Cuentan las malas lenguas que cuando el 12 de abril de 1961 Yuri Gagarin se acomodó por fin en el asiento de su Vostok 3AK-3 dispuesto a convertirse en el primer hombre en estar en el espacio exterior, dijo asustado «dejadme salir, chicos, creo que me voy a rajar, esto me está dando bastante miedo». Obviamente, aquello se ignoró y la nave acabó orbitando la Tierra durante 108 minutos.
Gagarin aquel día se convirtió en una leyenda y en todo un símbolo. Claro está que esta anécdota es una mentira inventada por el redactor de este texto para abordar el tema del miedo, pero ¿acaso a este cosmonauta no le asaltaría un temor irracional de que algo cambiara en tierra firme tras su retorno?
Quizás un miedo similar sintió Antonio, un octogenario madrileño que, aterrado por la idea de que todo fuera diferente cuando volviera a su apartamento tras comprar el pan, había eliminado por completo sus paseos por la calle. En su caso, el temor irracional estaba motivado por un consumo excesivo de mensajes sensacionalistas en la televisión, que aseguraban que su domicilio era carne de cañón para malvados delincuentes.
Al fin y al cabo, el miedo es legítimo, aunque esté basado en mentiras o medias verdades. Pese a ello, el inminente nacimiento de su primera nieta se convirtió en una suerte de combustible para aventurarse una fría mañana de diciembre a la calle.
Un tal Heráclito formuló hace un par de milenios una premisa que, en cierto modo, conecta las vidas de Antonio y de Yuri:
«Nadie se baña dos veces en el mismo río».
Evidentemente, tras vencer una rutina, todo cambia; y si no se localiza cambio aparente en el entorno, es hora de mirar en el interior. Ta vez algo ahí dentro haya hecho crack y se haya roto. He ahí el quid de la cuestión: aventurarse a pasar página conlleva asumir que hay que vencer el miedo a lo novedoso, a lo venidero y a las consecuencias.
Todo conlleva un riesgo, y el riesgo de mantenerse en el mismo capítulo no es otro que el de vivir en la añoranza o en la autojustificación. Pero todo esto no se trata de vender autocuidados de supermercado ni especular con la salud mental, en absoluto. Nada cercano a comprar una nueva esterilla para las sesiones de yoga matinales previas a ocho horas de trabajo o de un nuevo té de importación que ha viajado más kilómetros que el propio consumidor, se trata de invocar a cambios.
Huyendo del tan añorado carpe diem y del «morir joven dejando un bonito cadáver», hay que plantearse vivir mucho, vivir bien y dejar una buena novela o un buen arco evolutivo; una buena historia, algo, lo que sea.
Os ayudaré: una buena forma de empezar un nuevo capítulo puede ser salir al exterior y una vez ahí comenzar a husmear los temores de los otros, reconocerse como igual en el ajeno. Si no las encontráis, inventadlas… A fin de cuentas, nadie nunca podrá negar que Yuri Gagarin también tuvo miedo.
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