Un grupo de atracadores, en mitad del trabajo, se arranca a cantar la Bella ciao. En italiano, por supuesto. Y Paco Tous lleva la voz cantante. Aunque parezca mentira, la escena se emite en el horario de máxima audiencia de una cadena en abierto. Basta este único fragmento para ejemplificar una evidencia: La casa de papel es una serie singular. Y vamos a intentar demostrarlo sin destriparla.
Cuando Antena 3 anunció la nueva propuesta de Álex Pina, responsable de Vis a vis, no era difícil temerse el peor de los destinos para este ambicioso thriller. En el papel seguro que quedaba muy bien, pero la sombra del cutrerío planeaba sobre su paso a la pantalla. Si hasta el reparto sonaba extraño. Vamos, hombre, que estamos en España. Aquí esto no se hace bien. Por eso llama aún más la atención un resultado tan satisfactorio.
Para empezar, el asalto no es a un banco. La idea ni siquiera es robar a alguien, sino atrincherarse en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, permanecer varios días imprimiendo dinero y salir de allí con 2.400 millones de euros. Vale que tomando a un centenar de rehenes, pero sin herir a nadie. Si Sabina le dedicó una canción al Dioni, con estos tendría para un disco entero.
El ecléctico grupo de atracadores cuenta con una característica común: sus vidas han alcanzado un punto en el que ya tienen poco o nada que perder. Son el brazo ejecutor. Responden ante un enigmático personaje que controla la situación desde fuera, lidia con los negociadores y se asegura de que el plan que lleva media vida puliendo concluya con éxito.
Y funciona. No el atraco, que eso está por ver, sino la serie. Principalmente, porque cuenta con una estructura compleja pero sólida. Y porque los guiones están bien escritos y dialogados. La información se transmite mediante dos vías; los hechos que se suceden en el presente, y los flashback que modifican la percepción de lo que el espectador conoce.
En esos saltos temporales se narran los preparativos del golpe, y ahí se perciben fácilmente algunas de las influencias del cine de atracos que recibe la serie. Cualquiera que haya disfrutado de Reservoir dogs y Ocean’s eleven encontrará algo de ellas en varias escenas de La casa de papel.
A eso hay que sumarle capítulos que, en su mayoría, confirman el ritmo y la acción del piloto. Bien es cierto que a veces decae (cómo no hacerlo, con episodios de 70 minutos), pero en esos bajones se introducen detalles que fundamentan giros sucesivos. La serie está pensada como una única temporada cerrada, pero se emitirá en dos partes por aquello de que la gente tiene mejores cosas que hacer que sentarse delante de la tele durante las noches estivales. Así, tras el noveno capítulo, que acaba de ver la luz, se alcanza el ecuador y llega el parón.
La pausa deja una trama enrevesada y unos personajes bien definidos. Principalmente, se dividen en tres: atracadores, policías y rehenes. Obviamente, son muchos y algunos resultan más atractivos que otros, pero en todos se han ido hilando seductores conflictos personales y profesionales.
En cada episodio, varios personajes de cada grupo tendrán tiempo para la desesperación, la traición y las decisiones arriesgadas. Todo en constante movimiento. Hasta hay tiempo para subtramas amorosas, quizás algunas más de las que cabría esperarse. A todo esto se le suma un reparto que se ajusta perfectamente a los roles asignados (especial mención a Pedro Alonso, Álvaro Morte y Alba Flores).
No obstante, no todas las decisiones son acertadas. Hasta ahora, no hay justificación en la trama para la narración (que en ocasiones coquetea con la omnisciencia) del personaje de Úrsula Corberó. Quizás esa pieza encaje cuando la historia alcance su resolución. Este abuso de la voz en off la conecta con otra importante apuesta de la ficción española, Las chicas del cable.
Curiosamente, la propuesta de La casa de papel coincide más con lo que ha producido una plataforma de audiencia segmentada como Netflix, mientras que la serie cuyo reparto lidera Blanca Suárez casa más con la programación generalista de Antena 3. Pero las decisiones de los directivos televisivos son inescrutables.
La serie regresará después del verano, tiempo suficiente para que el espectador que leyó la premisa con suspicacia se ponga al día y disfrute de su recta final. La acción, la tensión y los giros (sorprendentes pero plausibles) caracterizan el discurrir de esta serie que, como otras, ya ha dejado de tomar por tonto al espectador.
Hace falta hacer las cosas bien para sorprenderle, y en ello están. Definitivamente, algo está cambiando en la ficción nacional y La casa de papel no hace sino confirmarlo.