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La generación ‘Flappy Bird’

Hasta hace un par de días, la historia de Flappy Bird estaba muy vista: un tipo hace un juego, la gente se engancha a un juego gratuito, el juego se hace viral, el tipo gana pasta, una web de tecnología escribe un artículo con las ‘Diez razones un poco brutales por las que Flappy Bird se ha hecho viral’, un blog español lo traduce de mala manera y la prensa del videojuego le da algún que otro palo porque no puede ser que otro producto para jugadores ‘casual’ tenga éxito. Lo normal. Si todo hubiera ido según lo previsto, Dong Nguyen habría aguantado un breve chaparrón de éxito y críticas, se habría embolsado unos milloncejos y dentro de unos meses la gente estaría jugando a otra cosa. Pero no ha sido así.

El pasado domingo, abrumado por la fama, la presión y las críticas, Nguyen decidió retirar su juego de las tiendas de aplicaciones. Según ha explicado este joven vietnamita en un par de entrevistas para Forbes y The Wall Street Journal, el juego estaba pensado para entretener al jugador durante unos minutos, pero se convirtió en «un producto adictivo». «Creo que se ha convertido en un problema y para resolver ese problema, lo mejor es acabar con Flappy Bird», aseguró, «se ha ido para siempre».

Nguyen no vio venir el éxito de Flappy Bird. El juego llevaba desde el verano pasado en la App Store y nadie le prestaba mucha atención hasta que un ‘youtuber’ se enamoró de su sencillez y de su dificultad cruel y lo lanzó al estrellato hace poco más de un mes. Se hizo grande en poco tiempo y se estima que llegó a ingresar más de 35.000 euros al día con la publicidad insertada en el juego. El foco mediático no tardó mucho en mirar hacia Hanoi y a la crítica le faltó tiempo para azotar al juego y a su creador, en muchos casos por las razones equivocadas.

Lo cierto es que Flappy Bird es un juego pequeño, poco ambicioso y, en general, bastante tosco. Todo lo que hace ya se había hecho antes y mejor. Es posible que su éxito tenga que ver con una serie de casualidades, más que con un buen diseño, pero hay que reconocer que la prensa ha sido excesivamente dura con él. En portales como Kotaku llegaron a acusar a Nguyen de hacerse rico a costa de plagiar a Nintendo. Señalaban que tanto los obstáculos como el propio pájaro protagonista se parecían demasiado a las tuberías y a algunos personajes de Super Mario World, como si nunca hubieran visto guiños a los juegos del fontanero en otro juego.

Posiblemente a Kotaku le faltaban argumentos para rebatir una verdad impepinable sobre el Flappy Bird: es muy putamente adictivo. Es imposible jugar una sola partida. El crítico Ian Bogost ha estado mucho más fino al explicar que «Flappy Bird es un juego que acepta lo estúpido que es ser un juego». Bogost reconoce los (pocos) méritos de Flappy Bird y enumera un buen puñado de cosas que están rotas en el juego, pero no echa la culpa a nadie. «Flappy Bird sencillamente existe», dice Bogost, «no pide nada y espera todavía menos». El juego está ahí para que lo juguemos, añade, «porque queremos saber qué se siente al jugarlo».

Toda esta presión acabó minando el ánimo de Dong Nguyen. «Puedo decir que Flappy Bird ha sido un éxito, pero también ha arruinado mi vida sencilla, así que ahora lo odio», dijo un día antes de retirar su juego para recuperar su ‘vida sencilla’.

Nguyen se suma así a la lista de creadores independientes de videojuegos que se han llevado una buena bofetada emocional por culpa de una de sus creaciones. En el documental Indie Game: The Movie, el canadiense Phil Fish cuenta cómo se ha dejado la piel (y su relación de pareja y alguna amistad y su salud mental) durante cinco años para acabar Fez, su primer juego comercial. El ejemplo de Fish ayuda a explicar una parte de lo que le ha sucedido a Nguyen: al ser un creador independiente y trabajar solo, está completamente expuesto al público. No tenía ninguna forma de protegerse de la furia de Twitter ni de la prensa.

En Indie Game, el padre de Braid, Jonathan Blow, también cuenta que se obsesionó con la crítica y los comentarios de los jugadores cuando su juego salió a la venta. Además, se deprimía y se frustraba cada vez que alguien no entendía lo que él había querido contar. Durante semanas, Blow estuvo entrando en cualquier web en la que se hablara de Braid para dejar comentarios respondiendo a los jugadores y enmendando la plana a los blogueros. En este mismo documental se puede ver también a la encantadora pareja del Team Meat sufriendo para terminar Super Meat Boy.

Pero Dong Nguyen no tenía ninguna intención de hacer algo tan grande como Braid, Fez o Super Meat Boy. Era imposible que se esperara esta avalancha de éxito con un juego gratuito que, según explica él mismo, programó en tres días. Y ni él ni nadie se imaginaba que lo que iba a venir tras la muerte de Flappy Bird iba a ser mucho más interesante que el propio juego.

Leigh Alexander, brillante como de costumbre, ha definido la historia de Nguyen como un «momento grunge» en la historia de los videojuegos. Un grunge a escala diminuta. La columnista describe este breve episodio con un acertado paralelismo entre Flappy Bird y Nirvana: un éxito inesperado, un montón de pasta, odios y envidias, un final abrupto en la cresta de la ola y muestras demenciales de amor post mortem.

Poco después de que el juego desapareciera de la Red, empezaron a brotar en eBay ofertas de smartphones de segunda mano con el juego preinstalado a precios con cuatro cifras. El portal de subastas ha cancelado muchas de estas subastas porque sus políticas obligan a vender los móviles formateados, pero todavía es posible encontrar en la página unas cuantas ofertas de teléfonos móviles con Flappy Bird.

Otra sorpresa tras la desaparición del juego ha sido la Flappy Jam, un concurso de diseño de juegos en el los desarrolladores rinden tributo a Dong Nguyen creando antes del 24 de febrero «un juego difícil, casi injugable, con elementos inspirados en los clásicos». «Los creadores indie son amables y comprensivos, la envidia y la provocación no deberían ser parte de nuestra comunidad ni una causa de sufrimiento», reza la convocatoria.

De esta Flappy Jam han salido ideas divertidísimas, como una adaptación del juego para Oculus Rift, un dispositivo de realidad virtual; o una versión multijugador en la que ves cómo cientos de jugadores intentan mantener su pájaro en el aire a la vez que tú. Además, el concurso ha llamado la atención de algunos tótems del videojuego indie como Terry Cavanagh (VVVVVV, Super Hexagon) o Adam Saltsman (Canabalt). Cavanagh y Saltsman han firmado dos adaptaciones interesantes de Flappy Bird y han dejado en ellas algunas señas de su estilo.  En Maverick Bird, Cavanagh logra aderezar la mecánica de Flappy Bird con el ritmo frenético, la abstracción y la música hipnótica de Super Hexagon, mientras que el Flappybalt de Saltsman mantiene la idea de pulsar el botón para mantenerse a flote, pero cambia las reglas del juego al encerrar al pájaro entre cuatro paredes.

Cuesta creer que un juego como Flappy Bird esté estimulando reflexiones extraordinarias como la de Alexander o la de Bogost u homenajes como Maverick Bird o Flappybalt. Igual que el movimiento grunge marcó a una generación e inspiró a los que vinieron después, el juego de Nguyen tenía que dejar alguna herencia. Este es el legado, esto es la generación Flappy Bird: el producto de la revolución diminuta y microscópica, una explosión controlada. En un par de semanas se nos habrá olvidado.

Por Víctor Navarro

Víctor Navarro es Periodista. Trabaja en Prodigioso Volcán y escribe cosas en El Píxel Ilustre, Mondo Píxel y Verne. Puedes seguirlo en @Afilamazas.

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