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Latin manager

Hace algunos años, en una mediterránea sobremesa con mi colega Carlos, apareció la figura del ‘latin manager’, una especie sin catalogar aún por zoólogos, naturalistas o consultores que existe de forma claramente diferenciada en nuestras empresas. Habituados como estamos a vivir las organizaciones desde el prisma anglosajón, esta tan común especie había pasado desapercibida a los doctos ojos de los especialistas.

‘Latin manager’: Ardiente vertebrado empresarial inclinado a la promoción de sus proyectos a través de otros vertebrados a los que se empeña en llamar colaboradores. A diferencia de los otros mánager, no es seducido por el negocio, sino que su negocio es la seducción.

Al igual que su congénere, el ‘latin lover’, gusta de buscar en todos los rincones de su hábitat presas asequibles a su insaciable apetito seductor. Comparte con el mánager de origen sajón el mismo hábitat natural: la empresa. A diferencia de este, que fundamentalmente busca en el resultado o beneficio su gratificación, el ‘latin manager’ es mucho más sensible al reconocimiento, el status y la admiración. Especie de conducta absolutamente gregaria se dejará influir mucho más por las relaciones informales que por las formales.

Tolera mal las reuniones, la planificación, la puntualidad y el largo plazo. Por el contrario, le atraen los corrillos, las comidas de trabajo y los encuentros casuales. Ama los negocios de oportunidad improvisados aprovechando contactos y relaciones; buscará siempre ayudar y ser ayudado como forma de fortalecer sus vínculos. Como oí en cierta ocasión, “tú vales lo que vale tu agenda”.

Taxonómicamente, puede ser considerado como subespecie de mánager en la medida en que aparenta conducta directiva o ejecutiva. La diferencia fundamental radica en sus objetivos y en la visibilidad de estos. El coqueteo comercial es su principal herramienta, una latina tendencia a buscar auditorio, foco o cámara frente a los cuales despliega una inacabable energía y convicción.

Es prototípica la conducta, principalmente a los machos de la especie, de aparentar modestia, sentido del humor, complicidad y campechanía, siempre aderezada con el alarde de una agenda a punto de estallar. Muchos de ellos sufren ‘powerpointulismo’ y, últimamente, se agrupan como ‘quejólicos anónimos’, sufren grave ‘egoriasis’ y son reconocibles por su expresión recurrente de “cuandopaseestacrisis”.

Viéndolo en campo abierto, o sea, en los aeropuertos, es donde mejor se reconocen las características diferenciales de la subespecie: mayor volumen al hablar en relación directa al prestigio del contenido y/o interlocutor, alarde de marcas en reloj, cartera, ordenador, teléfono…

Pero donde la conducta aeroportuaria es inequívocamente diferencial es en sus movimientos oculares: la mirada en barrido constante a la búsqueda de otros miembros de su especie con quienes, previo efusivo palmoteo, mostrará toda la sintomatología quejólica. Política, economía, jerarquía social, “y a mi qué me vas a decir”, “esto solo se arregla si…”, o el más frecuente “si me dejaran a mí, lo solucionaba en dos días”.

Sorprende, en ocasiones, una tendencia a querer camuflarse como un mánager europeo sin más, leyendo el Financial Times, abstrayéndose en el ordenador, el iPhone o la tableta. Es en estas ocasiones en las que un observador poco experimentado puede confundir la especie. Solo habrá una manera de discriminarlo.

¿No adivina cuál? Exacto. Hasta en estas sencillas conductas se le reconoce consciente de los encantos que atesora. El alarde es su enfermedad e inequívocamente ha nacido para seducir.

Francesc Beltri Gebrat es socio de Mediterráneo Consultores

Este artículo fue publicado en el número de octubre de Yorokobu

Foto: ianmunroe bajo lic. CC

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