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Kodo Nishimura, el monje budista, maquillador y que usa tacones

Es monje budista, japonés, maquillador, de vez en cuando usa tacones y pertenece a la comunidad LGTBI. Kodo Nishimura, nacido en Tokio hace 33 años, presume de su oficio, de su país, de su religión y de su género fluido, aunque prefiere que se le trate como «él» y que se evite llamarle gay para definir su orientación sexual.

Estos aspectos biográficos sirven, además, como coordenadas para que reflexione sobre el amor a uno mismo, el juicio de los demás o la dificultad de elegir un propósito en un mundo de incertidumbres.

Ahora todos esos pensamientos que le rondan desde hace tiempo los ha plasmado en un libro: Este monje usa tacones, publicado en castellano por la editorial Amat (el libro se ha traducido a otros siete idiomas más), y que Nishimura ha elaborado a modo de guía para aceptarse y encontrar el valor intrínseco de cada persona.

¿Autoayuda? Puede ser, pero también hay momentos de intimidad, anécdotas útiles y frases inspiracionales que son como los sutras o escrituras sagradas que estudia en su templo. Tampoco se ha olvidado de incluir trucos de belleza, ejercicios de terapia y una omnipresente celebración de la diversidad.

«Quiero que la gente esté orgullosa de sus diferencias», confesaba desde Barcelona, donde tuvo lugar la presentación de la edición en castellano. En esta ciudad, afirmaba entre risas, se desmelenó a los 18 años: salió de fiesta, hizo nuevos amigos, aprendió el español que ahora parlotea (a pesar de que prefiere el inglés para comunicarse) y, en definitiva, fue conformando su identidad.

«Aquí vi a una pareja del mismo sexo besarse en un bar de ambiente. Y vi que no pasaba nada: estaba con un amigo y su madre le hizo un bocadillo de jamón antes de irnos a bailar. Mi alma canta cuando estoy en España», exclamaba.

Un ejercicio, el de liberarse, no exento de obstáculos: Japón, asiente Nishiruma, es una sociedad muy conservadora donde la tradición manda. Y la tradición juzga desde el parámetro de la familia heterosexual, monolítica, cuya función es procrear.

«La representación que había de alguien gay en la tele siempre tenía un tono jocoso, de figura pervertida o cómica», ilustra. Él, que tuvo dudas de sus inclinaciones sexuales desde la infancia, no se atrevía a preguntar, a investigar y mucho menos a revelar en público sus gustos. «El 80% de la gente no puede salir del armario. Yo fui el único en mi círculo más cercano. Pero todavía es tabú, y el matrimonio de dos personas del mismo sexo está prohibido», apunta.

La situación como monje era más dura. «No teníamos posibilidad de preguntar y estábamos separados en hombres y mujeres», explica Nishiruma. Al final, le consultó a su maestro. Y, contra todo pronóstico, su reacción fue muy positiva:

«Me dijo que no había ningún problema, que podía ser lo que yo quisiera, y que a Buda no le importaba la condición de cada uno. Me dijo que ser homosexual no era nada malo», recuerda con entusiasmo. Sin embargo, el entorno todavía era algo hostil. Esperó para contarle a su familia que desde pequeño sentía atracción por los chicos y que se consideraba hombre «solo biológicamente, no mentalmente».

Hasta los 24 no expuso abiertamente cómo era. «Japón ha ido cambiando poco a poco. Entre la gente, con más referentes, es más aceptado todo y hay más flexibilidad, pero los gobernantes siguen anquilosados», justifica.

Antes, Nishimura había conseguido dar el salto. A los 18 años se marchó a Boston. Estudió artes y diseño, desarrollando su interés por el canto o la danza. En Nueva York pasó desde los 20 a los 28, y supuso el inicio de una carrera fulgurante: en la Gran Manzana empezó como maquillador de artistas. Y lo alternó con temporadas en su templo, de la rama budista Jodo Shu.

En uno de estos viajes se lo contó a sus padres. «Me apoyaron totalmente. Y creen que como mejor se puede brillar es siendo como cada uno es y haciendo lo que se ama», afirma.

Su trayectoria fluctuó entre idas y vueltas. Ejerció de maquillador durante un año en Los Ángeles. Regresó a Tokio. Y ahora recorre el mundo con su oficio y con este libro, impulsado por su aparición en la serie de Netflix Queer Eye, ¡Estamos en Japón! Este deambular ha provocado que evalúe la importancia del pasado en el crecimiento personal o la necesidad de ser fieles a uno mismo.

«Hay que mirarse y ver qué se quiere ser, tener una conversación sincera con uno mismo para decidir el camino», anota Nishiruma, que apostilla cómo eso supone recorrer los episodios que han forjado nuestro carácter.

«Cuando no fui bienvenido en Estados Unidos, tuve que mirarme. Y no me miré con aflicción, sino de forma generosa: tenía que ir más allá y enseñarles a tratar al otro. Ver por qué pensaban así y ayudarles», remarca. Aquello no estuvo exento de sufrimiento.

Como relata en uno de los apartados, en el periplo hacia la aceptación toma un espacio fundamental el dolor y el juicio de los demás. A Nishimura le afectaba muchísimo, reconoce, pero tuvo que aprender a no contentar al resto. A asumir eso que ahora ha transformado en proverbios: «En realidad, no puedes cambiar a nadie: la única persona a la que puedes cambiar es a ti».

[pullquote]«Cuando no fui bienvenido en Estados Unidos, tuve que mirarme. Y no me miré con aflicción, sino de forma generosa: tenía que ir más allá y enseñarles a tratar al otro. Ver por qué pensaban así y ayudarles»[/pullquote]

Inspirándose en cantantes como la estadounidense Lizzo, que hizo bandera del empoderamiento femenino, afro y de cuerpo no normativo, Nishimura ha ido desarrollando una teoría que incide en cuatro pilares: fidelidad con uno mismo, alcanzar nuestro propio camino, comprender que todos somos iguales y encontrar nuestras virtudes internas.

Todo este armazón se asienta sobre las dos máximas que repite con ahínco a lo largo de la conversación: «Tenemos que buscar la belleza del corazón y estar orgullosos y en paz con nosotros», concede.

Para afianzar estas cuestiones, comenta, a veces hace falta distanciarse de las redes sociales y la eterna comparación. O abrazar la meditación, sea o no con un trasfondo místico. «La religión es un remedio, no una obligación», matiza, «y hay quien la necesita y quien no».

Escuchar nuestra voz interior, tomar notas de lo que nos atormenta o palpar más la vida terrenal que la digital son algunas de las actividades que recomienda, aparte de trasladarse de vez en cuando a la niñez y rememorar cómo eras, lo que te apasionaba. «Está bien conectar con nuestra propia consciencia y preguntarnos qué nos hace felices».

Nishimura no duda en responder a ese interrogante. Él ya estaba tentado por el maquillaje desde pequeño. Según narra —y complementa con unas instantáneas del álbum familiar—, solía ponerse las faldas de su madre y usar otras prendas de ropa como peluca mientras trataba de ser una princesa.

«Me encantaba sentirme como una princesa y ahora me encanta hacer sentir a otras personas como princesas», esgrime. Así ha llegado a donde está: el profesional japonés viaja por todo el mundo solicitado por celebridades. En nuestro país fue el artífice de que Ángela Ponce se coronase como Miss Universo España, la primera transexual en lograr este título.

«El hecho de tener la oportunidad de hacer que una persona transexual ganara un concurso de Miss Universo a nivel nacional y tuviera la ocasión de participar ya tocó mi alma», arguye. «Sentí que España está repintando la historia de lo que es ser mujer», añade, contento porque luego Ponce participara en la campaña de Pantene.

«Que fuera modelo de esta marca me sorprendió mucho, porque en Japón esto es algo muy difícil de ver», señala, defendiendo su labor: «El maquillaje no es solo vanidad. Es saber quién eres y cómo lo quieres mostrar. Es confiar en ti mismo. Y es una manera de influir en los demás. A veces el color o la ropa facilitan los acercamientos. Otras, los alejan. Y puede que en ocasiones despierten la afición de alguien», concluye Mishimura, abogando siempre por festejar nuestras particularidades.

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