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¿Quieres salvar la democracia? Lee ficción

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Desde que nacemos, se nos dice que leer es bueno y se nos invita a hacerlo en todos los ámbitos. Lee, es por tu bien. Lee, serás más sabio. Lee y salvarás la democracia.

Un momento, ¿salvar la democracia? Sí. Esta última afirmación es lo que se infiere de distintos estudios sobre cómo la lectura cambia nuestra perspectiva del mundo y marca cómo nos movemos en él. Y tiene mucho que ver con la capacidad de empatizar y de tener pensamiento crítico que este hábito desarrolla en las personas.

Beneficios de la lectura

Leer, y leer ficción en especial, tiene una serie de beneficios demostrados. Pero ¿son los mismos para todo tipo de lectura e independientemente del momento y la razón por la que se lea?

Cristof Bläsi, profesor de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia (Alemania) y uno de los principales expertos en el campo del análisis de la industria del libro y la investigación sobre la lectura, ha destacado en distintas ponencias —la última en Lecturalab 24 organizado por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez el pasado mes de noviembre— cuáles serían. Y lo ha hecho de una manera general, ya que es probable que esos beneficios sean diferentes en función de qué se lea, cuándo y en qué circunstancia.

Pero, en líneas generales, hoy está claro que leer aumenta nuestro vocabulario, mejora nuestra ortografía y eleva nuestra cultura general. Además, a través de la lectura transmitimos conocimiento y se fomenta la interacción social. Incluso hay estudios que apuntan a que puede mejorar nuestra salud y hacernos más longevos. Y como industria, los libros y la lectura impulsan la economía y el comercio.

Por qué es bueno leer ficción

Pero profundicemos un poco más. ¿Cuáles son los beneficios de leer una novela o cualquier otra obra de ficción?

A nivel cognitivo, leer literatura nos ayuda a desarrollar la imaginación y favorece la concentración. También es capaz de transformar el cerebro. Según el neurólogo Stanislas Dehaene, catedrático de Psicología Cognitiva Experimental del Collège de France, hay más materia gris y más neuronas en la cabeza de una persona que lee que en la de alguien que no lo hace. Cuando leemos, se activan numerosas conexiones en nuestro cerebro y nuestra mente es capaz de recrear lo imaginado casi como si fuera real.

De hecho, un estudio de 2009 de la Universidad de Washington dirigido por la psicóloga Nicole K. Speer mostró que se activan las mismas áreas cerebrales que se pondrían en marcha si eso que leemos estuviera ocurriendo realmente. Eso mismo explicó la escritora y periodista especializada en el funcionamiento del cerebro Rita Carter en una TEDx Talk en 2018.

Junto a todo esto, leer ficción nos ayuda a mejorar nuestras habilidades sociales. Así lo demostró en 2006 un equipo de investigadores de la Universidad de Toronto, cuando observaron que quienes leían novelas eran personas más empáticas que quienes leían libros técnicos o no leían. Y esa característica, la empatía, es una de las bases de la democracia.

Teoría de la Mente

Emanuele Castano es profesor del Departamento de Psicología y Ciencias Cognitivas de la Universidad de Trento (Italia) e investigador del Consejo Nacional de Investigación italiano, y según él, la narración forma parte de la experiencia humana. Somos animales sociales y animales narradores.

Cuando los seres humanos se reunían en torno al fuego, contarse historias suponía un aprendizaje ya que, a través de esas anécdotas y acontecidos, se enseñaba de manera implícita cómo comportarse ante determinadas circunstancias, cómo actuar y cómo no, qué sentimientos eran buenos frente a otros más negativos… Esas historias daban —dan— forma a nuestro pensamiento y nos enseñan a pensar, a la vez que nos explicaban el mundo. Eran, en realidad, una serie de procesos de cognición social, explicaba el investigador italiano, que son los que juegan un destacado papel la democracia.

Pero ¿dónde interviene la ficción en esos procesos cognitivos sociales? Pues, por ejemplo, en la generación de empatía. Y es lo que enlaza con la Teoría de la Mente, es decir, la capacidad que tenemos los seres humanos de inferir y representar lo que otras personas sienten.

Los investigadores Castano y David Comer Kidds publicaron un estudio en 2013 en el que demostraron que leer literatura de ficción, principalmente ficción literaria (es decir, eso que consideramos obras con cierta calidad literaria) frente a ficción popular (best sellers y novelas románticas), nos hace mejores y nos permite leer e interpretar mejor el estado mental de nuestro interlocutor, es decir, nos vuelve más empáticos, aunque los dos investigadores apostillaron que no es algo exclusivo de la literatura, sino que también aparece en otros campos artísticos como el cine (cine popular frente a cine de autor).

Pero ¿por qué la ficción literaria nos hace empatizar más que la ficción popular? Básicamente, explican Castano y Kidds, porque, mientras que la segunda se centra en la trama, utiliza personajes planos y estereotipados y los lectores pueden aplicar fácilmente esquemas preexistentes y conocimientos tipo para entenderlas (entre otras características), la ficción literaria se centra en la historia interior de los personajes, que son complejos e impredecibles, y los lectores no pueden aplicar fácilmente esos esquemas preexistentes, sino que tienen que hacer su propia interpretación y participar en los procesos de identificación con ellos. Es decir, nos exige un mayor esfuerzo mental.

Eso sí, asevera Emanuele Castano, tanto una como otra son necesarias para que la democracia funcione. Aquellas historias que se contaban alrededor del fuego, las que se cuentan en la Biblia o los mitos que se trasmiten de generación en generación, podrían englobarse en esa ficción popular ya que no tenían personajes elaborados ni tramas que no pudieran predecirse o fueran complejas; sin embargo, servían para crear el sentimiento de comunidad, que es algo afín a la democracia. Si solo existiera la ficción literaria, tendríamos una sociedad que nunca cambia, individualista, porque no permite crear un espacio para el cambio.

Volver a la lectura profunda

En una era en la que las pantallas mandan y la tecnología acapara nuestra atención, esta cada vez es más dispersa. Nuestro cerebro tiene una capacidad limitada para asimilar la información. Cuando esta es demasiada, como la que se nos ofrece a través de ese scroll infinito en internet, la mente deja de procesarla o lo hace a mucha más velocidad, lo que nos obliga a ser más selectivos y, en cierto modo, a dejar ir otra información que pueda ser más importante.

Jaka Gerčar, investigador de la Universidad de Liubliana (Eslovenia), sabe mucho de lectura profunda. De hecho, colaboró en la redacción del Manifiesto de Liubliana sobre la importancia de la lectura profunda de 2023, en el que se incide en la necesidad de reevaluar este tipo de lectura en la era digital. Gerčar explica que leer puede ser un proceso automático que hacemos sin ser conscientes de ello.

Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando nos enfrentamos a las señales de tráfico. En estos casos, nuestro cerebro decodifica esas señales con un esfuerzo mínimo. Y leer todo lo que nos llega a través de internet y de las pantallas se convierte, en muchas ocasiones, en algo automático que somos incapaces de procesar, simplificando en exceso ese proceso de lectura.

La lectura profunda es lo contrario a esa simplificación. Es la que exige que pongamos en marcha habilidades y mecanismos cerebrales para interpretar un texto, para distinguir sus matices y sesgos, para ponerla en contexto y aplicar nuestro propio bagaje personal para comprenderlo. Y eso está íntimamente relacionado con el pensamiento crítico.

«La lectura profunda es nuestra herramienta más eficaz para el pensamiento analítico y estratégico. Sin ella, estamos mal equipados para hacer frente a las simplificaciones populistas, las teorías de la conspiración y la desinformación y, en consecuencia, nos volvemos vulnerables a la manipulación», se dice en el Manifiesto de Liubliana. Porque quienes tienen pensamiento crítico son menos manipulables, y eso fortalece la democracia.

En un sentido parecido se manifiesta la profesora de la Universidad de California Maryanne Wolf en su libro Lector, vuelve a casa (Deusto, 2020), en el que reflexiona sobre cómo afecta la lectura en pantallas a nuestro cerebro.

«El ser humano tiene un mecanismo de defensa cuando recibe más información de la que puede absorber: evitarla o procesarla más deprisa —explicaba en una entrevista publicada en El Español—. Los medios digitales, al fomentar el scroll, están aprovechando que activamos ese mecanismo sin darnos cuenta, de manera que no activamos el mecanismo de la lectura profunda ni hacemos una inferencia real del conocimiento. Y así es imposible realizar un análisis crítico. Por eso nos quedamos en un espacio seguro, en el que no evaluamos la credibilidad de las fuentes, sino solo las que nos reafirman en nuestra burbuja».

La lectura profunda sería, pues, y en palabras de Wolf, «el ojo tranquilo» que no salta de story en story y nos ayuda a desarrollar la «paciencia cognitiva», esa que nos ayuda a ampliar nuestro bagaje cultural y los puntos de vista. Sin lectura profunda no se desarrollan procesos cognitivos más lentos como el pensamiento crítico, la reflexión personal, la imaginación y la empatía. Así pues, se ponen en juego los fundamentos de nuestra sociedad e implícitamente los pilares de la democracia a la que aspiramos.

«La relación entre lo que leemos y lo que sabemos se verá sustancialmente alterada por una precipitada y desmedida confianza en el conocimiento externo. Debemos ser capaces de usar nuestra propia base de conocimientos para captar nueva información e interpretarla con capacidad deductiva y juicio crítico. El esbozo de alternativa ya está claro: acabaremos convirtiéndonos en personas cada vez más influenciables, cada vez más fácilmente dirigidas por informaciones a veces dudosas, e incluso falsas, que confundiremos con conocimiento o, peor aún, por informaciones cuya naturaleza ni siquiera nos importe», explica Wolf en su libro.

Por eso, para la profesora de la UCL, es fundamental educar no solo a los niños y jóvenes, sino a toda la ciudadanía, «en la responsabilidad de cada ciudadano de procesar la información de manera vigilante, crítica y sabia a través de los distintos medios de información». Si no lo hacemos así, advierte, estamos condenados al fracaso social, «y fracasaremos como sociedad, como lo hicieron las sociedades del siglo XX, si no reconocemos y asumimos la capacidad de razonamiento reflexivo de aquellos que no están de acuerdo con nosotros».

Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista. Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu. A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá. Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

Ver comentarios

  • Muy buen artículo. Como antiguo profesor de Geografía e Historia, no puedo estar más de acuerdo con lo que plantea el texto. he advertido a mis estudiantes desde siempre que sólo la cultura los haría libres, conscientes, críticos y activos en la sociedad. Y la lectura es el pilar sobre el que se construye todo lo necesario para ese fin de ser parte de la ciudadanía plena de nuestras sociedades.

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