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La desobediencia urbanística como obligación

Santiago Cirugeda hace tiempo que perdió la cuenta de las veces que el concejal de turno le ha dicho: “No se puede hacer, no está permitido, punto”. Este arquitecto sevillano lleva más de 15 años oyendo esta cantinela y pasándosela —con perdón— por el forro a base de imaginación, audacia y trabajo en red. Sus ‘recetas urbanas’ pretenden dar respuesta técnica a aquellas necesidades sociales y urbanísticas que son ignoradas por los ayuntamientos. Recetas en forma de proyectos arquitectónicos que desafían las normas establecidas. Y sí, a menudo son ilegales.

Es uno de los nombres que más suenan cuando se habla de arquitectura subversiva en este país. Y a la hora de presentarse despeja cualquier tipo de dudas: “Tengo el título de arquitecto, pero soy más ciudadano que arquitecto”. Santiago Cirugeda (Sevilla, 1971) rehuye como de la peste del concepto arquitecto-poseedor de la verdad. Para él, el ciudadano no puede ser reducido a un ente sin voz que sigue los preceptos marcados por los técnicos. Ha de ser algo más. A fin de cuentas, dice, la capacidad de un vecino para proponer qué barrio quiere es exactamente la misma que la que tiene un titulado. Por eso fue uno de los ponentes estrella de la pasada edición de eme3, certamen orientado a descubrir las nuevas formas de entender la arquitectura.

Esta vocación de ciudadano por encima de todo le llevó a crear en 1996 el estudio Recetas Urbanas, un vivero de activistas que hoy forma parte de una extensa red llamada Arquitecturas Colectivas, formada por docenas de agrupaciones de diversas nacionalidades y ámbitos, desde el mundo del arte hasta la abogacía, y empeñados en aportar soluciones alternativas para dar respuesta a las demandas sociales de vecinos y comunidades. Durante este tiempo han trabajado en infinidad de proyectos, legales o alegales (o en tierra de nadie); independientes o en colaboración con organismos públicos; de carácter artístico, educacional, de vivienda…, pero todos pueden resumirse en una única idea: garantizar el bien común.

“Se trata de plantear que cualquier ciudadano que vive en una urbe puede participar en el diseño de su ciudad. Estamos demasiado acostumbrados a ver cómo la economía marca unas pautas de producción arquitectónico-urbanísticas, los políticos las acompañan y el ciudadano se las come con patatas”.

Sus métodos de trabajo, basados en la ocupación del espacio público, la autogestión, la recuperación social de espacios privados y el uso de materiales inutilizados o de desperdicio, han convertido a Cirugeda y sus colaboradores en referente de una nueva forma de hacer arquitectura y, sin pretenderlo, en ‘enfants terribles’ de las administraciones de media España.

Como suele ocurrir cuando aparece en escena algo novedoso y diferente a la norma, quienes ostentan el poder sufren brotes esporádicos de psicosis y juran ver al diablo en cada esquina, por lo que no les queda otra que aferrarse ciegamente al agua bendita, o sea, la Ley. Y volvemos así al “no se puede hacer, no está permitido, punto” del principio del texto. ¿Qué hacer cuando la Ley se interpone?

Cirugeda y su equipo no tienen dudas al respecto: a la espera de que el poder público solucione las demandas de los ciudadanos, ellos actúan con proyectos concretos, y que, además, funcionan, y está demostrado. “Hay que intentar convivir con la legislación que tenemos, sea mejor o peor. Pero luego está la realidad, de la que nacen nuestros proyectos: la ausencia de ayudas de las administraciones. Y eso ocurre; unas veces, porque no les da la gana colaborar, y otras, por desconocimiento total. Los técnicos no están formados y no saben cómo catalogar nuestros proyectos”. Ante este panorama, la receta que usan es tan sencilla como llevar a cabo el proyecto, diga lo que diga la ‘lex’. “Sus trabajos son como acciones de comando”, decía el antropólogo Manuel Delgado refiriéndose al trabajo de Cirugeda.

Todo ello siguiendo un patrón de acción bien definido y arropados por otros grupos. “Como individuo tu fuerza es insuficiente”, explica el arquitecto. “Por eso trabajamos en equipo. Uno puede hacer cosas, pero como colectivo hará más. Y como red, la capacidad se dispara”. Se trata, básicamente, de seducir más y mejor. Y para ello, la metodología es básica: “Al final, la gestión de proyectos es pura metodología. El promotor que se reúne con un maletín cargado de dinero usa una metodología. Y nosotros usamos la nuestra. Nos presentamos en grupo: un andaluz, un extremeño, un vasco y un catalán, expertos en diversas materias, y te aseguro que el trato es diferente que si haces la propuesta en solitario”.

Las recetas urbanas siguen elaborándose día a día en muchos rincones de España financiadas a través del crowdfunding y del esfuerzo de muchas manos altruistas. El colectivo está viviendo un momento “muy bonito”, con proyectos que involucran a sectores de la sociedad con demandas diferentes, pero que reflejan, todos ellos, la misma incapacidad por parte de los organismos públicos para cumplir con la sociedad, ya sea en materia de educación, en equipamiento cultural o en la conservación del patrimonio. Sirva de ejemplo un botón.

Tres, en realidad. En Sevilla. El primero, la construcción de estructuras para dar sombra en los colegios públicos mediante árboles de madera y toldos reciclados. Hartos de no recibir respuesta por parte de la administración, la asociación de padres de un centro pidió ayuda al colectivo y Recetas Urbanas se sacó de la chistera un kit de madera para construir un árbol de casi cinco metros de altura. “Les dije que encantado, pero que tendrían que currar ellos y los niños. Primero, en el montaje; y segundo, difundiendo el proyecto entre otros padres de diferentes colegios”.

Otro de los trabajos que están llevando a cabo es la rehabilitación del palacio del Pumarejo, un edificio del siglo XVIII de propiedad pública destinado en parte a vivienda de familias con rentas bajas y que lleva años abandonado por la administración. “La idea del ayuntamiento es encontrar una firma importante que lo adquiera, lo convierta en hotel y lo gestione”. La idea de Recetas Urbanas, de la Plataforma del Pumarejo y de los propios vecinos es otra: reformar parte del edificio, añadir equipamientos sociales y lograr mejorar el estado de las viviendas de las familias que viven allí.

El tercer proyecto es el espacio artístico La Carpa, sede de Varuma Teatro y futura Escuela Superior de Circo de Andalucía. En un terreno cedido por el Ayuntamiento de Sevilla, el colectivo, codo con codo con otras asociaciones, ha levantado un centro de entrenamiento y de almacenamiento de material técnico y escenográfico. Para su construcción se han reutilizado varios contenedores desmantelados de otras instalaciones, además de materiales de propiedad municipal que estaban en desuso, como farolas, bancos o baldosas.

Cirugeda es consciente de que los poderes políticos y económicos no dudan a la hora de tomar decisiones. Por eso, colectivos como Recetas Urbanas y otros muchos grupos activistas ligados a la arquitectura saben que para llevar a cabo sus proyectos tienen que actuar exactamente igual. Sin detenerse mucho en los detalles, aunque para ello haya que pasar, muchas veces, por encima de la legalidad. “Como ciudadanos hay que cometer ‘ilegalidades’ y demostrar que esas alegalidades pueden ser correctas. Solo así se puede originar un cambio de mentalidad y, en última instancia, un cambio político”.

 

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