El flujo migratorio está sumiendo al planeta en un extraño proceso menguante. Ni su perímetro ni su tamaño ha disminuido y, sin embargo, cada vez es más pequeño. O, como dice Carlos Fort, «cada vez estamos más juntos, nos guste o no». Mientras las fronteras se desvanecen y la gente se dispersa, la contaminación interracial se dispara. «El nivel de mestizaje es difícil de calcular y nos aproximamos al colapso de todas las posibles combinaciones entre nacionalidades».
Ese panorama propició que Fort se cuestionase si las banderas que seguimos utilizando para identificar a los distintos países seguirían siendo válidas en unos años. Y la respuesta debió de ser negativa porque a raíz de este planteamiento nació su libro Las banderas de nuestros hijos.
«La idea es sencilla. Cogemos la forma y los colores de dos banderas y las fusionamos. Luego hacemos lo propio con los nombres de los respectivos países. El resultado es un cóctel socialmente interesante y culturalmente enriquecedor, tanto por su gráfica como por su semántica», explica Carlos Fort del proyecto que podrá poner en marcha al haber conseguido la financiación necesaria vía crowdfunding.
Empezó por las banderas de España, Madrid y Barcelona. Luego siguió por las de otros estados europeos como Inglaterra, Francia y Alemania. «En este punto me paré a sabiendas de que iba a ser imposible desarrollar todo el contenido que quería e hice un salto continental para llegar hasta América y un poco de Asia».
El ejercicio continuó con «países sueltos» con ciertas particularidades, como el estar envueltos en conflictos armados o ser considerados como paraísos fiscales. Pero en su libro Carlos Fort también acoge sorprendentes curiosidades sobre las banderas o el origen de algunas de ellas, muchos de las cuales también resultan realmente sorprendentes. «¿Quién se imagina que Indonesia y Mónaco tienen la misma bandera?»
Pese a que fue gracias a la puesta en marcha del proyecto lo que le acercó a la vexilología y no a la inversa, Fort aclara que el suyo es un libro de personas y no de banderas. «No es ningún tratado vexilológico y todo el mundo lo puede entender perfectamente, de hecho me he tomado ciertas libertades gráficas para hacerlo más cercano. Con el libro, tanto puedes sorprenderte como reír o quedarte pensando un buen rato. No deja indiferente a nadie».
Aunque, aclara, que entre las muchas conclusiones que se pueden extraer del libro, ninguna es de carácter político o nacionalista: «He utilizado las banderas porque son el código gráfico y cromático universal que todos reconocemos o nos creemos conocer, ubicando a un país en el mapa o adjudicando ciertas cualidades o defectos al individuo oriundo».
Carlos Fort se siente incapaz de asegurar si llegará el día en el que las fronteras dejen de existir y, por ende, las banderas pierdan parte de su razón de ser. «A lo largo de la historia se ha visto de todo y el futuro es impredecible, pero nunca lo habíamos tenido tan fácil para emigrar, inmigrar o viajar. Lo que tengo claro es que se nos ha abierto una puerta que nos ofrece infinitas posibilidades y no quiero que se cierre, de hecho quiero entrar y dejarme atrapar por todas esas culturas y colores».
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