Antes de que se publique, ellos se encargan de leer el libro para tratar de detectar posibles descripciones, giros o situaciones que puedan resultar ofensivos para un determinado colectivo. Son los denominados lectores de sensibilidad o lectores sensibles (sensitivite readers) y se han convertido en imprescindibles para varios autores y editoriales.
JK Rowling es una de ellas. La autora de la saga de Harry Potter trata así de evitar revivir lo acontecido tras la publicación de Historia de la magia en Norteamérica en 2016. Las duras críticas por miembros de la comunidad nativa de Estados Unidos, por «distorsionar» leyendas como la de los indios navajo, entre otros motivos, llevó a la escritora a contratar los servicios de esta nueva figura editorial.
Lo políticamente correcto se ha establecido como estándar y los escritores deben mostrarse, ahora más que nunca, especialmente escrupulosos con el tratamiento de personajes pertenecientes a ciertos colectivos o con la descripción de determinadas situaciones. Rigurosidad elevada a la máxima potencia para evitar que lo que se dice o cómo se dice no resulte ofensivo a quien pueda sentirse identificado. De no tenerlo en cuenta, el posible desliz contará con su correspondiente denuncia en redes sociales, un altavoz capaz de imponerse a cualquier campaña promocional por millonaria que esta sea.
Keira Drake lo experimentó en sus propias carnes tras el lanzamiento de The Continent. A algunos lectores afroamericanos no les sentó nada bien el tratamiento que la escritora hacía de este colectivo.
Autores y editoriales han tomado nota de este tipo de situación y por eso, en Estados Unidos, muchos de ellos han comenzado a recurrir a la nómina de sensitivity readers de Writring in the Margins. La escritora Susan Dennard utilizó los servicios de uno de estos lectores para su libro Truthtwitch con el fin de obtener feedback sobre un personaje transgénero. «Estaba nerviosa al escribir un personaje como este para empezar, porque ¿y si me equivoco? Podría hacer un daño importante. Por eso recurrí a la opinión de una persona transgénero», explica a The Independent.
Justine Ireland es la responsable de Writing in the Margins. La escritora decidió crear la base de datos el pasado año tras escuchar a muchos de sus colegas lamentarse por la dificultad que entraña encontrar personas de determinados colectivos minoritarios para contar con su opinión cuando se trata de temas que les conciernen.
«Esta retroalimentación es importante antes de que llegue a los lectores. La mayoría de los autores que recurren a mi lista escriben para niños y jóvenes», explica Ireland en The Independent, donde también asegura que aunque la metedura de pata del escritor no esconda ninguna mala intención, esto no impedirá el consecuente revuelo mediático.
Por unos 250 dólares, los lectores sensibles escrutan los textos de libros aún sin publicar en busca de posibles descripciones o situaciones estereotipadas que puedan ser consideras racistas, sexistas u ofensivas en cualquier otro sentido. En los últimos meses, esta es una de las labores que desempeña Jennifer Baker. Lee los manuscritos que le pasan las editoriales para constatar que ninguna expresión pueda resultar ofensiva para lectores afroamericanos como ella.
Baker no cree que su labor pueda catalogarse como censora. «Simplemente se trata de ser más respetuoso y responsable a la hora de representar otras culturas», explicaba a QZ. Cuando el periodista de esta publicación le pregunta por las cosas «más atroces» que ha leído como sensitivity reader, Baker se lamenta irónicamente de haber firmado una claúsula de confidencialidad para después citar un par de ejemplos: «Uno de ellos era la historia de amor entre una esclava y su amo. El autor lo trataba como si fuera un romance contemporáneo interracial del tipo “mi padre te odia pero no te preocupes, es así”. ¡No! Se trata de esclavitud. No supo contextualizarlo ni de transmitir el drama que supuso esa lacra. Resultaba ridículo».
En otra ocasión, Baker se enfrentó a un texto en el que todos los personajes negros hablaban como Mummy de Lo que el viento se llevó. «Fue horrible. Fue mi primera experiencia en esta faceta y la peor».
Para ella, su labor es similar a la que realizan los correctores a la hora de pulir un texto desde el punto de vista gramatical. «Eliminamos material racista, islamófobo, homófobo, transfóbico, etc».
Aunque reconoce las connotaciones negativas que puede transmitir el término con el que se les conoce («cuando te sientes marginado te culpan de ser demasiado sensible») asegura que la figura del lector sensible no es tan novedosa como pueda parecer: «Lo que ocurre es que ahora se ha comenzado a estandarizar su presencia en el proceso de publicación de un libro».