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Julio Villanueva Chang: «Un editor es un ignorante experto en preguntar»

Un viernes de junio de 2007 un plato se estrelló en el suelo. Ocurrió en elBulli y todos se volvieron para ver aquel hecho extraordinario. Entre ellos estaba Julio Villanueva Chang. El periodista y editor relató la escena en un perfil de Ferran Adrià titulado Un extraterrestre en la cocina.
Ese plato había provocado la misma conmoción que originó en 1866 los rumores de que algunos buques habían divisado una «cosa enorme, fusiforme, a veces fosforescente, infinitamente más vasta y más rápida que una ballena» en altamar. Ese fenómeno inexplicable lo contó otro Julio, con apellido Verne, más de un siglo antes en Veinte mil leguas de viaje submarino.
El testigo de la catástrofe del plato era el fundador y editor de Etiqueta Negra, la revista que a menudo es definida como el The New Yorker de habla hispana. Este mensual nació en Perú en 2001 y, mientras internet iba imprimiendo cada vez más prisa al periodismo, Chang insistía en la búsqueda de profundidad, veracidad y honestidad en todo lo que editaban. La publicación se resistía a la prensa de urgencia y se fue convirtiendo, poco a poco, en un bastión del periodismo narrativo.
«Cada vez me interesan menos el periodismo y la literatura. Lo que quiero es conmover y transmitir experiencias», dice Julio V. Chang una mañana de tanto calor en Lima que la mantequilla de la tostada no se derrite, se desintegra. «Me importa saber cómo hacemos para que alguien se conmueva con una frase. Nuestra labor es conseguir que algo que en principio podía parecer de poco interés se acabe convirtiendo en algo interesante».
En cada una de las crónicas, perfiles y ensayos de Etiqueta Negra hay una ambición infinita. La intención de Chang es que cada texto, aunque finalmente no llegue a la altura que desearía, sea lo mejor documentado y lo más trabajado que se haya escrito hasta entonces sobre el tema o el personaje que trata. Estar a la altura es realmente complicado porque a este editor le ocurre algo parecido a lo que él mismo escribió del tenor Juan Diego Flórez: «Tenía una ambición bastante astral».
EL EDITING
Julio Chang tiene fama de ser uno de los editores (o incluso el editor) más estricto y perfeccionista por el que puede pasar un artículo escrito en español. El peruano cuestiona y vuelve a cuestionar una y mil veces cada frase hasta que piensa que no quedan grietas por donde el artículo pueda naufragar. La edición en Etiqueta Negra nada tiene que ver con la habitual en la mayoría de los medios: una mera corrección ortográfica, gramatical y, raras veces, de estilo.
En esta revista, con sede en Lima, la edición tiene mucho más que ver con el editing de las grandes publicaciones anglosajonas, un trabajo que, según dice, consiste en dar problemas al autor. Esos problemas son preguntas, inteligentes y a veces incómodas, que intentan que el escritor elija lo mejor posible qué quiere contar y qué decide omitir. «Un editor», indica, «es un ignorante experto en preguntar».
En Etiqueta Negra, un autor trabaja con un editor. Es su «acompañante», «su segundo cerebro». El que piensa con él y en ocasiones el que «traduce lo que ha querido decir a las palabras e imágenes más justas». En una entrevista con El Telégrafo, Chang explicó que «en la cultura anglosajona del editing, el editor es casi una tautología de autoridad: el editor es el editor. No en el sentido de dictadura, sino de autoridad. Esa autoridad se crea teniendo casi siempre la razón y, además, exige un cierto poder de persuasión y encanto».
En la edición, Chang es un perfeccionista implacable. Por eso entendió brillantemente el significado del plato que se rompió contra el suelo de elBulli aquella tarde de primavera, a las diecisiete horas y cincuenta minutos: «En un restaurante que busca la perfección hasta en sus actos microscópicos, romper un plato no es un simple asunto de mal agüero. Es la caída del equilibrista durante el show».
El peruano, al observar al chef que elevó una cena al rango de arte, en cierto modo se estaba mirando al espejo. El editor coincide con Adrià en su desprecio por la vanagloria. El primero lo expresa así: «Cada número nuevo de la revista es un modo de sentirnos incómodos con lo que hemos logrado». El segundo, de este modo: «Nunca hicimos ninguna fiesta por la concesión de un premio. Lo celebramos trabajando más todavía».
También coinciden en la urgencia. La desprecian. Chang y el chef incluyen entre sus herramientas de trabajo un tiempo dilatado. A veces, tanto como sea necesario. Pueden ser seis años para crear el plato ‘El ravioli que se va’ o un año y medio para escribir y reescribir una crónica.
LA CURIOSIDAD
Los artículos de Etiqueta Negra tienen una doble vida invisible para el lector. Desde que eligen un tema hasta que aparece publicado, se produce una conversación constante entre el autor y el editor sobre «la importancia de lo que miras, lo que cuentas, los detalles en los que te detienes y lo que silencias», especifica Chang en una terraza de Lima. Ese diálogo queda guardado en una correspondencia electrónica llena de preguntas, reflexiones y una curiosidad que sobrepasa la estratosfera.
Dice Chang que la edición y la escritura nacen de la curiosidad. Del mismo impulso que llevó al capitán Nemo a construir el Nautilus para descubrir el mundo marino. «Todo lo que elijo editar y escribir viene de un deseo de superar mi ignorancia», indica. Ese «vagabundo afán por descifrar este mundo» que él mismo atribuía a Kapuscinski en El ABC del señor K. Esa curiosidad que describe como «esa espontánea mirada que no se debe tanto a investigar, sino a un modo de estar atento al azar» en su libro de perfiles De cerca nadie es normal.
El editor, para Chang, no solo es experto en preguntar. También en leer. En sus entrevistas dice a menudo que siempre ha creído que «leer y escribir son un modo de aprender a estar solo». Kapuscinski confirmó su teoría. «El señor K es la prueba viviente de que leer y escribir no es más que un aprendizaje de estar solo y de que el periodismo es para él una misión», escribe el peruano en el perfil que hizo del periodista polaco.
En ese artículo, aparecen más reflejos en el espejo. Por muchos motivos. Por lo que dice de la lectura y la escritura. Porque el señor K, al igual que Chang, «se siente tan culpable de los libros que aún le faltan por escribir como de los libros que ha dejado de leer». Porque piensa que «su prosa le debe bastante a la poesía». Porque, para los dos, sentarse a escribir es la etapa final de un viaje de veinte mil leguas: «Leer, viajar, investigar, mirar y escribir solo el cinco por ciento del material reportado».
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LA CRÓNICA
El fundador de Etiqueta Negra considera que la crónica «no es tanto un estilo de narrar, sino de mirar la realidad, un intento de darle sentido al caos traduciéndolo a una historia». Piensa que se trata de convertir un dato en conocimiento y, en la medida de lo posible, un acontecimiento en una experiencia. El cronista «es un traductor del presente a través de una historia en la que pone a prueba su honestidad sin excluir sus propias dudas, su humor y su ignorancia».
Esa aspiración a mostrar otra mirada está impresa en una frase que acompañó a la cabecera del número 100 de Etiqueta Negra: ‘Una revista para distraídos’. Pero ahí «distraído» no es ese tipo que no se entera de nada de lo que pasa a su alrededor. Al contrario. Es el que «se siente atraído por el reverso de este mundo», como decía Octavio Paz. Ese otro lado del mundo que intentaba descubrir el capitán Nemo y en tierra firme ni podían imaginar.
El editor se cuestiona el uso abusivo de las declaraciones entrecomilladas. La prensa diaria está inundada de ellas en un intento de mostrar que el periodista ha hecho el esfuerzo de acercarse a la fuente. «Las declaraciones entrecomilladas y los verbos atributivos son parte de la retórica consagrada del periodismo urgente», indica Chang en una entrevista publicada en el libro Domadores de historias. «Si bien cumplen su deber de informar, durante años también han contribuido a automatizar un modo burocrático de leer y escribir, un modo empobrecido de percibir el mundo. En mis crónicas, es cierto, las comillas no son signos muy frecuentes, y cuando cito, intento hacerlo en breve y mantener el dominio de mi voz. Pero esta infrecuencia no invisibiliza el trabajo de calle y de archivo (…). Citar a más personas en un texto no supone más autoridad. En mi caso, elijo qué y cuándo citar por exigencias narrativas y de sentido. Citar sin necesidad, por una falsa democracia de declaraciones, solo consigue una prosa burocrática y supone creer que todos tenemos algo importante que decir».
Hablar con Chang es como surcar el océano en una navegación que se detiene a menudo a observar el submarino. El editor asalta la conversación para preguntarse por qué algo tiene ese nombre, hablar de sus sospechas sobre el verbo «investigar» (demasiado policíaco para utilizarlo en periodismo) o su aversión a la muletilla «te confieso», como si ese diálogo se estuviese produciendo en la oscuridad de un confesionario. Escribirse con Chang es parecido. En la correspondencia pueden entrometerse reflexiones sobre la necesidad o no de un acento, o lo que decía Theodor W. Adorno sobre los signos de puntuación.
EL PERFIL
El editor dedica casi todo su tiempo a la crónica, el ensayo y los perfiles, los tres géneros habituales de Etiqueta Negra. Chang está considerado un maestro del retrato escrito y eso lo lleva a menudo por varios países de habla hispana. Allí lo esperan para que imparta su taller titulado igual que su libro de perfiles, De cerca nadie es normal.
El perfil es un trabajo que cruza hechos, testimonios, documentos, indicios, contextos y rumores sobre la identidad de un individuo. No es una biografía, aclara. Es solo el resultado de «detenerse a mirar a una persona desde unas cuantas esquinas de su vida».
El primer paso que lleva a Chang hasta sus personajes es la curiosidad. «Escribo sobre lo que no entiendo. Cada uno de mis perfiles es un ensayo sobre mi propia ignorancia», detalla en Domadores de historias. «Una persona se convierte en personaje cuando su historia, al margen de cualquier mirada y estilo de escritura, ya es sobrenatural. Me intriga la gente que encarna una idea paradójica, y en cuyas vidas abundan escenas tan complejas como triviales. Me gusta que de algún modo sean únicos en su oficio y que, en el trance de retratarlos, sus historias también me permitan entender cosas de mí mismo y las de una legión».
Para hacer un perfil Chang no solo busca al personaje. Habla con treinta, cuarenta y hasta cincuenta personas relacionadas con él. En sus entrevistas, utiliza una grabadora pequeña y una libreta de notas. Fotografía el lugar y los detalles alrededor del diálogo para que la memoria no oculte nada. Así, el que elige qué escribir es él, no sus recuerdos.
Después de la documentación, que puede llevar años, viene el momento más doloroso. En De cerca nadie es normal lo describe así: «Escribir un perfil es rascarse la cabeza pensando en una persona por semanas o meses mientras nos crecen las uñas sobre un teclado».
Lo primero que escribe Chang es el título. Durante todo el proceso le servirá de «faro intermitente» y de «promesa». Después redacta un subtítulo, que siempre tiene forma de pregunta. «Si el título es el anzuelo, el subtítulo debe ser el ancla», especifica. En su perfil sobre Juan Diego Flórez, por ejemplo, la fórmula queda así:
El tenor que no sabía silbar.
¿Por qué uno de los divos más revoltosos de la ópera se porta tan bien en casa de su mamá?
LOS PARALELISMOS
A menudo hay algo de Chang en los personajes sobre los que escribe. Lo indicó el cronista Jon Lee Anderson en el prólogo de De cerca nadie es normal y lo comentó el propio autor en una entrevista con Sergio Llerena. «Escribir sobre otros es también un modo de escribir sobre mí mismo: delata mi mirada a las personas, mi elección sobre qué decir y qué no decir acerca de ellas, mi estilo de buscar qué quiero que la gente recuerde y olvide. No me creo del todo eso de que un texto sea independiente de la autobiografía. Publicar es un acto indiscreto por naturaleza. En ese sentido, cuando edito o escribo, una pregunta clave es qué tiene que ver esta historia conmigo. La otra pregunta es de qué trata esa historia y por qué alguien más tendría ganas de leerla. Se trata de discutir ideas en forma de fábulas. Y elijo escribir sobre una persona porque, para bien o para mal, es ejemplar en sí misma. Una persona es una excusa para debatir a través de su vida una verdad que a todos inquieta. Es decir, si elijo escribir sobre un individuo es porque es muy singular, pero también el paradigma de una legión».
Decía Nietszche que la vida sin música sería un error. Esta máxima también se puede aplicar a mucho de lo que hace Chang. En su libro de perfiles un tenor pone la música y un cantante lo inspiró para encontrar el título. La frase ‘De cerca nadie es normal’ es de Caetano Veloso. El cantautor brasileño, después de cumplir los 70 e interesarle el rock más que nunca, no ha cambiado de opinión. En una entrevista, hace un año, reafirmó que de cerca, nadie es normal.
En la hemeroteca de Etiqueta Negra también hay música de fondo. En 2012 contaron cómo Frank Gehry hace música con paredes torcidas y el año pasado publicaron un perfil del sonidista que va por el mundo con tapones en los oídos Vasco Pimentel.
Una noche, ciento cincuenta años antes, sonaban algunos preludios armónicos en el salón del Nautilus. El capitán Nemo estaba delante de su órgano, sumido en un éxtasis musical. El profesor Aronnax le advirtió que habían atraído hasta las escotillas a una tropa de bípedos. El capitán no se inmutó y sus dedos siguieron corriendo sobre el teclado. Tampoco se altera Etiqueta Negra con las prisas de un periodismo urgente y ansioso de llenar sus textos de gráficos y estadísticas. Queda salsa para rato, dice Chang. Y a él le encanta bailar.

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