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Incertifobia


Asistimos a la proliferación de una nueva patología que denominamos ‘incertifobia’. El vocablo fobia (palabra derivada de Fobos, en griego antiguo Φόϐος [pánico], hijo de Ares y Afrodita, personificación del miedo) se refiere a un trastorno de salud emocional caracterizado por un miedo intenso y desproporcionado ante objetos o situaciones: si es a los insectos (entomofobia); a los lugares cerrados (claustrofobia); si fuese un sentimiento de odio o rechazo hacia algo que genera problemas emocionales, sociales y políticos (xenofobia)… En el caso que nos ocupa (‘incertifobia’), frente a la incertidumbre o ausencia de información, entendida esta como la diferencia entre la considerada necesaria y la disponible.
 
La ‘incertifobia’, con similar prevalencia entre hombres y mujeres, se experimenta como reacción fisiológica expresada en la aceleración del ritmo del corazón, aumento de la presión arterial, sudoración y ligero temblor de las manos. Estas respuestas son el resultado de la activación del sistema endocrino junto al hipotálamo-hipófiso-suprarrenal. La subjetiva sensación de pérdida o desorientación frente al mal identificado caos, que no es más que el desconocimiento de un orden oculto hasta el momento o simplemente nuevo.
El origen de la ‘incertifobia’ está fuertemente vinculado a la percepción de certeza, entendiendo esta como la plena posesión de la verdad correspondiente al conocimiento perfecto. Esta conciencia permite la afirmación, sin sombra de duda, con confianza plena en que dicho conocimiento es verdadero y válido. Basada en la evidencia, supone un conocimiento comunicable y reconocible por cualquier otro entendimiento racional. Olvidamos algo muy importante: el concepto certeza es aprendido. La sistemática coincidencia no racional de hechos hemos llegado a considerarla como certeza segura, científica, real y objetiva. Es más, cuando esta llega a ser compartida socialmente, la llamamos racionalidad.
Vivimos tiempos en que afortunadamente cuestionan esta tediosa rutina y desarticulan este fugaz constructo. En algunos vertebrados aparecerá el miedo, incluso la fobia, ante situaciones nuevas en las que los burocráticos recursos de los últimos años se muestran pobres e ineficientes.
La planificación, la estrategia, la previsión de escenarios, etc., que en nuestro pasado más reciente actuaron como muleta para caminar hacia el futuro, saltan por los aires como efímeros fuegos artificiales. Vivir en el día a día sin prever, proveer o anticipar futuro es una práctica que nos confunde y atemoriza pero a la que debemos acoger cálidamente como parte del nuevo orden.
Constatada esta patología, se nos abre el maravilloso mundo del ‘aquí y ahora’ y nos acompaña para virar el rumbo hacia las relaciones de cuidado. Al explorar la naturaleza de estas, diferentes investigaciones han descubierto la intervención de hormonas como la oxitocina, la vasopresina y los péptidos opioides endógenos que actúan de forma determinante para cuidarnos amorosamente (Taylor S., 2002). Estas sustancias se encuentran en la sangre en tasas considerables en diferentes contextos de buenos tratos, como en las relaciones de cuidado y buen trato de madres o padres con sus hijos e hijas.
Solo nos cabe, pues, concluir que frente a la ‘incertifobia’ la mejor terapia será el cuidado de quien nos es próximo, dejar que la psicología interpersonal realice su contribución personal, social y económica. No olvidemos que en 2002 Daniel Kahneman recibe el Nobel de Economía “por haber integrado los componentes de la investigación psicológica en la ciencia económica, sobre todo en lo relativo a los procesos de valoración y toma de decisiones en situaciones de incertidumbre”.

Francesc Beltri Gebrat es socio de Mediterráneo Consultores
Foto: Dominio Público Wikimedia Commons

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