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La historia detrás de ‘Come from Away’: 38 aviones varados en una remota isla de Canadá

¿Qué sucedería si de pronto llegasen numerosos aviones, repletos de pasajeros desconcertados provenientes de todas partes del mundo, a una remota localidad isleña de unos 9.000 habitantes?

Esto mismo sucedió en Gander, una pequeña ciudad de Newfoundland, en la rocosa isla de Terranova (Canadá), el mismo 11 de septiembre de 2001. El tráfico aéreo estadounidense cerró sus fronteras ante posibles atentados terroristas, y los controles designaron aquel aeropuerto en el que aterrizar. Las tripulaciones y pasajeros de 38 flotas llegaron a este territorio inesperado, donde pasaron tres días de nervios e incertidumbre por la situación política y social, pero también por la preocupación sobre sus seres queridos en el país norteamericano.

El libro The day the world came to town del periodista Jim DeFede describía el anecdótico fenómeno sobre los populares ataques terroristas que, como rasgo singular, descentra la mirada sobre el propio epicentro de uno de los sucesos más terribles del siglo XXI. Un libro que recoge las historias de hospitalidad improvisada hacia casi 7.000 pasajeros de diferentes razas, culturas y condiciones, y que ahora la plataforma Apple TV recupera a través de Come from away, la grabación en directo del musical de Broadway que adapta la narración de DeFende mediante música folk y un brochazo de contagioso optimismo. «¡Bienvenidos a The Rock!».

Superpoblación por sorpresa

Hasta 95 nacionalidades diferentes llegaron en sus aviones al aeropuerto de Gander, donde habitualmente no llegaban más de 10 viajes diarios. Frente a los ataques terroristas del 11S, se llevó a cabo la llamada Operación Cinta Amarilla, que consistía en derivar los vuelos internacionales que se dirigían a Estados Unidos a una ciudad canadiense que no fuese de grandes dimensiones – y por tanto, posible objetivo de los terroristas – en un breve plazo de reacción.

Otras provincias como Nueva Escocia, Alberta, Manitoba o Quebec también recibieron otras flotas que pudieran ser consideradas una amenaza para el país vecino, pero fue en Gander, donde se consolidó la leyenda de la atenta hospitalidad de sus habitantes.

Su aeropuerto estaba preparado para recibir vuelos de grandes dimensiones desde que se alzase a partir del siglo XX como terminal clave en la que los vuelos europeos podían hacer escala y recargar combustible. Dada su situación geográfica, fue importante también para la entrada de tropas de aviación estadounidenses durante la II Guerra Mundial.

Los pasajeros de los aviones estuvieron horas retenidos, sentados en sus plazas, hasta que obtuvieron el permiso final para bajar. Durante aquel interminable lapso de tiempo dio tiempo al desconcierto frente a la escasa información que recibían de fuera, pero también se abrió paso a la diversión cuando las azafatas comenzaron a descorchar las bebidas alcohólicas que guardaban en las cámaras para amenizar las horas allí dentro. El drama compartido y la exaltación de la amistad hicieron que la camaradería comenzase a forjarse, mientras que los alterados habitantes de Gander comenzaban a concienciarse de la que les venía encima cuando aquellos aviones abriesen sus puertas.

Cómo acoger a 7.000 personas de la noche a la mañana

Cuando por fin pudieron bajar de sus aviones, los pasajeros se encontraron en una tierra desconocida. El alcalde de Gander en aquella época, Claude Elliott, movilizó a los ciudadanos para que acogiesen voluntariamente al mayor número de personas que pudiesen en iglesias, hoteles, estaciones de bomberos y en sus casas. Necesitaban alimentarles, ofrecerles ropa, ya que no podían acceder a sus maletas, así como sábanas y una cama donde dormir. Las clases se cancelaron para que muchos de ellos pasaran las noches en el colegio donde Beulah Cooper ejercía de profesora. Hasta los controladores aéreos, ahora sin actividad laboral, ejercieron de cocineros en un aeropuerto reconvertido en comedor social.

«Nunca imaginé que se podría hacer un musical a partir de sándwiches, un plato de sopa y una manta. Pero eso es lo extraordinario para la gente que nunca lo había experimentado antes», comentaba Elliott echando la vista atrás para la CBS.

Los comercios y los ciudadanos se volcaron haciendo otras donaciones de manera descontrolada: comida, medicinas, pasta de dientes, grills, máquinas de café, teléfonos libres de cargo, juguetes, chaquetas que se le habían quedado pequeñas a los niños y niñas de la isla… e incluso más papel higiénico del que eran capaces de consumir. El problema era que desconocían a ciencia cierta cuántas personas cabían en sus instalaciones y por cuánto tiempo se quedarían. Pero más allá de la comida y el refugio del frío, aquellas personas necesitaban abrazos y ser escuchadas, pues acababan de descubrir lo que realmente estaba pasando en Estados Unidos.

¡Besa al pez!

Intentaban ponerse en contacto con sus seres queridos, algunos de ellos desaparecidos. Varias personas requerían de iglesias en las cuales depositar toda su fe en que todo aquello saldría bien. La neoyorkina Hanna O’Rourke solicitó asistir a una iglesia cristiana desde la que rezar por su hijo bombero, del que no tenía ninguna noticia. Otros viajeros necesitaban cultos judíos, musulmanes y de religiones diferentes. Ante la falta de instalaciones, Beulah abrió la biblioteca del centro educativo para que tuviesen un espacio tranquilo donde recogerse.

En plenos ataques de al-Qaeda, la concepción de la comunidad islámica global se vio negativamente afectada por el resto de la sociedad y los medios de comunicación. En Gander algunos musulmanes convivieron aquellos días bajo miradas de desaprobación, aunque según los dirigentes de la ciudad acogieron a todo el mundo por igual sin atender a sus creencias u orientaciones.

Hacia el segundo día de convivencia y ante la supuesta complicidad alcanzada con la nueva comunidad, los isleños congregaron a muchas de las personas acogidas en un pub local para realizar un ritual que los proclamaría newfoundlanders honorables. La ceremonia consistía – ¡atención! – en beber un chupito del ron local, llamado Screech, y dar un beso en la boca a un bacalao.

Chimpancés a bordo

No solo llegaron personas desde fuera. En los aviones también viajaba un total de 19 animales que necesitaban atención. Bonnie Harris, una veterinaria local y encargada del Area SPCA (Rescate Animal) fue la primera en cuestionarse acerca de la posibilidad de que hubiese mascotas a bordo. Sus ayudantes Linda Humby, Vi Tucker y ella misma subieron a las celdas de condiciones insalubres de los diferentes aviones para poder asistir a los animales que allí se encontraban. Una misión que les llevó hasta 10 horas y en la que finalmente los oficiales accedieron a bajar las jaulas al hangar.

Entre ellos había un gato con problemas de epilepsia con una pastilla atada a su caja, así como Unga y Kosana, dos chimpancés que se dirigían al zoo de Columbia en Ohio y que Harris tuvo que cuidar. Unga estaba embarazada y perdió la criatura durante su estancia en la isla. Años después volvió a quedarse embarazada y Harris recibió una carta desde el zoológico en la que aparecía un bebé chimpancé llamado Gander.

Come from away: la comercialización de la leyenda

Coincidiendo con la conmemoración del 20º aniversario de los ataques aéreos sobre el cielo estadounidense, la plataforma Apple TV estrenó Come from away, la grabación en directo de la obra musical de Irene Sankoff y David Hein (encargados de la música, las letras y el libreto), basada en el relato de DeFede y en las anécdotas que los propios lugareños les contaron en un viaje de documentación en 2011.

El musical de Broadway fue nominado a 7 premios Tony, de los cuales se llevó el de Mejor Dirección. La idea principal, o por lo menos así fue anunciada en Deadline en 2017, era rodar una adaptación fílmica de la obra en el propio Gander, pero la pandemia de 2020 acabó truncando la idea. Como alternativa, a mediados de 2021 se decidió grabar la obra en directo justo cuando Broadway fue levantando telones gradualmente en un intencionado regreso a la normalidad.

De alguna manera, los efectos de la pandemia remitían al trauma vivido hace 20 años, y así se encarga de recalcar la producción desde sus primeros minutos, mostrando cómo en una Nueva York vacía, los primeros espectadores vuelven a sus butacas. La narración de todo lo sucedido en Gander, desde la llegada de los aviones hasta el regreso de los refugiados a sus hogares, es contado a través de canciones por un elenco numeroso y diverso, que multiplica las posibilidades escénicas interpretando dos roles, pasajeros e isleños, o incluso más.

[pullquote]Come from away es el patriotismo orgulloso y exacerbado de toda una historia que, por motivos mediáticos o incluso turísticos, se ha decidido engrandecer y convertir en una leyenda acerca de la bondad humana.[/pullquote]

Destaca en sus diálogos y en las letras de sus canciones de pegadizo rock y folk, como Welcome to the Rock o In The Bar/Heave Away, el humor y el optimismo por encima del drama social y personal, más condensado en un par de momentos lacrimógenos como I Am Here, en la que el personaje de Hannah O’Rourke (Q. Smith) muestra su preocupación por su hijo, o Me And The Sky, en la que la piloto de vuelo Beverley (Jenn Colella) asegura que volar no será lo mismo para ella.

Come from away es el patriotismo orgulloso y exacerbado de toda una historia que, por motivos mediáticos o incluso turísticos, se ha decidido engrandecer y convertir en una leyenda acerca de la bondad humana. Gander ha recibido más turistas desde que se estrenó el musical en Broadway, y ha sido objeto de noticia cada vez que algún huésped ha regresado para reencontrarse con sus anfitriones. Todo un pueblo volcado en dar cobijo altruista a miles de personas aturdidas – igual que los intérpretes dan la bienvenida a su roca particular escenificada en el escenario – ha resultado ser la historia perfecta con la que escapar de todo episodio histórico oscuro.

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