Si tuviera un hijo, me gustaría que intentara aprender desde pequeñito al menos cuatro lenguas: español, inglés, chino y código.
Y esta preocupación, ¿por qué ahora? Podría ser porque muchos de mis amigos están empezando a ampliar sus familias. O tal vez porque muchos de ellos se están dando cuenta ahora de que, pese a haber estudiado inglés desde los seis años, su nivel supone una clara desventaja en el entorno competitivo global. Una brecha que ha limitado sus posibilidades de elección.
Me gustaría que nuestros hijos tuvieran facilidades para competir, más opciones para elegir dónde vivir, qué leer y, sobre todo, que pudieran tener una visión más completa del mundo que les permitiera interpretarlo y estar preparados para intervenir en él con más juicio.
Creo firmemente que disponemos de herramientas suficientes —desafortunadamente, muchas de ellas al margen del sistema educativo— como para capacitar a estos niños enseñándoles, entre otras cosas, estas cuatro lenguas.
Doy por hecho que los hijos de mis amigos dominarán el español y, con ello, casi involuntariamente, acabarán comprendiendo sus raíces, interpretarán fácilmente los códigos culturales de su entorno y podrán comunicarse con cualquiera de los casi quinientos millones de hispanohablantes del planeta.
Espero que sepamos enseñarles mejor inglés del que aprendimos nosotros. Unos pocos, probablemente, se formarán en esta lengua como nativos. Y los que no, si no son bien enseñados, no será por falta de acceso para informarse en esta lengua. El idioma del mercado y el más usado en internet, por delante del chino y español.
En algunos colegios españoles, el chino empieza a ser una opción. Y ojalá se equipare pronto al inglés en las escuelas porque, antes de que estos recién nacidos cumplan cuatro años, China será la primera potencia mundial.
Pero si hay una lengua que les permitirá intervenir y moldear el mundo en el que vivirán es el código, los lenguajes de programación. Porque, si de entre las culturas dominantes se está imponiendo una, no es la hispana, ni la anglosajona, ni la china. Es la cultura digital.
No se me ocurre ninguna que esté transformando más rápidamente el escenario internacional. Que esté provocando cambios tan profundos como la reinterpretación de las nociones de privacidad, transparencia, propiedad intelectual o interactividad. Ni que constantemente esté generando nuevas tipologías de empleo o nuevas formas de relación, participación, colaboración, cocreación o producción.
Quienes sean capaces, por ejemplo, de desarrollar sitios web o posicionarlos para ser encontrados, entenderán y dominarán mejor estos nuevos entornos y, por tanto, tendrán mayor posibilidad de influir en esos cambios.
Desafortunadamente, mi inglés no es perfecto, y no sabría escribir una línea de chino ni de código. Pero, precisamente, el acceso a la información puede suplir estas carencias para —fijaos qué maravilla— transmitir a la siguiente generación unos conocimientos que mis amigos y yo ni siquiera poseemos.
Para enseñar conceptos básicos de programación a niños pequeños, MIT Media Lab ha diseñado Scratch, un lenguaje que les permite crear animaciones, juegos, música o arte y compartirlas en la red, incluyendo ayuda para que padres o profesores puedan guiarlos sin conocimientos previos.
Para niños un poco más creciditos, Mozilla ha desarrollado la iniciativa educativa y sin ánimo de lucro Mozilla Webmaker, con plataformas como Popcorn, para crear vídeos interactivos, y Thimble o Hackasaurus (disponible en español) para crear sitios web.
Siendo herramientas abiertas y gratuitas, me pregunto por qué no están ya en los colegios. ¿No es una excelente oportunidad para que la brecha idiomática que han sufrido otras generaciones no se vuelva a repetir?
Podemos quejarnos por los recortes en educación. Podemos entender que los cambios que suceden a nuestro alrededor son más veloces que nuestro sistema educativo. Y podemos reconocer que aquí la innovación nunca fue un valor en alza. (Si aún doblamos las películas al español, ¿cómo vamos a pedir que enseñen cultura digital en los colegios?). Sin embargo, este contexto es el idóneo para darnos cuenta de que ahora que tenemos todas estas herramientas a nuestro alcance, nadie vendrá a emplearlas por nosotros.
—
Jesús Revuelta es director creativo en Double You