Quien deja una mastodóntica ciudad como Madrid o Barcelona para instalarse o pasar una temporada en Sevilla, al poco se percata de que la pobreza y el dinero comparten acera o están ventana frente a ventana.
Cuando no queremos o no debemos ver
En cualquier barrio sevillano, no muy lejos de la arquitectura que sorprende al turista, no es raro que en la misma acera haya un moderno edificio de apartamentos y a 300 metros, un edificio descascarillado con el portal arrancado para la chatarra, una maraña de cables de la luz en la fachada porque los inquilinos la toman prestada, bolsas de basura en las esquinas, muchachos con perros de presa trapicheando en la esquina…
Edificios marcados por una leyenda: «Aquí no entra la policía». Y frente a esta estampa, un bar de tapas caras, plato grande y poca chicha.
Quien no es cliente de los camellos y tiene que pasar por el lado, mira al frente. Al paso, los que trapichean con sus perros son figuras borrosas que ríen y huelen a litrona por la mañana. El habitante de Sevilla ha aprendido a no mirar. Esta ceguera quizá sea un fenómeno común en las ciudades medianas y pequeñas donde los ricos no han tenido tiempo para aislarse.
La ciudad y la ciudad: cuando nos obligan a no mirar
¿Y si esta manera de ver borroso nuestro alrededor no fuera fruto de las circunstancias –de la autoprotección– sino una obligación impuesta por un Gobierno? Esto es lo que propone una de las series de televisión más sugerentes de 2018: La ciudad y la ciudad.
La miniserie de la BBC de cuatro episodios, basada en la novela homónima de China Miéville, está ambientada en una tierra partida en dos ciudades: Beszel y Ul Qoma. Entre ambas no hay muros y, sin embargo, quien está en Beszel no puede ver Ul Qoma; quien está en Ul Qoma no puede ver Beszel.

Las personas han sido educadas desde la niñez para no ver el otro lado. Mirar a propósito la otra ciudad está penado. De manera que la ciudad prohibida permanece borrosa como una fotografía desenfocada. Para pasar al otro lado es necesario un pasaporte y pasar por una aduana en los túneles de ambas urbes.
Las fronteras invisibles están vigiladas por la Brecha. Sus agentes pueden ver los dos lados a la vez y tienen libertad para cruzar la frontera sin pasaporte.
Beszel es antigua y pobre como una ciudad de la Europa del Este. Ul Qoma tiene rascacielos de cristal y es opulenta. Ambas ciudades son tolerantes con la diversidad racial y la libertad sexual, pero siguen diferentes políticas respecto a la religión y las ideologías. Beszel representa la libertad/caos frente a Ul Qomam, que representa la seguridad/represión de Ul Qoma.
«No queremos extremistas en Ul Qoma, ni unionistas, ni partidos socialistas, ni partidos fascistas ni partidos religiosos», dice la detective Dhatt/Maria Schrader al inspector de Beszel Tyador Borlu/David Morrissey.
Beszel está sumida en luchas callejeras violentas entre distintos partidos y religiones mientras que la policía de Ul Qoma reprende con violencia las ideologías que perturben la paz.
Además de la pantalla dividida en zonas borrosas y zonas nítidas, el guion de Tony Grisoni (The Young Pope, Southcliffe) remarca estas diferencias. A través de distintos personajes se recuerdan las reglas de Ul Qoma que van desde no fumar al prohibido suicidarse o vestir de amarillo (que está considerado como una ofensa).
Por si la diferencia visual y la estética no fueran suficientes, el realizador Tom Shankland (Punisher, Los miserables-BBC) juega con el encuadre: las personas son diminutas en la moderna Ul Qoma. La cámara está sobre sus cabezas. Hay obstáculos visuales ante el detective Borlu.
Un argumento de cine negro

Un crimen conecta ambas ciudades. La víctima es una joven arqueóloga asesinada en Ul Qoma, pero trasladada a Beszel. Un caso para la Brecha, pero que lleva con determinación el detective Borlu, de Beszel.
Este personaje está retratado a la manera de los detectives del cine negro representados por Humphrey Bogart o Robert Mitchum: el hombre fuerte, silencioso. Enérgico, fumador, cínico y trágico. Arrastra la frustración por la desaparición en extrañas circunstancias de Katrynia/Lara Pulver, que también fue arqueóloga en Ul Qoma. Borlu quiere aprovechar el caso de la joven asesinada para encontrar a su esposa. Considera que ambos sucesos están relacionados.
Borlu debe pasar por un proceso de desaprendizaje: dejar de ver su ciudad para ver la otra. Después de muchos años se percata de que vive en la misma plaza que la detective Dhatt, su homóloga de Ul Qoma. La metáfora es perfecta: tan cerca, tan lejos.
Como es habitual en el género negro, y como sospechamos por las trabas que Borlu soporta, el asesinato encubre una conspiración tras las que se esconden políticos y empresarios. La ciudad y la ciudad sigue así la senda de El sueño eterno o Chinatown. La trama avanza con un ritmo pausado que pretende sugerir el estado de ánimo de Borlu (hastiado). Avanzado el capítulo 3, el montaje se acelera y las elipsis saltan de una escena esencial a otra.
El crimen es la excusa de China Miéville para una profunda crítica a los gobiernos que fomentan la división de las personas. Con frecuencia los políticos impiden con su palabrería altisonante que veamos a los vecinos cómo son en realidad. Las descalificaciones y los prejuicios forman un muro invisible. De manera que nos conducen a ver borrosos a quienes tenemos cerca, pero que tienen los mismos deseos y necesidades que nosotros: la seguridad, la esperanza y el amor.