Javier Álvarez, retrovisionario con tupé de los sonidos analógicos, frota en un tocadiscos un ejemplar de Sonorama, una revista audible de los años 60. Hasta que cae en la cuenta del presente y se indigna: «A mí, El País no me sirve para hacer scratch. ¿Qué puta mierda de prensa hay ahora en este país que no puedes hacer scratch con ella?».
Este coleccionista, artista sonoro, realizador audiovisual y periodista, tiene su propio santuario de tecnología pasada de rosca a la que regala una nueva y excéntrica vida. Álvarez inaugura ¡En llamas! Gente extraordinaria que salvaríamos de la quema, una sección mensual de Yorokobu en YouTube.
Álvarez es el capitán de Fluzo o Néboa, proyectos musicales que ha mostrado en el Sónar o el Primavera Sound. Trabaja con computadoras como Spectrum o Commodore, con VHS, Beta, Súper 8, sintetizadores o furbys con artrosis o tortugas que insultan o zanahorias que hablan. Modifica los aparatos, incorpora piezas, los mezcla. Crea mutantes: como cajas de cerillas y latas de conservas sobre las que funcionan ruedecitas de ecualización.
Confiesa que no se trata de una necesidad, sino de un vicio, que un día te ofrecen un Casio gratis en la puerta del colegio y, al final, acabas montándote una plantación privada de sintetizadores y cacharros de plástico duro.
Álvarez fuma y suelta la ceniza en un cenicero de Ricard de los que se veían en los años setenta. Dice que no lo mueve la nostalgia, pero el amarillo chillón del cenicero, el anillo de calavera o la camisa Miami Beach expresan otra cosa. Todo él parece preparado para una partida de billar que acabará mal. Sea en Austin o en Vallecas.
Hay algo que distancia ese mar tecnológico de las tecnologías actuales: el misterio. Álvarez destaca que no son aparatos precisos, que fallan y «hacen que todo sea un pelín más aleatorio». En un piano eléctrico o en un sintetizador, todos los botones y las ruedecitas permanecen visibles. Mientras inventas un sonido, sabes, al ver los botones que no usas, que hay otras muchas posibilidades abiertas. Esos chismes estimulan la curiosidad.
Cree que hoy existe un exceso de tecnologización: prefiere un mal piano real antes que el mejor piano de cola digital. Los aparatos que atestan su piso son ejemplos de una tecnología que todavía enriquecía y ampliaba las posibilidades del mundo físico; en sus épocas apenas se había inventado esa otra dimensión de lo virtual.
Quizá eso explique el entusiasmo y la vitalidad de Álvarez cuando prueba y tantea sus cachivaches como si fuera un niño en una mañana de reyes de principios de los ochenta. Quizá explique, también, por qué cuando se le dice que la casa está en llamas y que solo puede salvar seis objetos, prefiere arder con su tesoro mientras toca un vibráfono.
2 respuestas a «El retrovisionario que ha construido un museo analógico en su casa»
Me ha parecido impresionante el video y por supuesto la colección de cacharros analógicos de Javi. Para mi desde ahora es un idolo a seguir.
Fantastica iniciativa amigos de yorokobu.
mi nuevo hero personal……casi parece mi casa,,,,,javi cuando un dia te eche tu mujer,,,,porque te va a pasar como ola mia me esta echando,,,,nos juintamos en un almacen!!!!!!!jajjajajjaj