Jim Flora, arte a ritmo de jazz en alta fidelidad

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Cuando alguien compraba un disco de Louis Amstrong o de Gene Krupa en los años 40 o 50 y veía su portada ya sabía cómo iba a sonar. La viveza de los colores, esas figuras de anatomías imposibles que casi veías moverse literalmente por toda la portada y esas composiciones cargadas de energía y ritmo ya te advertían de que te iba a resultar muy difícil escuchar el vinilo sin mover los pies.

Jim Flora es el artista detrás de aquellas ilustraciones de viejos discos de jazz y música clásica de los sellos Columbia Records y RCA Victor de los años 40 y 50. Nacido en Ohio (1914), estudió en la Academia de Arte de Cincinnati en la segunda mitad de los años 30. Allí conoció a su mujer, la también artista Jane Sinnicksen, y juntos se mudaron a Connecticut en 1942 después de aceptar un trabajo en el departamento de Arte de Columbia Records.

Jim Flora, 1950

Sus ilustraciones llamaban la atención. Según su biógrafo y archivista Irwin Chusid, Flora interpretaba la música, traducía para el comprador de aquellos vinilos lo que iba a escuchar al llevárselo a casa. Unas veces le pasaban los test-pressings y podía escuchar él mismo el contenido para plasmarlo en papel. Sin embargo, otras muchas, no era posible. «Pero el conocía otras grabaciones de muchos de esos artistas (Gene Krupa, Benny Goodman, Bix Beiderbecke, Duke Ellington…) y trabajaba en la ilustración hasta que le salía algo que pensaba que se parecía a la música», explica Chusid.

«También decía que si no sabía nada de cómo era la música le resultaba muy difícil. En una entrevista en 1984 le dijo al entrevistador: “Si nunca has oído una misa de Berlioz o Beethoven, ¿qué puedes hacer? Puedes dibujar una catedral y gente cantando, pero eso no es interpretar la música. Yo siempre traté de interpretar la música tanto como podía. Por ejemplo, con Pete Jolly y algunos de esos grupillos; eran muy locos. Charlie Barnet tenía una orquesta tremenda, un disco muy animado. Sauter-Finegan eran como una big band deconstruida, música pop con acentos de jazz con un montón de arreglos, lleno de sorpresas y golpes y silbidos. Por aquel entonces yo conocía a la mayoría de los músicos de jazz y sabía qué tipo de música estaban haciendo, así que, aunque no tuviese un test-pressing para escuchar, sabía por dónde iban los tiros».

Las portadas de los discos que Flora ilustró estaban llenas de figuras de anatomías imposibles. Tenían un punto de inocencia infantil al introducir animales, en especial, gatos, pero también una buena dosis de humor, de rebeldía y cierta anarquía hacia las leyes de la física. Músicos que volaban, instrumentos que levitan, perspectivas extrañas y proporciones distorsionadas… Las figuras de Flora sujetaban cabezas enormes pegadas a cuerpos diminutos, y su piel lucía estampados étnicos como si fueran patrones que podían verse en colchas, cortinas y otras telas.

«Le influenciaron todos los torbellinos artísticos de su tiempo, no cabe duda, pero como cualquier gran artista, él consiguió coger esas influencias y crear algo singular, un estilo propio», aclara Chusid. «En mi opinión, le influenciaron artistas como Miró, Klee, Picasso, Miguel Covarrubias, Carlos Mérida, Campendonk y Calder. También hay una conexión con Kandinsky. E igualmente, tuvieron mucha influencia sus viajes, particularmente a México en los primeros años 50». Ese amor por el arte precolombino, que queda reflejado en muchas de sus composiciones y figuras, fue quizá el motor que le empujó a él y a su esposa a trasladarse a vivir a México con sus dos hijos durante 15 meses como artistas expatriados tras dejar la Columbia Records.

«Flora una vez escribió: “En la escuela de arte aprendí a admirar a artistas mexicanos vivos como Rivera, Orozco, Siqueiros y Tamayo, y también el poderoso arte primitivo precolombino”», confirma su biógrafo. Junto con Italia, México era para el ilustrador estadounidense el lugar más apasionante del mundo, confirma Chusid. Le encantó la energía creativa que encontró allí. «Declaraba que visitó todos los museos e iglesias, empapándose de sus influencias. Flora siempre estuvo muy interesado por la arquitectura; quiso estudiar arquitectura, pero no pudo costeárselo durante la Depresión, así que estudio en la Escuela de Artes en su lugar. Puede verse claramente su amor por la arquitectura durante toda su carrera, y muy especialmente por la española y mexicana. Siempre estaba pintando y dibujando edificios».

Flora parecía tener cierto horror vacui en sus composiciones y miedo a lo estático. Todas sus composiciones están repletas de figuras humanas y otros elementos y en todas se percibe movimiento. ¿Por qué? «Es una pregunta interesante, pero no puedo responderla sin entrar en el terreno de la especulación, ya que Flora nunca dijo nada al respecto en ninguna entrevista», responde su biógrafo. «Se me ocurre que quizás no lo consideraba terminado hasta que todo el lienzo estaba repleto de figuras. Puede ser que, habiendo crecido en la Gran Depresión y no andar sobrado de dinero, no podía comprar papel, y estuvo toda su vida evitando dejar papel en blanco. Puedes analizar su trabajo y llegar a tus propias hipótesis psicológicas».

Al regresar a Estados Unidos tras su estancia en México, Flora inicia una larga y exitosa carrera como artista independiente. Es entonces cuando acepta encargos de la discográfica RCA Victor y comienza a ilustrar y escribir libros para niños. El primero fue The Fabolous Firework Family. ¿Con qué se sentía más cómodo Flora a la hora de trabajar?, ¿con las portadas de discos o con los libros infantiles?, preguntamos a Irwin Chusid.

«Las audiencias eran totalmente diferentes. Con las portadas de discos podía ser más cáustico, especialmente con los títulos de jazz, pero aun así no tan libre como con su muy desconocida producción artística, que era donde realmente exorcizaba sus demonios. Parte de su trabajo privado era violento, rayando en la pornografía, y desinhibido. Podía ser muy salvaje. Con las portadas tenía que satisfacer a un cliente para ganarse el sueldo. Con los libros para niños tenía que satisfacer a la editorial, al niño, ¡y a los padres del niño! Aun así, creo que disfrutaba con todos los aspectos del arte. Era un artista comercial y estaba acostumbrado a satisfacer a los clientes, a dar a los directores de arte y los editores lo que querían».

Hacia 1960, Jim Flora ya era un ilustrador de éxito que mantenía a su familia (su esposa y cinco hijos), y esa responsabilidad quizá le hizo suavizar su estilo. Para entonces, sus personajes, tanto de los libros infantiles como de los encargos que recibía, se habían vuelto menos excéntricos. «Las figuras de sus obras, que solían ser puntiagudas, geométricas, angulosas, se hicieron un poco más redondeadas, más blandas, más tiernas. Prescindió de la violencia y el vicio y se relajó un poco pasando de ser escandaloso a ser divertido, aunque algunos elementos oscuros permanecieron, y podía dibujar un monstruo aterrador de cuando en cuando», explica Chusid. «En el libro Grandpa’s Ghost Stories parece que desempolvó de su cuaderno de bocetos todos los monstruos que no había usado durante su carrera y los incluyó a todos a lo largo de las páginas del libro».

En cualquier caso, se nota que fue un artista que se divertía con su trabajo, quizá por eso sus obras conectan tan bien con el espectador.

A pesar de su legado, Flora no era un artista demasiado conocido, algo que está cambiando desde que se empezaron a publicar libros sobre su trabajo y su estilo. Su huella, sin embargo, puede verse en las obras de artistas actuales como Shag, Tim Biskup y Gary Baseman. «Fueron lo suficientemente listos para tomar cosas prestadas de Flora cuando era menos conocido», aclara su biógrafo. «De todas formas, todos ellos han cogido ideas de Flora y han creado algo que es único y personal».

La Fiambrera acoge hasta el 3 de septiembre una exposición con buena parte de la obra del artista.

Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista. Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu. A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá. Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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