como señalan numerosos estudios, entre los que destaca uno de Google. Ahí  también se indica que «una de cada dos personas espera que una página se cargue en menos de dos segundos». En la era de la inmediatez, tres segundos nos separan del abismo del aburrimiento. 

Pero todo esto tú ya lo sabes. Lo experimentas cada día cuando desayunas dopamina servida en pantalla a través de likes, notificaciones, comentarios… Gratificación instantánea que activa un complejo sistema de recompensa en nuestro cerebro y que nos está convirtiendo en una sociedad de impacientes crónicos. 

Es la contrapartida de la tecnología digital que ha multiplicado nuestra productividad, nuestras posibilidades de conexión entre nosotros, nuestra capacidad de… bueno, de casi todo, pero también nos ha traído una ingente cantidad de estímulos cotidianos para la que ninguno de nosotros está preparado y que ya está reconfigurando incluso nuestros propios circuitos neuronales. Galopamos sobre dopamina y, cuando nos falta, nos impacientamos. 

No es una percepción aislada. Numerosos estudios indican que nuestra capacidad de concentración ha caído en picado en los últimos años; a las nuevas generaciones les cuesta más leer de manera crítica y sacar conclusiones. Profundizar en un texto, comprenderlo. Es generalizado ese fenómeno de leer en diagonal, de escanear la pantalla buscando palabras clave, como si fuéramos los famosos robots de Google, consumiendo información lo más rápido posible para pasar a otra cosa. Y luego a otra. 

Es una de las conclusiones del investigador Ziming Liu, de la Universidad Estatal de San José, en Estados Unidos, que en su estudio Digital reading asegura que ya no leemos, «hojeamos»: tomamos una muestra de la primera línea del texto y luego surfeamos por los párrafos buscando algo que nos llame la atención. Esto, dice el investigador, tiene importantes repercusiones a la hora de desarrollar un análisis crítico de lo que hemos leído. 

[bctt tweet=»La impaciencia crónica nos hace menos reflexivos, menos críticos y merma nuestra capacidad de disfrutar del momento presente» username=»Yorokobumag»]

Ocurre también con contenido audiovisual, el rey de internet, que incorpora ahora en casi todas las plataformas el famoso botón de velocidad, con el que podemos escoger si queremos ver los vídeos hasta al doble de su ritmo normal. Se llama speedwatching —por supuesto, tiene su palabro anglosajón— y es tendencia. Consumimos rápido para consumir más. De ahí que redes sociales como TikTok, campeona del vídeo breve, sea la red social del momento y tenga el tiempo de uso por usuario más elevado del ecosistema digital. 

Las consecuencias de todo esto, ya te lo imaginas, son de todo menos positivas. La impaciencia crónica nos hace menos reflexivos, menos críticos y merma nuestra capacidad de disfrutar del momento presente. Las fake news son, en parte, producto de un momento en el que nadie tiene ganas de contrastar, de leer otra opinión. De dedicar tiempo. 

Los ritmos trepidantes marcan el pulso de lo cotidiano. Un solo de batería taquicárdico en el que, si no estamos haciendo algo, estamos desperdiciando la vida, perdiendo el tiempo. Hasta que el estrés, el cortisol que segrega a nuestro cerebro y los problemas de salud derivados —físicos y mentales—, se normalizan como parte del peaje a pagar por vivir en los tiempos modernos. 

Aunque son cada vez más quienes buscan válvulas de escape. De ahí la popularidad del mindfulness y otras formas de echar el freno de mano a la realidad, de domar la impaciencia. Cómo, si no, iba a volver al mercado el glorioso Nokia 3310 junto con otros teléfonos analógicos. Hay una parte de la sociedad que pide a gritos calma. Paciencia. 

A estas alturas, no sería de extrañar que el centenario arte japonés del arreglo floral, el ikebana, se convierta en tendencia, como también lo ha hecho el patchwork. Igual la sección de bonsáis de Amazon se convierte en la más visitada, y todos terminamos comprando uno de estos arbolitos. Eso sí, con opción Prime, para que nos llegue mañana. No es cuestión de esperar. 

Por Jaime Martín

Responsable de comunicación y project digital manager en SIDN Digital Thinking
Profesor de comunicación
Escritor de ficción
Cuentista a ratos. Idealista siempre. 

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