La máxima de que España es el imperio donde nunca se pone el sol lleva años obsoleta. Tras perder relevancia como potencia marítima e ir teniendo que ceder los territorios de ultramar a los nuevos abusones del patio del colegio como EE UU, Inglaterra o Alemania, el Desastre del 98, con la despedida de Cuba, Guam, Puerto Rico y Filipinas de la soberanía patria, tuvo el efecto positivo de dejarnos a escritores de la talla de Unamuno, Baroja o Valle-Inclán. Pero, según un investigador de los años 50, puede que ese territorio en el que el astro rey siempre alumbraba siguiera vigente otros 100 años por cuatro pequeñas islas de la Micronesia, entre ellas Kapingamarangi, en las antípodas de la península Ibérica.
Avistada por primera vez a mediados del XVI por el navegante Hernando Grijalva, Kapingamarangi formó parte de las islas Carolinas o Micronesia española, perteneciendo a la Corona hasta que, en 1899, con las ruinas de Cuba aún humeantes, las vendieron, junto con Palaos y las Marianas, a Alemania por 25 millones de pesetas. Este tratado, que suponía la liquidación final del imperio, tenía un fleco suelto.
Esa era, al menos, la opinión del historiador Emilio Pastor y Santos, que tras estudiar en los años 40 con detenimiento el documento de venta a los germanos, observó que los redactores habían cometido un descuido, olvidando incluir en el texto cuatro islotes enanos, Guedes, Coroa, Ocea y, por supuesto, Kapingamarangi.
Ahora, del 1 de junio al 31 de agosto, habrá el primer viaje para turistas hacia esa isla, escondido en una botella de Trina por los bares de España, como una suerte de ‘busca el billete dorado de Charlie y la fábrica de chocolate‘. En caso de sacar el cristal premiado, el premio será una aventura de dos semanas con estancias en Manila, Guam y Pohnpei y, por supuesto, una parada especial en Kapingamarangi, la isla que obsesionó a Emilio Pastor y Santos hasta su muerte en 1956.
Su teoría se expuso en el libro Territorios de soberanía española en Oceanía, editado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y en la arruinada España de la autarquía y el franquismo de 1949 la prensa aclamaba triunfalista: debían «constituir una provincia española y serán un punto avanzado de España en las relaciones culturales, sentimentales y comerciales con Filipinas», que no se trataba de «una utópica reivindicación más, sino de que España se instale en ellas como le corresponde»; «una provincia en el Pacifico, bases navales, comercio libre… Hermosa realidad, misión, acción, para la España eterna»…
Pero, aunque durante el consejo de ministros de 1949 en que se trató el tema se expuso que era «cosa cierta y de antiguo sabida que según el artículo 3 del Tratado de 1 de julio de 1899, España se reservó una serie de derechos en Micronesia», no era menos verdadero que, con la dictadura española fuera de la ONU, con los EE UU como potencia administradora de la zona y la maltrecha economía, había mejores cosas que hacer (y más factibles) que reclamar la soberanía sobre cuatro minúsculos pedazos de tierra en el Pacífico.
Cuando en el 1986 la ONU anuló cualquier reclamación de soberanía sobre la Micronesia, la investigación quedó en curiosidad histórica, pero propicia la fantasía de creer que en España empezó a ponerse el sol hace solo treinta años.
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