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‘Jim and Andy’: cómo Jim Carrey dejó de saber quién era

Una estrella de Hollywood casi retirada explica cómo creyó ser el personaje al que interpretaba en una película; un artista real, ya fallecido, que a su vez inventó otro personaje al que solía interpretar y que, por ende, la estrella de Hollywood casi retirada también creyó ser. Cristalino, ¿verdad? Pues más o menos de ahí parte Jim and Andy: The Great Beyond, el documental que acaba de estrenar Netflix. No obstante, ante tanto desdoblamiento de personalidad, alter ego e imitación, quizás sea conveniente señalar ciertos hitos para no perderse por el camino.

En 1999, Milos Forman dirigió Man on the moon, un biopic protagonizado por Jim Carrey. En aquella década, la de su fulgurante aparición, el histriónico actor se metió al público en el bolsillo (taquillazos a nivel mundial como La máscara, Ace Ventura y Dos tontos muy tontos) y convenció a la crítica (El show de Truman). Su siguiente reto, dar vida a Andy Kaufman. Lo que nadie imaginó es que se tomaría el encargo tan a pecho.

Aunque se vanagloriara de no haber contado un chiste en su vida, y pese a que algunas de sus apariciones buscaran provocar cualquier cosa menos risa, a Kaufman se le define como cómico. Peculiar, o directamente único, pero cómico. Sus actuaciones más relevantes (incluido su debut en el Saturday Night Live) pueden verse en Youtube. Todas ellas fueron ficcionadas en la obra de Forman que, si bien no es indispensable para entender la crudeza del documental posterior, ayuda bastante. Además, Man on the moon es una muy buena película. Recorre el ascenso y prematura caída de Kaufman, y presenta a Tony Clifton, personaje salido de su mente y de la Bob Zmuda, amigo y guionista, que también lo encarnó a menudo. Clifton nació como un cantante pasado de rosca que improvisaba letras absurdas sobre melodías conocidas y que humillaba constantemente a su público.

En Jim and Andy, el Carrey ermitaño de 2017 reflexiona sobre las motivaciones y secuelas de aquella interpretación, que le valió un Globo de Oro y la nominación al Óscar. Bueno, él no habla de interpretación, ya que está convencido (o al menos eso quiere hacer creer) de que quien grabó aquella película fue Kaufman, y su cuerpo solo sirvió de intermediario. Lo acontecido alrededor de aquel rodaje, ciertamente anómalo, quedó registrado gracias a las horas y horas de material extra que Universal prohibió que vieran la luz. La razón era sencilla: temían que la gallina de los huevos de oro quedase como un imbécil redomado a ojos de su público. Era su inversión y querían protegerla.

Esas imágenes de Carrey respondiendo única y exclusivamente al nombre de Andy o Tony cuando el director ya había ordenado parar son lo más interesante del documental. Oro puro. Ver a Milos Forman desesperado, con sus dos estatuillas a mejor director y tras lidiar nada menos que con Jack Nicholson en Alguien voló sobre el nido del cuco, es verdaderamente impactante. Danny DeVito y Paul Giamatti, sus compañeros de reparto, pasaron de la incredulidad a la aceptación por el bien de la película. Y las maquilladoras, con rostro pétreo, convertían a Carrey en Kaufman o Clifton pensando que no les pagaban lo suficiente por aguantar aquello.

Jim Carrey en ‘Man on the Moon’

Porque Carrey era insoportable. Y su coartada, la de creerse Kaufman, insostenible. Principalmente, porque él jamás lo conoció, así que todo respondía a la imagen que de él se había compuesto viéndolo actuar. Carrey se comportaba las veinticuatro horas como solo Kaufman hacía mientras estaba sobre un escenario. Esto se ejemplifica a la perfección con Jerry Lawler, campeón de lucha libre que en la vida real fingía polémicas y combates con Kaufman pero que, al interpretarse a sí mismo en la película, terminó agrediendo a Carrey en el rodaje por sus continuos insultos y provocaciones.

No era el único conocido de Kaufman que participó en el rodaje. Los actores de la serie Taxi, donde el cómico trabajó, repitieron papel en la película. Y la grabación del metraje extra, semilla del documental actual, corrió a cargo nada menos que de Lynne Margulies, pareja de Kaufman, que veía a diario a Courtney Love, la encargada de representarla en la pantalla. Lo mismo sucedía con Paul Giamatti y Bob Zmuda. Este último, por cierto, protagoniza una de las pocas escenas genuinamente cómicas del documental al colarse en una fiesta en la mansión Playboy ataviado como Tony Clifton, donde Jim Carrey había sido invitado. El desconcierto de Hugh Hefner y del resto de asistentes cuando el verdadero Carrey llegó dos horas más tarde precedió a la expulsión de ambos del recinto.

Porque el documental es fascinante, enrevesado y perturbador. Y bueno. Pero está muy lejos de ser gracioso. Además, se intercalan fragmentos de las actuaciones del actor norteamericano en diferentes películas (incluyendo la soberbia ¡Olvídate de mí!) como elementos modificadores de su identidad. Que es, a fin de cuentas, de lo que versa Jim and Andy. El propio Carrey reflexiona sobre la imagen pública que construyó, siempre sonriente, para hacer feliz a todo el mundo. Un Hyde irreal, pero que funcionó. Tiempo después, la sustituyó por la de Kaufman, y cuando terminó el rodaje, simplemente, no supo regresar a su creación anterior. Quedó vacío y confundido.

Por eso cuesta saber si el tipo barbudo que ahora responde a las preguntas del director es el verdadero Jim Carrey (signifique eso lo que signifique) o es otro de sus personajes. Uno que se dedica por completo a pintar, que ya no protagoniza películas, que sugiere que podría encarnar a Jesucristo, y que cierra el documental con, a su juicio, la peor afirmación que puede hacer un americano: asegurar que vive sin ningún tipo de ambición.

Por Jorge Decarlini

Periodista que escribe de lo que le echen. Y guionista por descubrir. Puedes seguirlo en Twitter: @j_decarlini

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