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Legalizar las drogas es inevitable (y saludable)

El erario público ingresa casi 7.000 millones de euros anuales por los impuestos derivados de la venta de tabaco y menos de 1.000 por los del alcohol. Para que al Estado le salgan las cuentas, gasta bastante menos de ese importe en campañas que induzcan a la gente a dejar de fumar y beber o se le terminaría el negocio. Pero persigue el tráfico, consumo y posesión de cualquier cosa que no tenga código de barras y que sirva para alterar los estados de conciencia, aunque el tabaco solo altere el olor corporal.

De igual modo que se estigmatiza el consumo de tabaco y alcohol, pero se permite su venta con elevados gravámenes, ese sería el camino para el resto de drogas: informar de sus efectos, aplicarles impuestos especiales, regular su producción industrial con estándares de calidad, prohibir su publicidad y dificultar el acceso de esas sustancias a menores.

La Ley Seca, que imperó en EEUU entre 1920 y 1933 propició que floreciera el crimen organizado, y lo único bueno que nos ha dejado es la herencia de personajes tan cinematográficos como Al Capone, y películas como Los intocables de Elliot Ness (Brian de Palma, 1987). Sin la prohibición no habría tenido lugar el San Valentín Sangriento, del que ahora se cumplen 89 años.

Somos adultos y no necesitamos que una legislación de doble rasero nos diga que fumar hachís es un delito y que hay que perseguir y encarcelar a todos aquellos involucrados en su elaboración, transporte y comercialización, mientras en cada bar de España (260.000, según la consultora Nielsen) venden alcohol y tabaco encarecidos con suculentos impuestos (excepto la cerveza y el vino, que gracias a la influencia de sus poderosos lobbys están exentos de los gravámenes especiales que tiene por ejemplo, el tequila). Si Cristóbal Montoro echara cuentas y se pusiera de acuerdo con el Ministerio de Sanidad, la legalización sería un éxito económico y social.

Nadie se ha muerto por fumar porros, aunque es verdad que a la larga nos podemos convertir en un Gran Lebowski y olvidarnos de follar. Pero eso no mata a nadie; como mucho provoca una crisis de pareja.

En su lecho de muerte, el gran Jorge Negrete, abstemio y adalid de la vida sana en 1953, visitado en el hospital por Los Panchos, que funcionaban con el motor secreto de la cocaína (Diego Manrique dixit) les espetó desde la cama:

—Ustedes, que se han bebido todo y que han tomado todo… ahí están, tan panchos.

Y así fue, murieron de viejos porque consumían mandanga de primera, como muchas otras estrellas de la música a las que se aplica el adjetivo incombustibles porque siguen dando conciertos a edades imposibles.

La inmensa mayoría de las muertes por sobredosis se deben a la pobre calidad de la materia prima, que de pronto un día tiene mayor pureza de la esperada y el organismo del usuario no lo soporta. En otras ocasiones los decesos son provocados por la alta toxicidad de las sustancias de corte, como la estricnina, muy extendida para cortar heroína. O como en el caso de la farlopa, que se corta con cafeína procedente de cápsulas de Durvitan en dosis brutales capaces de provocar un ictus. También se puede añadir Piracetam, bicarbonato, lidocaína… ¡incluso polvo de tiza! Los Panchos no tuvieron que pasar por eso.

Si una persona decide esnifar tres gramos de cocaína, comerse ocho rulas, tomar GHB y media docena de vodkas con limón, mientras le da al chup-chup con cristal, es su problema. Podemos comprar un litro de lejía en El Corte Inglés, llegar a casa, bebérnosla y palmarla. ¿Ha de prohibirse por ello la venta de lejía? ¿Y qué hacer con el pegamento? Especialmente con la cola de contacto…

La nuez moscada es un ejemplo más de este sinsentido. Se vende en todos los súper, en el lineal de las especias, y es una sustancia psicoactiva tan potente como otras que están ilegalizadas. Provoca alucinaciones, relajación semejante a la del cannabis y un subidón que puede durar 24 horas.

Legalizar también significa aplicar las normas del Comercio Justo en el lugar de origen de producción, y acabar, por ejemplo, con los señores de la guerra de Afganistán en el caso del opio y derivados. O con los conflictos sobre el cultivo de coca en Sudamérica. Dignificar y convertir lo clandestino e inseguro en un comercio próspero, regulado y vigilado es un objetivo loable.

El crimen organizado chino en España se nutre ahora de la marihuana, por lo que el mayor golpe que se podría asestar a estas mafias es legalizar la hierba. Así se está comenzando a hacer de manera lenta, pero inexorable, en otros países y territorios.

En películas como El Niño (Daniel Monzón, 2014) no hay una sola línea de diálogo que cuestione la persecución y el oneroso dispositivo que a tal efecto está desplegado en esas zonas de las costas andaluzas. ¿No hay nada más importante a lo que dedicar los presupuestos del Estado que a perseguir día y noche, con enorme riesgo, enorme coste y resultado incierto, lanchas con hachís para evitar que la peña se haga sus porritos? Pero ¿nos hemos vuelto locos?

Si los ingentes recursos económicos que se destinan a la persecución de quienes trafican con hachís o marihuana se emplearan en informar convenientemente de los riesgos de su uso incorrecto o abusivo, tendríamos más policías, guardias civiles y agentes de Inteligencia trabajando en temas verdaderamente importantes. O estarían jubilados.

En EEUU hay una epidemia letal que está afectando al corazón mismo del país. A quienes disfrutaron de recetas de opiáceos para paliar sus dolores, ahora se las niegan por los recortes sanitarios. Al estar ya enganchados, buscan consuelo en sustitutos sintéticos y sin control vendidos en callejones por maleantes. El resultado es desolador, porque lo que compran y consumen es fentanilo. Así pues, cuando era todo legal y controlado, no había tal epidemia ni tráfico; y al dejar de recibir las prescripciones médicas, los adictos se han echado en brazos del infierno y de la exclusión social. ¿Necesitamos una prueba más?

El éxtasis o MDMA es una sustancia que se ha empleado en psiquiatría sin restricciones hasta que fue prohibida en la pasada década de los 70. Además de ser ideal para disfrutar de la música o para hacer el amor, es una droga que no crea adicción. Pero las pastillas que hoy venden los dealers son una basura mezclada con un porcentaje ínfimo de su principio activo. Por todo ello la Fundación Emmasofia desde Noruega trata de legalizar el MDMA, y la psilocibina (el principio activo de los hongos mexicanos). Por el momento han logrado que la Corte Suprema de aquel avanzado país despenalice considerablemente el tráfico y consumo de LSD.

Alexander Shulgin, el científico ruso que reinventó el éxtasis en los años 80 y que participó en el desarrollo de numerosas sustancias que hoy están prohibidas, pero que él probó hasta la saciedad, afirmaba que «la legalización de las drogas debe ir acompañada de educación». No murió de sobredosis ni de un mal viaje: murió de viejo a los 88 años. Eso sí, de un cáncer de hígado.

Cualquiera que sepa mirar hallará daturas y otras solanáceas en el Jardín Botánico de Madrid. Y es muy fácil extraer sus principios activos, como el estramonio. Crece libremente en nuestros campos, y de vez en cuando aparece un idiota sin escrúpulos que lo cocina sin rigor, lo distribuye en una rave y acaba con la vida de gente que solo quería divertirse y que podría haber comprado el mejunje en un lugar seguro y no morir de una manera miserable.

La ketamina, un potente anestésico empleado en veterinaria, se consume esnifando un pequeño montón de polvo blanco sobre una llave. Sí, una llave como la de casa o del portal. Y el problema está en las dos palabras pequeño montón. ¿Cómo de pequeño? Pasarse con la dosis de keta puede provocar problemas muy graves, y quedarse corto, una gran decepción que a su vez provoque una sobredosis con la siguiente llave.

El siglo XXI demanda drogas bien confeccionadas, con un prospecto repleto de advertencias e indicaciones acerca de las dosis correctas, las contraindicaciones y todo lo que se espera de una droga recreativa. Y a un precio asequible, ya que la producción industrial abarataría los procesos.

Las cárceles se vaciarían de víctimas del menudeo y de mulas a quienes rompieron la vida por transportar unos gramos de un país a otro. ¿Recuerdan la escalofriante película de Alan Parker, El expreso de medianoche? Pues es tan actual como en 1978, cuando se rodó.

El blanqueo de capitales sufriría un duro golpe, porque los paraísos fiscales verían muy mermada su rentabilidad.

Los sangrientos carteles de la droga se dedicarían a cantar mariachis.

Y los camellos abrirían drugstores legales en el barrio y por fin cotizarían a la Seguridad Social, que falta hace o nos quedaremos sin pensiones. Y eso no hay droga que lo resuelva.

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