En los años 90, España parecía un país que funcionaba perfectamente. Un espejismo que también se podía trasladar a la monarquía, ya que en ese momento la admiración por el rey Juan Carlos se encontraba en su mejor momento.
Para fortalecer esa imagen aún más, la Casa Real encargó en 1994 a Antonio López, el artista más popular de la Transición, un retrato de la familia. En él, tendría que aparecer reflejada una estirpe unida y campechana. Sin embargo, la obra tardó 20 años en terminarse y tanto el país como la corona cristalizaron en algo completamente opuesto. Lo que en un principio se pensó como loa acabó siendo una caricatura.
Esa evolución, con el cuadro de fondo, es la que vertebra Borbones y membrillos (Lengua de Trapo), el nuevo ensayo del periodista e historiador de arte Peio H. Riaño. Una obra que viene escribiendo desde hace más de dos decenios, cuando comenzó su carrera periodística y le surgieron preguntas sobre el retrato real, la representación política y la legitimación de la monarquía.
De esta forma, este libro no es más que una crónica de un ciudadano sorprendido ante la evolución del cuadro y de una sucesión de catastróficas desdichas alrededor de la familia real. Pero también contra la autonomía del arte.
El cuadro tarda 20 años en pintarse. ¿Por qué este tiempo es importante y cómo hace que cambie la percepción sobre la obra?
Todo viene por una sucesión de catastróficas desdichas. Entre 1994 y 2014, el tiempo que dura el encargo, los Borbones se dilapidaron. Nosotros observamos esa decadencia y Antonio López también, algo que acaba determinando la visión sobre la obra.
La evolución del cuadro es similar a la del ciudadano español en esos 20 años. Pasa del aplauso y de la lealtad a Juan Carlos al desencanto con su figura. Creo que el pintor, que no lo va a reconocer jamás, pasa por el mismo viacrucis ciudadano. Y por eso salva a Felipe VI en la última composición del cuadro al separarlo de su familia. Para no mancharlo.
En los noventa, la corona tiene su máxima aceptación entre los españoles. Escribes en el libro que Juan Carlos es la mejor obra de la Transición. ¿Por qué?
En ese momento no hay ni una sola grieta. Todo el mundo es juancarlista y Patrimonio tiene que subirse a la fiesta. Para ello, llaman a pintor más popular del momento y de la democracia española. Por eso creo que es también un ensayo contra la autonomía del arte. Porque todo es una construcción simbólica.
La propia corona es una fachada de la que no ves su interior. Pero hay una diferencia con otros retratistas reales, como puede ser Velázquez, y es que hoy en día existe el fotoperiodismo. La filtración de las imágenes de la intimidad de Juan Carlos con su familia hace que cualquier operación simbólica de blanqueamiento no sirva. Que nazca derrotada.
Velázquez tenía el monopolio de la construcción de Felipe IV. Cualquier imagen que estuviera en la calle era obra suya. Sin embargo, Antonio López no puede hacer nada contra la avalancha de fotografías de Juan Carlos haciendo una barbacoa con una gorra y un niño; o con el elefante muerto detrás. Un sinfín de imágenes que derrocan al mito.
Sin embargo, la familia real quiere presentarse a través del cuadro como campechana.
Esto es una cuestión interesante dentro del relato: no quiere dejar de ser una imagen inalcanzable, pero le pide a Antonio López que construya una familia española normal. Quiere ser inviolable, pero aparentar ser clase media. Ese era el único cometido que debería tener el pintor.
Si no supiéramos nada de esas cinco personas, pensaríamos que se trata de una familia de clase media alta con su trabajo normal. Pero no es real. Son los propios Borbones los que se encargan de desmantelar con la evolución de la familia el propio cometido que le encargan a Antonio López. Juan Carlos traiciona al pintor. Y, cuando sale la verdad, la pintura cambia de significado.
De esta forma, el cuadro se convierte en una caricatura en vez de una loa.
El cuadro nace como una caricatura involuntaria. Eso que debería ser un halago y que solo el pintor insiste en ello, el que mira, el ciudadano español, ya lo ve como una broma. Es curioso, porque normalmente el espectador no ve más allá del arte.
Pero con este cuadro ocurre completamente lo contrario. Lo miramos y vemos la matanza de animales, la traición extramatrimonial, las comisiones, las cuentas en Suiza… todo lo que está intentando tapar. El cuadro es un fracaso no por el pintor, sino por todo eso. Es la vida de los Borbones la que impide la mentira.
Incluso uno se puede hacer una idea de cómo tuvo que ir evolucionando el cuadro. Cómo cambió la composición y cómo se alejó a Felipe de su padre.
En los primeros años, el cuadro estaba pensado con las infantas cerrando la composición. Pero acaba con Felipe en el lado de la madre y sin tocarse con ellos. Creo que esa es la gran metáfora. No se mancha con su familia. Y la más cercana que puede tener es su madre.
Es un cuadro que debería estar en un museo, y no en el Palacio Real. Hubo un intento de quitarlo, pero el símbolo es más fuerte. Felipe no tiene miedo de pedirle a su padre que se vaya a Abu Dabi, pero nadie se atreve a descolgarlo de Palacio. Debería pasarse a un museo, pero siempre y cuando se respete la verdad y sea dejada de lado la propaganda política.
Los historiadores deben hacer su labor e imprimir todo el contexto que intervino en ese cuadro. Toda la narración que está escondida debajo. El libro es un intento de que todo esto quede registrado.
¿Por qué, entonces, lo sacaron a luz en ese momento, cuando la monarquía ya no se encontraba bien valorada?
Ya era imposible dejarlo de lado. Llevábamos hablando de él 20 años. En su momento, fue una gran noticia artística y política. Pero el tiempo pasa y el cuadro acaba tomando otra dimensión. Y podrían haber sido muchos más.
Una de las cosas que cuento es que, cuando Juan Carlos abdica, Antonio López tiene seis meses para terminarlo. Van a montar una exposición que homenajea a su reinado y el colofón es este cuadro. Ellos están viendo cómo construir un relato en apariencia científico, para presentarlo en sociedad.
Desde Casa Real no están viendo nada más. En ese momento, en 2014, ya sabemos muchas cosas de la corona, pero ellos siguen viendo a un Antonio López.
[pullquote]«El problema de la historia del arte es que no quiere traspasar esos límites, ir más allá de la cartela que dice cuánto mide y de qué material está hecho»[/pullquote]
Aparte de contratar a Antonio López por ser el pintor más popular del momento, también recurren a él por ser el que mejor puede crear esa irrealidad.
Cuando tú vas a construir una mentira contratas al tipo que mejor oculta la verdad. A esa familia, que es mentira, porque es irreal, solo él la puede hacer verdad. El problema es que cuando termina el cuadro ha sido descubierta.
El tiempo que tardó en pintar la obra fue muy importante. Y gracias a ese retraso ha quedado inmortalizado el país en todos esos años. Esto es lo importante del cuadro, el retrato invisible que contiene ese lienzo. Todo lo que pasó cuando empezó a hacerse, lo que ocurrió mientras lo pintaba y lo que sucedió que determinó la construcción final.
Si lo hubiera pintado en un año, hubiera quedado más limpio. Sería un cuadro sin la involución política de la que es testimonio. Es una obra importante de forma involuntaria. Solo cobra valor si se hace una construcción narrativa de él.
¿Crees que se hará en algún momento?
El problema de la historia del arte es que no quiere traspasar esos límites, ir más allá de la cartela que dice cuánto mide y de qué material está hecho. Y si eso, una explicación del conservador endiosado de turno en la que cuente qué es lo que debe sentir el espectador al mirarlo. Esto es algo que carece de sentido.
Creo que los historiadores del arte debemos asumir nuestro papel de que el arte no corre al margen de la historia, de que es un sucedáneo de los acontecimientos. Por ello, tenemos una relevancia menor que los historiadores que investigan los acontecimientos sociales, humanos, políticos y económicos.
Cuando se asuma, el arte tendrá contexto. Cuando pase esto, el arte será una disciplina accesible a toda la ciudadanía y no un ejercicio para eruditos. Mientras insistamos en separar el arte y la política, seguiremos construyendo una retórica al margen del tiempo y de manera inútil porque es un relato que está condenado a extinguirse.
¿Debe ser revisitado todo el arte entonces?
Yo no veo un peligro en que cada sociedad interprete su pasado. Es algo a lo que se dedica la historia desde hace siglos. Yo no tengo miedo a describir como misógino a un pintor que rechazaba a las mujeres. Que en el pasado no existiera el término, no significa que no lo fuera. Si miramos un cuadro de Boticelli y vemos a una mujer a la que arranca el corazón porque se ha negado a casarse con él, eso es un feminicidio.
Evidentemente nuestra mirada es nuestra construcción. Cuando vamos a un museo, como es el del Prado, tenemos que saber que se basa en una mirada del siglo XIX. Por eso no tiene sentido criticar el presentismo de hoy en día.
¿Por qué nos preguntamos sobre nuestra mirada y no sobre la que hemos heredado? ¿Por qué damos por buena la de la Academia? ¿Quién la ha construido? El cuadro, en cuanto se desprende del autor, pasa a ser del público. Eso en el año uno y cuatrocientos después de haber sido pintado. No entiendo por qué tenemos miedo a construir un relato del contexto de ese cuadro.
Creo que el pasado no existe, sino que es una reconstrucción rigurosa a partir de fuentes primarias y secundarias. Algo que se lleva haciendo desde Homero. Teniendo en cuenta esto, el cuadro de La familia de Juan Carlos I se convierte en un salvamento de Felipe, aunque no sea ese su título. Pero para llegar a esa conclusión, tenemos que tener en cuenta todo lo que sucede del marco hacia fuera.