Desde hace unos años, el catedrático en ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona Francisco Lloret lleva recorriendo los bosques más importantes de Norteamérica, Patagonia, Europa y África. Unos viajes a través de los cuales ha podido comprobar que muchos de ellos están colapsando.
En gran parte debido al cambio climático y las sequías, pero también por la explotación que los seres humanos hemos ejercido sobre ellos a lo largo de la historia, las plagas o el aumento de incendios. Un fenómeno que muestra en su nuevo libro La muerte de los bosques (Arpa), ensayo en el que también explica cómo es su funcionamiento, su riqueza y por qué debemos cuidarlos.
¿Están muriéndose los bosques?
Sabemos que en algunos bosques de todo el mundo están muriéndose los árboles por encima del promedio que estábamos viendo. La relevancia del fenómeno es que nos están dando una señal de alerta de lo que puede ocurrir a mayor escala en el futuro, ya que hay una correlación en muchos de estos casos con episodios de sequía.
¿Cuánto de responsabilidad tenemos los humanos en estas muertes?
Estamos viendo que estos episodios están asociados a un incremento de temperaturas, lo que es resultado, al menos una parte sustancial, de la actividad humana que ha emitido a la atmósfera gases de efecto invernadero. Dentro de esta cadena, la responsabilidad aquí es clara.
También por haber matado la biodiversidad de muchos de ellos. Algo que ha hecho que se hayan vuelto más débiles.
Sí. Sabemos que una de las características que hace más resistentes a los bosques frente al cambio climático es la biodiversidad, ya que es más probable que alguna de las especies que hay ahí aguante esas condiciones de sequía. En este sentido, los humanos hemos modificado la diversidad en muchos bosques, a veces cortando árboles y otras repoblando. En general, hemos tendido a simplificar esa pluralidad.
Otra razón que les hace más débiles es no ser longevos, característica que los humanos tampoco hemos favorecido. ¿Cómo ayuda esto a que sean más resistentes?
Cuando un árbol vive más tiempo, tiene más posibilidades de almacenar recursos. Sabemos que uno de los mecanismos importantes de estos es que cuando hay una situación de sequía, cierran los estomas, lo que no les permite fotosintetizar. Esto supone que dejan de crecer a partir de ese CO2 atmosférico, de la radiación y del agua. Si falta este último elemento, el proceso se bloquea, por lo que el árbol tiene que tirar de sus reservas. Los árboles viejos tienen más capacidad para guardar reservas en sus raíces, por lo tanto, para superar los periodos más adversos.
Para que los árboles puedan crecer, como has dicho, necesitan agua. Ante las olas de calor y las sequías que estamos viviendo en regiones como las mediterráneas, no van a poder seguir su ciclo natural como hasta ahora. ¿Qué supondrá este cambio??
Los modelos climáticos que tenemos indican que las temperaturas están aumentando y, aunque con las precipitaciones no lo tenemos tan claro, las últimas evidencias indican una ligera disminución. Pero, además, es que el cambio climático se acompaña de una mayor variabilidad, es decir, que puede haber años que llueva mucho y otros muy poco. Esto es algo que hemos visto ya en algunos sitios de la península, lo que va a poner a los árboles en una situación complicada. Con los episodios de mortalidad actuales nos podemos hacer una idea de lo que se nos viene en el futuro.
Respecto a esto das un dato muy aclaratorio: que solo un tercio de los árboles dominantes son sustituidos por la misma especie. Una cifra que sirve para señalar que los bosques están viviendo una transición hacia otro modelo, que se están adaptando a lo que está por venir. ¿Cómo podemos gestionar esto? ¿Se puede revertir?
Darle una vuelta es imposible ya que no podemos revertir el cambio climático. Lo que podemos hacer es acompañar a los bosques a ese nuevo entorno climático que se está produciendo, de la misma manera que la sociedad humana se tiene que adaptar. Y, a la vez, hay que intentar que esa transformación sea lo más leve posible. Pero los bosques se irán transformando a esa nueva realidad. El problema es que sea tan brusca o irreversible que se pierdan. Lo que tenemos que tener claro es que los bosques ya no serán iguales que los que vieron nuestros padres.
¿Cómo podemos acompañarlos? ¿Y por qué es necesario que lo hagamos?
La mejor forma de acompañarlos es a partir del conocimiento. Tener en cuenta que son un sistema complejo y que nos proporcionan múltiples beneficios. Desde la extracción de la madera hasta los productos comestibles, pasando por la regulación del clima, que ayudan a prevenir la erosión… y muchos más. Por lo que hemos de intentar acompañar esa transformación manteniendo al máximo esa multiplicidad de servicios.
En el libro también das datos que sorprenden y que sirven para poner en valor a los bosques, para demostrar que son sistemas con grandes capacidades. Como cuando llevan a cabo la vecería. ¿Podrías explicarlo?
La vecería es un fenómeno a través del cual se produce una sincronización de muchos árboles en la producción de frutos a lo largo de kilómetros y durante unos años. Un hecho muy común, por ejemplo, con las bellotas de las encinas. No sabemos qué es lo que la causa, pero sí las ventajas que tiene. En el caso de las encinas, se produce cuando saturan de bellotas el suelo para que los depredadores no puedan acabar con todas. De esta forma, al aparecer muchas a la vez, alguna acaba germinando.
Otro ejemplo de estas grandes capacidades es cómo funcionan algunas semillas, como de la del pino carrasco. Estas solo abren el caparazón que las protege cuando se da un incendio alrededor, ya que en ese momento se producen las mejores condiciones para que germine.
Todo esto son adaptaciones al medio, evoluciones naturales. Esto que comentas ocurre en algunas de las especies que viven en bosques que, de forma natural, experimentan incendios. Si estás en un ambiente así, cuando la semilla se abra no habrá depredadores, ya que se habrá producido el fuego. Por lo tanto, podrá germinar más fácilmente. Le pasa al pino carrasco pero también a las secuoyas en Norteamérica o algunas especies arbustivas de Sudáfrica o de Australia.