Las luces y sombras del ‘coliving’

«La arquitectura es el testigo insobornable de la historia». Octavio Paz (1914-1998), poeta y diplomático mexicano En un mundo donde las ciudades crecen y se transforman a una velocidad de vértigo, ha llegado un modelo habitacional que promete cambiar la manera en que vivimos. El coliving se está vendiendo como una solución innovadora capaz de afrontar la escasez de vivienda y los altos precios de su adquisición. Sin embargo, como toda novedad, viene acompañado de luces y sombras que merecen ser analizadas con detenimiento. Empecemos por el principio. ¿En qué consiste exactamente el coliving? Este modelo habitacional alude a una forma de convivencia donde los residentes comparten espacios comunes como cocinas, salas de estar y áreas de trabajo, mientras mantienen la privacidad en sus dormitorios. La idea es crear comunidades colaborativas y de apoyo mutuo para ofrecer una solución flexible y económica a todos aquellos que buscan un estilo de vida más social y menos solitario. Como concepto es muy atractivo. Tanto es así que ha ganado popularidad entre los jóvenes emprendedores y los trabajadores remotos, que no se encuentran atados a un lugar físico específico. Motivos no les faltan. Lo bueno Lo que ocurre es que este modelo no es tan novedoso como parece. El concepto de coliving tiene sus raíces en los movimientos comunitarios de la década de 1970, cuando se buscaban formas alternativas de vivir en donde se compartieran recursos y se redujeran los costes. Fue en Silicon Valley donde tomó forma, tal y como lo conocemos hoy en día, impulsado por jóvenes tecnológicos que buscaban maneras asequibles de residir cerca de sus trabajos. No es de extrañar que, ya en aquella época, surgieran empresas que diseñasen espacios específicos para estos profesionales, combinando vivienda, trabajo y socialización bajo un mismo techo. Siendo objetivos, el coliving parece presentar ciertas ventajas. Una de las más interesantes es la de formar parte de una comunidad. Porque, para quienes llegan a una nueva ciudad y no conocen a nadie, esta modalidad ofrece la posibilidad de establecer conexiones rápidamente y crear una red de apoyo desde cero. Los colivings suelen organizar eventos y actividades comunitarias y facilitan la integración y la convivencia. También hay que tener en cuenta que los contratos suelen ser menos rígidos que los alquileres tradicionales, por lo que ofrecen una mayor flexibilidad a quienes necesitan moverse con frecuencia por trabajo o no desean comprometerse a largo plazo. Esta característica es especialmente atractiva para los nómadas digitales, que valoran la libertad de cambiar de residencia según sus necesidades. Muchos colivings incluyen en el precio del alquiler servicios como limpieza, mantenimiento y acceso a instalaciones como gimnasios o salas de coworking, lo cual simplifica la vida diaria de sus residentes y les permite concentrarse en otro tipo de actividades sin preocuparse por las tareas domésticas. Lo malo Entonces, ¿qué tienen de malo los colivings? Es más, ¿por qué no abandonamos todos ahora mismo nuestros pisos unifamiliares para vivir en una orgía de colectividad? La primera razón, aunque sea arquitectónica, tiene sus implicaciones sociales: este modelo no es para todo el mundo. Igual ya lo habías intuido, pero compartir espacios puede resultar incómodo para quienes valoran su privacidad. Si alguna vez has cohabitado con alguien que no sea tu pareja o tu familia, sabrás que la convivencia en zonas comunes puede generar tensiones, especialmente en aspectos relacionados con la limpieza, el ruido o el uso de las instalaciones. Adaptarse a la rutina en un entorno compartido no es sencillo y puede originar conflictos entre sus residentes. La fricción genera calor y desgaste. Por otro lado, y aumentando la escala, hay que entender las consecuencias de este modelo habitacional en el funcionamiento de nuestras ciudades. Así es, el auge del coliving también está relacionado con fenómenos como la gentrificación y el turismo excesivo. En localidades donde la demanda de vivienda es alta, estos modelos pueden desplazar a los residentes locales y contribuir al encarecimiento de los alquileres. Porque todavía no hemos hablado del precio, pero habitar en un coliving es considerablemente más caro que hacerlo en un piso o apartamento tradicional. Algunos se promocionan como alternativas de corto plazo para turistas y agravan la saturación de los servicios urbanos. Ya se sabe: las ciudades son de todos, hasta que llega alguien y paga más de lo que tú estás dispuesto a pagar. Entonces ya no son de todos, sino de quien se la pueda permitir. La principal crítica que recibe el coliving es precisamente esta, la de su explotación por parte de los promotores inmobiliarios. Porque hecha la ley, hecha la trampa. Y tiene sentido desde un punto de vista económico: si se construyen habitaciones más pequeñas, junto a grandes zonas comunes, se pueden alquilar a un mayor número de personas. ¿Para qué va a querer un inversor edificar pisos tradicionales si puede dividir las estancias en espacios mucho más pequeños y alquilarlos de manera individual? Es como hornear un pastel, partirlo en trozos muy pequeños y venderlo a un mayor número de clientes. Este modelo habitacional se traduce en costes más elevados para los inquilinos y una mayor rentabilidad para el promotor. Al final, el residente es quien termina pagando más por menos espacio, lo cual promueve inevitablemente una vivienda precarizada. Lo que se debe hacer Para que el coliving pueda ser una opción viable y justa, es fundamental que las Administraciones públicas establezcan regulaciones adecuadas. Estas deben asegurar no solo que los espacios sean accesibles y asequibles, sino que se evite la explotación de los inquilinos. La implementación de políticas que protejan a los residentes y promuevan la equidad en el acceso a la vivienda es esencial para que este modelo no se convierta en otra herramienta de precarización. Desde el punto de vista arquitectónico, el coliving ofrece una oportunidad para innovar en el diseño de espacios habitacionales, y tanto los arquitectos como los urbanistas pueden explorar nuevas formas de maximizar el uso del espacio, fomentar la interacción social y mantener la privacidad. La clave está en encontrar un equilibrio entre los espacios compartidos y los privados, creando entornos que sean confortables y funcionales para todos los residentes de la ciudad. Si pensamos que el mercado va a ser el encargado de regular el problema habitacional que sufren la mayoría de nuestras localidades, nos vamos a dar cuenta de que ya no formamos parte de ellas cuando sea demasiado tarde. La explotación económica solo avanza en el beneficio de unos pocos y no se puede utilizar de baremo a la hora de decidir el futuro de nuestras metrópolis. Fomentar la convivencia y la colaboración puede tener efectos positivos en la cohesión social y en la creación de redes de apoyo. Sin embargo, es crucial que estos espacios no se conviertan en enclaves exclusivos, sino que se integren de manera armoniosa con el tejido social existente, de una manera controlada, para contribuir al bienestar general de la ciudad. El coliving no es solo una cuestión de espacio físico, sino de cómo elegimos vivir y convivir en un mundo cada vez más interconectado y complejo. La arquitectura y las políticas públicas tienen un papel crucial en definir cómo evolucionará este modelo, asegurando que pueda cumplir su promesa de mejorar la vida urbana sin perpetuar las desigualdades existentes.