¿La diferencia?

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“La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco” (Salvador Dalí)

Arte y publicidad. Lo sagrado y lo profano. El cielo y la tierra. En tiempos híbridos, mutantes y transto(rna)do(s) como éstos, todavía presuponemos algunas diferencias, ciertas distancias casi éticas entre uno y otro. En un extraño acto de fe, el primero es puro (incluso cuando desciende al más oscuro de los infiernos), mientras el segundo resulta siempre sucio (no obstante a veces consiga acariciar con la punta de los dedos las nubes más altas de la belleza).

Pese a no saber a ciencia cierta qué es exactamente eso del arte, sí sabemos perfectamente qué no es. Y, sin lugar a dudas, no es vender seguros de coche, armarios desmontables o latas de cerveza. Precisamente todo aquello que, sí sabemos, es la publicidad. El arte está muy por encima de todo eso y, aunque se presenta como un concepto ambiguo, interpretable y confuso, también resulta algo evocador, que remite de forma directa a lo mejor y más noble de la naturaleza humana.

Por el contrario, muchos entienden la publicidad como una suerte de ente vampírico, insaciable devorador de la sangre ajena. Siempre a punto para la copia flagrante y para el sablazo despiadado, con el infalible olfato del depredador avezado, en lo que a la caza de talentos (muertos de hambre) se refiere. Ilustradores, escritores, fotógrafos, diseñadores, realizadores y un sinfín de artistas más, se han dejado seducir por el mal del capital.

Entendemos la publicidad como un acto de salvaje apropiacionismo sin la debida reinterpretación o contextualización que esta disciplina requiere. Como a un hijo no deseado, deforme, malvado, copión y envidioso de su hermano mayor, el perfecto y puro Arte. El ladrón que roba la fruta del jardín ajeno, le pone un logo y la vende al mejor postor. Sin sembrar, sin regar, sin cuidar las flores, arrancándolas de raíz.

En definitiva, la publicidad es para muchos eso que echan en la tele y que interrumpe sin piedad la película, que hace ruido y a lo que se intenta no prestar demasiada atención. Y el arte es…el arte es…Bueno, tal vez no sabemos definirlo con precisión, pero lo identificamos perfectamente por contraposición.

Hay cosas que no son arte.

Que simplemente no pueden ser arte.

Hasta que, de repente, lo son.

Adrià Rosell es creativo en Altraforma y fotógrafo freelance

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