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La invasión de los robots japoneses monoplaza

A las personas las mueven los objetivos, los deseos, los anhelos, esas marcas que colocamos en el camino que recorremos para poder dirigir el siguiente paso de nuestras vidas en la dirección que creemos correcta. ¿Quién diantres no ha soñado con pilotar un robot e invadir, digamos, Liechtenstein?

Kogoro Kurata se diferencia de usted y yo en dos pequeños detalles. Él no se ha detenido hasta construir ese robot y no quiere invadir ningún país pequeño. Kurata comenzó con el proyecto hace dos años. Creó Suidobashi Heavy Industry y buscó un experto en sistemas de control de robots, un relaciones públicas y un desarrollador web. De lo demás se ocupa él, que define a la iniciativa como un proyecto artístico.

Kurata, que es escultor y trabaja principalmente con metal, tenía clara la motivación que le ha llevado a crear estas máquinas. «Quería montar en un robot realmente grande y me preguntaba por qué nadie lo fabricaba», cuenta.

A partir de ahí, sacó el dinero de donde pudo y se puso a soldar. «este proyecto es una pieza de arte que tiene una historia», dice. «Sin embargo, estaría encantado de venderlo. Si conocéis a alguien a quien le gustase comprar esto o a una persona tremendamente rica, presentádmelo, por favor».

Los robots, a los que ha bautizado con el nombre de Kuratas, llevan integrado un sistema de control -llamado V-side- desarrollado por Wataru Yoshizaki. «Ese sistema controla al artilugio mediante joysticks aunque se puede controlar remotamente con el Kinect», explica Kurata.

Los Kuratas en los que está trabajando el japonés actualmente miden 4 metros de altura y pesan 4 toneladas y media. Estarán disponibles para el verano de este mismo año, según sus creadores.

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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