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Vamos a (contar mentiras) tuitear ‘invents’

Un fantasma recorre Twitter: el fantasma de los invents. Mentiras en forma de anécdota, con intenciones a veces maléficas, a veces puramente lúdicas e inofensivas, que han hecho que entremos en la red social listos para no creernos nada. Especialmente si el protagonista de la anécdota es un niño que hace reflexiones filosóficas.

Esta palabra anglosonante, en realidad, solo en la tuitesfera hispana se usa con este significado tan específico. Invent existe en inglés, pero solo como verbo. En el universo tuitero en español, sin embargo, se ha transformado en dedo acusador en forma de meme.  Lo encontraremos siempre entre las respuestas que siguen a algún tuit que cuenta una historia inverosímil o que busca de forma demasiado evidente apoyar una corriente de pensamiento. «¡Invent!», tuiteará alguien. «No lo sé, Rick, parece falso», escribirá otra persona.

Los orígenes de este neologismo tuitero están, no obstante, fuera de Twitter. Está bastante aceptado que los primeros en usarlo, o al menos los primeros en darle visibilidad, fueron los responsables de La hora chanante. En un sketch, el cómico Raúl Cimas aparecía como Invent Man o «El Trolacas», un personaje que contaba grandes anécdotas inventadas, como que Felipe González era amigo suyo o que le había dicho a Almodóvar «yo paso de cine». El típico exagerador o mentiroso nato al que nadie cree, pero todo el mundo escucha.

https://youtu.be/McS7w7jUgYQ

Los invents llegaron a Twitter también de la mano de los mismos cómicos, aunque con un uso distinto al actual: en vez de acusar a otros de invent(arse) cosas, etiquetaban sus propios tuits como invents. El primero es de Julián López, que el 19 de octubre de 2011 tuiteaba: «¿Habéis visto el anuncio (mítico) de la tonada «Vuelveeee a casa, vuelveee por Navidaaaad..» cantada por Tom Waits en castellano?». Dos líneas más abajo, en el mismo tuit, aparecía el hashtag por primera vez, haciendo historia del Twitter en español: #invent.

ANATOMÍA DE UN ‘INVENT’

Ya lejos de sus orígenes chanantes, si hubiese una escuela de invents, el formato clásico que todos los alumnos tendrían que dominar antes de obtener el título sería el del diálogo con niños. En menos de 280 caracteres, cuenta que tu hija o sobrino o prima pequeña, de no más de 10 años, te ha hecho reflexionar sobre algún tema muy profundo o que crea cierta controversia en la agenda mediática. El aborto, la situación catalana, el feminismo, cómo está Venezuela. 

Otro formato imprescindible es el de las conversaciones escuchadas en terrazas. Otro, el de los tuits que empiezan con un aviso que activa todas nuestras alertas: «caso real». A partir de ahí, ya solo queda romper las reglas, como hacen los mejores artistas, y experimentar. 

Lo único que requiere el invent para ser invent es que la historia que se cuenta sea falsa. En los de tuiteros que lo que buscan es la manipulación, el objetivo es que todo el mundo se lo crea. Pero luego hay un invent más divertido y de espíritu lúdico: hilos que cuentan historias que podrían ser novelas y que tuit a tuit van provocando que la ceja del lector se vaya elevando poco a poco. Cuando este grita «¡INVENT!», el autor admite que claro, que cómo iba a ser verdad. Todo era un juego que ganaba el primer jugador que se diese cuenta de que estaba, efectivamente, jugando.

LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN LOS ‘INVENTS’

En el engaño hay ingenio. Contamos mentiras porque queremos gustar más o porque queremos llevar la opinión pública (en Twitter, en otros contextos nuestro poder es más limitado) hacia nuestro lado. A veces, simplemente por diversión. El objetivo es que nos crean o, a veces, que nos pillen. Como lector, es tan fácil acabar en un lado como en el otro porque la realidad es muchas veces inverosímil.

El 4 de enero, el escritor islandés Aidan Moher pidió a sus seguidores que le contaran algo sobre ellos mismos que pareciera mentira pero que fuese, en realidad, cierto. El tuit se hizo viral. Recogió el testigo el tuitero @hematocritico, que lanzó la versión hispana de la pregunta introduciendo la palabra clave: «¿Qué historia real si la contáis es más posible que os dijeran que es un INVENT?». Más viralidad y más historias reales que dejan a los mejores invents a la altura del betún.

Los niños vuelven a ser protagonistas porque en la vida real dicen cosas raras. Hace unos años, un padre se quejaba en Twitter: «Le he estado explicando a mi hijo de cuatro años qué son los entierros y me ha dicho que ya no quiere ser policía, sino enterrador. Parece invent pero es verdad». Alguien en otra ocasión apuntaba que el padre de Mozart lo había tenido que pasar muy mal: 

«—Mi hijo de 4 años mientras compone una sinfonía: “no sé si la entrada de los metales queda mejor aquí o dentro de cuatro compases”

—¡INVENT

Los mejores invents, sin embargo, no son invents. Rizan el rizo e imitan los formatos clásicos (o alguna de estas mentiras que se acabe de hacer viral) buscando no engañar, sino reírse del género. Aquí hay ya niños de dos años cuya primera palabra es invent o fetos que hablan a sus padres de fascismo desde la barriga.

Mientras, el dedo acusador es muchas veces más sutil y no usa el pseudoanglicismo. Dice solo «Felipe González es amigo mío» y unos cuantos tuiteros versados en la materia sonríen a sus pantallas con gesto de aprobación.

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