El martes 15 comenzará en La Casa Encendida de Madrid En el barro, un ciclo organizado por la Embajada Argentina y el Festival Márgenes que repasa la obra del realizador José Celestino Campusano a través de cinco de sus filmes.
Desde la más absoluta independencia, este hijo y hermano de boxeadores «sobreviviente de varias batallas» ha conseguido desarrollar un estilo cinematográfico propio en el que juegan un papel fundamental las historias crudas de los barrios del conurbano bonaerense. Historias de moteros, camellos, prostitutas, proxenetas, policías corruptos y proletarios interpretadas por actores no profesionales que, en muchos casos, hacen de ellos mismos.
«El actor no profesional aporta un rango de verosimilitud que se instala por encima de las palabras», afirma Campusano para explicar la necesidad de rodar con un elenco de esas características. «A algunos ya los conozco, a otros los descubro en la preproducción y a otros en el rodaje mismo. La razón por la que utilizo a actores no profesionales es porque creo profundamente en una suerte de casting áurico, donde la persona justifica su presencia en el filme a partir del tipo de vida que ha elegido para sí y por tener incorporados ciertos códigos de convivencia que afloran tanto en el habla como en el lenguaje corporal».
Ese elemento aúrico y kármico está presente no solo en la selección de los actores y en los magníficos resultados que obtiene de ellos –«Creo que es por la gran y mutua confianza y camaradería que propongo con cada uno de ellos. Los seres humanos tendemos a devolver lo que recibimos», explica–, sino también en todo su proceso de trabajo. Sin ir más lejos, cuando se establece una fecha de inicio de rodaje, no se pospone aunque falte el actor principal.
«Es así porque eso define cómo te va a tratar el universo de ahí en más. Si permitís que factores bien terrestres definan tu vínculo con una actividad tan elevada como el cine, no te quejes de las consecuencias. Creo, además, que uno, como guionista, productor y director, debe ser un gran armonizador del equipo. No puede permitirse ni la angustia, ni el mal humor, ni excesos, o sea, ningún tipo de distracción durante el proceso».
La importancia de la obra de Caetano va más allá de lo puramente artístico para adentrarse en el terreno de la militancia política y el activismo social. Sus películas ponen al alcance del gran público realidades que de otra manera le resultarían inaccesibles, eliminan prejuicios y derriban buena parte del ideario burgués relacionado con la seguridad, la ley, y el orden. No en vano afirma que «A mi entender la policía en el mundo es una gran propiciadora de todas las formas de delito».
Todo ello se realiza a través de su propia compañía, Cinebruto, que, estructurada como cooperativa, organiza la producción de sus cintas, ayuda a realizadores jóvenes e imparte talleres sobre cómo hacer cine en comunidades desatendidas por los Gobiernos correspondientes.
«Cinebruto es una productora destinada, entre otras funciones, a visibilizar sectores ocultos de nuestra sociedad, procurando incluir a estos mismos sectores en las áreas de contenidos, personificación, producción y posterior difusión. Funciona a través de apoyos del Estado, de la fuerza del cooperativismo y de lo comunitario, y surge de la necesidad y de la urgencia de contar con el propio espacio de creación, ya que aquellos a los cuales consultamos en un primer momento se mostraron totalmente reacios a nuestros tópicos».
Lo más interesante de todo es que, a pesar de ese posicionamiento político, Campusano filma historias entretenidas, trepidantes y amenas que nada tienen que ver con muchas de las tediosas producciones del pretendido cine social.
«Se puede filmar un cine de rango político con una lectura cipaya o pasadista y un cine de entretenimiento con un subtexto aleccionador que cale en lo más profundo. En ese sentido, nuestro INCAA es un organismo donde nunca nos han cuestionado ningún plano y ni siquiera una línea de texto».
La presencia de Campusano en nuestro país merecía ser celebrada en su justa medida. Para ello, el Departamento Cultural de la Embajada Argentina ha encargado al estudio H&B la creación de una publicación sobre el director que será entregada a los asistentes a las proyecciones.
Dicha publicación es un fanzine con información sobre las peliculas y una extensa entrevista con el realizador, al que acompaña un juego de fotocromos que interpretan gráficamente algunas de las películas de este director con la estética de la época dorada del cine de sesión continua y explotación.
El diseñador Aníbal Hernández explica cómo ha sido la creación de este material promocional, en origen pensado para ser expuesto en los vestíbulos de las salas de exhibición y que ve la luz en un momento en el que, paradójicamente, ya no hay cines.
«La verdad es que una vez vistas las películas y tras documentarme sobre Campusano y su cine la idea de usar un formato casi obsoleto como los fotocromos surgió casi al instante. Es un soporte barato, popular y muy directo. Sin pretensiones y con una cierta crudeza. La idea de imprimir fotogramas sueltos con fondos y tipografías llamativas es lo que mejor podía poner en contexto el cine de Campusano».
Yorokobu: ¿Por qué resulta tan atractiva y evocadora esa estética que funciona incluso con los fotogramas menos impactantes y más anodinos de la película?
Aníbal Hernández: Al final se trataba de diseñar una identidad para cada película utilizando la misma premisa: áreas de colores llamativos y grandes tipografías. Cualquier fotograma que pongas sobre esos marcos funciona bien simplemente por contraste.
Y: ¿Por qué recurrir a una estética propia de los 70 para promocionar unas películas producidas en los últimos cinco o diez años?
AH: No creo que la estética de los fotocromos sea especialmente setentera. No es un ejercicio de nostalgia ni un homenaje a ningún periodo concreto. Es como las películas de Campusano, que para mí son historias que podrían transcurrir en cualquier momento y, por tanto, la idea es que el diseño también tenga ese aire atemporal. Que recuerde a algo que puedes haber visto a lo largo de la historia pero que no puedas ubicarlo en un momento concreto. Esto le da un aire enrarecido, como si viniese de una dimensión paralela o algo así.
Y: Si los 70 no fueron la principal fuente de inspiración, ¿cuáles fueron las referencias a la hora de hacerlo?
AH: Bueno, hay referencias por todos lados. Los mismos lobby cards y carteles de cine de todas las épocas, los 70 incluidos, pero no solo esa década, y hasta el diseño de Lubalin, Rand y Glaser. De todas maneras, cada fotocromo tiene sus propias referencias y algunas son estrictamente personales, como una baraja de cartas de E.T. que tenía cuando era pequeño. Concretamente una carta de Peligro que, por cierto, daba bastante mal rollo.
Y: Dejando a un lado influencias e inspiraciones, ¿hay alguna fórmula para hacer un fotocromo impactante y que funcione?
AH: Quizá sea importante definir bien el área donde va a estar el fotograma y compensarla con el área de color, pero no creo que haya ninguna fórmula especial que no se aplique en otro tipo de trabajos de diseño, como la composición, el color, el contraste, la tipografía…
Y: Para terminar, ¿cuál crees que sería en la actualidad una estética semejante a esa que habéis recreado en los fotocromos para Campusano?
AH: Creo que la gráfica más cruda se hace con las herramientas más comunes que se tienen a mano en cada época. Si antiguamente lo barato y accesible era el Letraset, las fotos tramadas y los diseños a una tinta, el equivalente en estos tiempos serían las tipografías de Dafont y los cliparts.