Pueden pasar semanas, incluso meses, desde que Ingrid Siliakus esboza en sueños una ciudad, imposibles fantasías oníricas de papel y tijera, hasta que consigue que se alcen sobre el plano. en se mismo mundo de fantasía, la artista holandesa sería, sin duda, la hija que Escher siempre quiso tener.
Siliakus descubrió, en los inicios de la década de los ochenta, que la arquitectura se construye en unas ocasiones con hormigón y acero, en otras con ladrillo y en otras con madera. O también con papel, sólo por el placer de ver como surge del pliego, sin la pretensión de que nadie la habite salvo en deseos y anhelos. Se topó con el trabajo del arquitecto Masahiro Chatani y vio señalado el camino que tenía que seguir.
Ni siquiera se plantea transmitir nada que no quiera ser interpretado por quien ve su trabajo. «Me gusta que la gente lo interprete de manera libre. Sólo quiero crear aquello que me atrae», explica la holandesa.
Silikaus crea cada obra a partir de un único pliego de papel, que repasa micra a micra, sobre el que desliza la tijera como si quisiera encontrar algún tipo de imperfección y convertirla en un una llamada al observador. «Cortar y doblar. Es todo lo que hago».
El proceso es tedioso. Bueno, lo sería para el más común de los mortales, pero ella disfruta la minuciosidad mimando cada capa. «Comienzo diseñando una primera capa y después construyo, sobre le plano, la siguiente sobre la primera. Después viene la etapa de cortar y doblar. Es necesaria una gran cantidad de papel para terminar un buen trabajo».
El resultado de sus devaneos papirofléxicos son un sencillo -por los instrumentos- y complicado -por la ejecución- homenaje a la artesanía tradicional, la arquitectura y, sobre todo, la ciencia de la paciencia.