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Si eres joven, olvídate de todo esto… ¿O no?

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¿De qué hablamos cuando hablamos de jóvenes? Si nos ceñimos a la definición de la ONU, se trata de las personas que se encuentran entre los 15 y los 24 años de edad. Vamos que, en teoría, si ya rozas o  has cumplido los 30, la ONU, al menos, te excluye de este grupo. 

Pero no te vengas abajo. Teniendo en cuenta que esta definición se acuñó durante los preparativos para el Año Internacional de la Juventud de 1985, y que fue aprobada por la Asamblea General en su resolución 36/28 de 1981, podemos considerarla, cuando menos, obsoleta. 

¿O no ha cambiado el concepto de juventud en los últimas décadas? Por ejemplo, ¿cómo eran tus padres o tus abuelos con tu edad? ¿La aparentaban? Probablemente parecían más mayores. ¿O no? No es una apreciación personal. Son varios los estudios que demuestran que cada vez envejecemos más lentamente y que las nuevas generaciones son biológicamente más jóvenes que las anteriores gracias, en buena parte, a la adquisición de hábitos de vida más saludables. 

Pero las diferencias entre ambas generaciones no son solo físicas. Probablemente, con 30 años tus padres o abuelos ya tuvieran casa propia —o, al menos, estaban en ello—, trabajo para toda la vida y hubieran formado una familia o estaban a punto de hacerlo. Tampoco la forma de vestir y, sobre todo, la manera de disfrutar de los ratos de ocio son los mismos. ¿O te imaginas a tu abuela con 30 años superando el pase de batalla en el Fornite o a tu abuelo dándolo todo en un festival con 35?

Juventud, ¿divino tesoro? 

La comparación intergeneracional ha llevado a algunos sociólogos a defender la existencia de un proceso de infantilización de la sociedad en las últimas décadas. Según el economista Juan M. Blanco, se originó en Estados Unidos en la década de los 50 del siglo pasado. Los jóvenes que por entonces comenzaron a ser padres se volcaron en el cuidado de sus hijos de una forma mucho más intensa que sus progenitores. El motivo de esa sobreprotección se debía a un intento por evitar que su prole tuviera que pasar por las traumáticas experiencias y carencias que a muchos de ellos les tocó vivir con motivo de la II Guerra Mundial, por lo que les colmaban de mimos y trataban de satisfacer todas sus demandas. 

Por su parte, las empresas comenzaron a fijar su objetivo precisamente en ese segmento de población fruto del baby boom. Todo en la sociedad de consumo se concebía y producía para satisfacer las necesidades de este colectivo que, poco a poco, convirtió su principal característica, la juventud, en el gran valor aspiracional de toda la sociedad.

Con el transcurso de los años, esa sobrepaternidad traspasó la frontera del hogar para implantarse en otras estancias, como instituciones públicas, empresas privadas o medios de comunicación, que, a través de sus mensajes, empezaban a tratar a los supuestamente adultos como eternos jóvenes. Y lograron convencernos e imbuirnos en una especie de síndrome de Peter Pan.

Aunque, obviamente, este dispar panorama entre unas generaciones y otras es fruto de una coyuntura global derivada de diversos acontecimientos sociales, económicos y políticos. La crisis del 2008 y la posterior pandemia no hicieron más que intensificar la precariedad laboral, que ya en las últimas décadas se venía cebando con los trabajadores más jóvenes, siendo estos las principales víctimas de la caída de los salarios, la temporalidad y de las tasas de desempleo.  De ahí que sean sobre todo ellos también los que más sufran la incertidumbre laboral y económica. Eso, a pesar del alto nivel de preparación de la mayoría, muy superior a la de sus padres o abuelos.

De hecho, en los últimos tiempos nos hemos cansado de escuchar eso de que las generaciones venideras vivirán peor que sus padres. Y los datos parecen dar la razón a esta tendencia: según el Observatorio de la Emancipación, desde 2008, el poder adquisitivo de la juventud española ha caído un 23%. 

Objetivo: acabar con la precariedad

Pero ¿es posible acabar con la precariedad que sufre la población juvenil actual y la que vendrá en el futuro? ¿Tendrán que renunciar tanto unos como otros a una estabilidad laboral o a una vivienda digna? 

Ante el escenario tan desalentador se hace necesaria la toma de diversas medidas, alguna de las cuales ya se han comenzado a poner en marcha en diversos países, como reformas laborales que fomenten el empleo estable entre la población más joven, la subida del salario mínimo interprofesional o leyes que favorezcan el acceso al alquiler o el poder adquirir una casa en propiedad a través de una mayor oferta de vivienda social. 

El sector privado tampoco es ajeno a la vulnerabilidad económica del colectivo. Especialmente el ámbito bancario, negocio cuya razón de ser ha sido desde su origen la de acompañar a personas y negocios en sus momentos vitales mediante la financiación y asesoramiento. Así, son varias las iniciativas puestas en marcha para tratar de ayudar a los jóvenes, especialmente a los que se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad. 

Entidades como BBVA disponen de productos que facilitan —o, al menos, no ponen palos en las ruedas— el ahorro o el consumo de determinados bienes por parte de los más jóvenes. La Cuenta Online sin Comisiones es uno de ellos. Para su apertura no es necesario domiciliar la nómina ni saldo mínimo.

Como su nombre indica, la cuenta no dispone de comisiones ni ningún tipo de condiciones, ni siquiera para la emisión ni mantenimiento de la tarjeta Aqua Debito. Tampoco se aplican comisiones al viajar a otros países gracias al Pack Viajes y, además, pueden beneficiarse de importantes ahorros al comprar o adquirir productos o servicios en empresas como Booking, Samsung o Telepizza , entre otras.

Porque como cuenta Laura Árbol por experiencia propia, ya que a día de hoy a los jóvenes les toca adentrarse en un entorno laboral donde la precariedad es la tónica general, al menos que, en lo que se refiere a sus ingresos y sus ahorros, no se lo pongan también difícil. 

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