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Lauren Marx: cómo celebrar la vida pintando animales descompuestos

Lauren Marx terminó aquel dibujo y levantó la cara con una de las sonrisas más limpias que había tenido en mucho tiempo. Sobre el papel, una imagen de muerte. Dos antílopes sable se embestían y enredaban sus cuernos mientras la mitad del cuerpo se les descomponía. Una exhibición de potencia vital condenada de costillas hacia abajo, reducida a un amasijo de órganos que se disgregaban. «Fue la primera vez que sentí que había creado algo propio. El dibujo se llamaba Colisión galáctica y de él proviene toda mi carrera actual», afirma Marx a Yorokobu.

La obra de esta artista de Missouri descoloca al observador. En cada cuadro estalla con violencia el cuerpo de alguna criatura viva y, al mismo tiempo, abundan los colores y los tallos reverdecidos y los pétalos y los insectos, o las fusiones inexplicables de unas especies con otras. El espectador contempla el horror, pero no puede negar una sensación de celebración de la existencia.

Precisamente, los dibujos de Lauren Marx nacieron como una forma de luchar contra la infelicidad: «Decidí crear animales en descomposición porque estaba atravesando una época muy estresante de mi vida. Estaba deprimida y me propuse pintar algo que combinara todo lo que me gustaba para intentar sentirme más feliz».

No es que Marx tuviera un gusto enfermizo por las vísceras. Su idea nació de su apasionamiento por los animales y de la necesidad detener el suelo bajo sus pies. La pérdida de perspectiva, la tristeza y la ansiedad que tantas veces abre precipicios imaginarios en la vida de los artistas se iban a atenuar, en su caso, gracias al esfuerzo de comprender el ciclo de la vida.

«En el pasado, mi trabajo trataba específicamente acerca de la conexión entre todas las cosas vivas. Ahora mismo, me dirijo más a mi ira, a mi ansiedad y a las conexiones entre mi familia y yo. Estoy enfocando el mensaje en mí misma en un intento de ayudarme a afrontar mis problemas personales», confiesa Marx.

La artista vive obsesionada con los animales desde que tiene uso de razón. Alentada por las tres generaciones de artistas y músicos que le precedían, desde muy pequeña adoptó el dibujo como su mejor forma de expresión y dedicó sus días en la guardería a dibujar caballos sin pausa. Además, solía acudir muchos fines de semana al zoológico y perdía la noción del tiempo viendo documentales de National Geographic.

 Su vínculo con la naturaleza era, sin embargo, más aspiracional que real. Siempre ha residido en la ciudad de Sant Louis, Missouri: «Todas las casas en las que he vivido han estado muy lejos de la naturaleza, pero esta distancia me ha hecho unirme más a ella».

El proceso creativo de Marx funciona a golpe de iluminación: «Las imágenes tienen que venir a mí. Si intento esforzarme para generar una idea, no ocurrirá nada. Las ilustraciones me golpean mientras estoy caminando, duchándome o durmiendo. Entonces, sólo tengo que ir a por ella». No tantea ni hace bosquejos. Cuando le viene la escena, se vuelca en el trabajo: «Me preocupan las dudas que pueda tener si planifico mucho».

Sin embargo, sus trabajos sugieren un camino muy largo de lecturas y reflexiones. Esta maestra del destripe no duda en reconocer entre las influencias de su trabajo los ecosistemas ajetreados de John James Audubon o Walton Ford, las esculturas moqueantes de Petah Coyne y la psicodelia de James Jean. También se cuela entre sus inspiradores el astrofísico Stephen Hawking. «Adoro leer sobre el Universo y las teorías de la creación. También me encanta crear piezas basadas en criaturas o historias mitológicas», asegura.

Todo va dirigido a la escenificación de un caos que empieza en los agujeros negros y llega hasta el último de los tejidos vivos. Para comprenderlo mejor, Marx ha tenido que beber de muchas publicaciones sobre anatomía y biología.

A pesar de vivir en un loft del centro de Sant Louis, «todo lo lejos que se puede estar de la naturaleza», y de soñar con mudarse a una cabaña en el bosque, su obra no cae en idealizaciones. Es consciente de que el ingrediente detonador de la vida es la violencia. «Originalmente, pensaba que la violencia era importante en mi trabajo porque pretendía ilustrar el complejo e implacable proceso natural, pero ahora creo que hago esto porque retenía mucha rabia interior y negatividad». Busca en la naturaleza el reflejo de sus combates íntimos.

El zorro que se desmiembra en pleno ataque o el lobo que devora su propio cuerpo deshecho e irreconocible dejan claro que la intención de estas obras no es el morbo de lo macabro, sino la capacidad de la vida para regenerarse. La búsqueda, tal vez, de un alivio para la desesperanza o de un sustituto de la fe. «La belleza de la muerte es que puedes vivir para siempre como algo químico, como elementos que son absorbidos y reutilizados por otras criaturas hasta el final de los tiempos. Somos mortales e inmortales al mismo tiempo», explica.

Y lo cierto es que si el espectador se concentra en estos dibujos, al final no es capaz de concretar la dirección del tiempo de la escena. No se sabe si se está narrando la descomposición de un cadáver o la construcción de un nuevo cuerpo.

Por Esteban Ordóñez Chillarón

Periodista en 'Yorokobu', 'CTXT', 'Ling' y 'Altaïr', entre otros. Caricaturista literario, cronista judicial. Le gustaría escribir como la sien derecha de Ignacio Aldecoa.

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