Tenemos que hablar: el poder transformador de la conversación

Párate a pensarlo un momento: ¿cuántas conversaciones has tenido hoy? O ayer, o antes de ayer… No hablamos de charlas de ascensor, sino de esas que te marcan, que te dejan pensando «Jo, qué historia más buena me acaban de contar, qué gozada ha sido hablar con esta persona…». ¿Una? ¿Ninguna? Leo Farache, creador de la plataforma Conversar Mejor y director de la Asociación de Agencias de Medios, hizo esa misma pregunta a su entorno. Y el resultado de aquella pequeña encuesta dejaba claro que la mayoría de personas que le respondieron, sobre todo aquellas ya con cierta edad, cada vez tenían menos. En lo que sí hubo unanimidad fue en considerar que cada vez conversamos peor, algo que muchos achacan al uso excesivo de móviles y otros dispositivos. «Hay una respuesta, que es la más común, que es porque la gente no escucha. Y eso es un diagnóstico de qué es lo que nos ocurre, aunque al mismo tiempo es una falta de autocrítica, porque son los otros, la gente, los que no escuchan, como si el problema estuviera fuera —aclara Farache—. Y quizá sea ese uno de los problemas. Quizá sea el momento de preguntarnos qué podemos hacer nosotros para que nuestras conversaciones sean mejores, y no culpar a otros». Con ese objetivo ha escrito La magia transformadora de la conversación. Activa el poder y el placer de una buena conversación (Almuzara, 2025), un libro que, más que un manual con consejos, pretende que la primera conversación sea con uno mismo, y, en cierto modo, un acercamiento a la filosofía, quizá la única disciplina capaz de lograr que opiniones contrarias acaben encontrándose en algún punto. «Mi interés por la conversación ha sido empírico. Es fruto de la experiencia, de acabar en la mesa de un restaurante con alguien con quien he intercambiado ideas, y salir de allí pletórico. Y a base de repetir esa experiencia en diferentes ámbitos, me di cuenta de que aquello molaba mucho. Por ahí empecé a prestarle atención a la conversación», recuerda. [caption id="attachment_325310" align="alignnone" width="681"] Foto: Goyo Conde[/caption] «Pero también a través de una pregunta que me formulé hace tres años: ¿cómo resumiría mi vida? Y yo creo que mi vida la resumiría en conversaciones; no en países, ni en amores, ni en comidas… yo los grandes momentos de mi vida los resumiría en conversaciones». Habría que empezar por definir qué se entiende por una buena conversación. Y esa respuesta la dio el filósofo francés Charles Pepin, que hablaba de la diferencia entre cruce y encuentro. Un cruce sería un intercambio de palabras pequeño, eso que los ingleses llaman the small talks, que podría ejemplificarse con esas charletas con vecinos al entrar o salir del portal. «Yo creo que la conversación es el producto de un encuentro, es el producto del interés que una persona muestra por otra; eso es fundamental. El interés de compartir algún pensamiento, algún sentimiento, que te lleva a aprender siempre algo, el mayor conocimiento de esa persona. Cualquier persona es, en cierta medida, una especie de libro. En ese sentido, es como tener un libro en una estantería: sí, me he cruzado con él, lo he abierto, lo he mirado, lo he ojeado, pero no lo he terminado, porque este libro, que es otra persona, es interminable. Y esa sería también la diferencia entre una charla y una conversación», opina Leo Farache. Pero esos encuentros no llegan solos, hay que darles un empujoncito. Preguntar cómo ha ido el día o cómo se encuentra tu interlocutor puede ser la rampa hacia esa conversación, aunque no puede quedarse solo ahí. Tampoco es algo que se deba forzar: si surge, bienvenido sea, abramos la mente y estemos dispuestos a aprender algo nuevo. De ahí vendría el buen negocio que esa charla consciente puede ofrecernos. Porque escuchar lo que el otro puede contarnos nos enriquece. Hoy, más que nunca, en una era donde la prisa, la polarización, la ley de la inmediatez parecen incompatibles con la pausa y la serenidad necesarias para sentarse a hablar y a escuchar lo que el otro tenga que decir, es aún más fundamental aprender a hacerlo. «Vivimos en la comodidad de escuchar lo que ya sabemos y nos incomoda mucho la opinión discrepante —opina Farache—. No queremos confrontar aquello sobre lo que estamos tan seguros, que ya ha dejado de ser una opinión para convertirse en una creencia». ¿Cómo solventarlo? Farache cree que habría que empezar por considerar que todas las opiniones son respetables, algo contrario a lo que afirmaba el filósofo José Antonio Marina, que distinguía entre el derecho a la libertad de expresión y de pensamiento y la respetabilidad del contenido de esas opiniones. Para el creador de la plataforma Conversar Mejor esa postura de Marina hace imposible el diálogo. [caption id="attachment_325311" align="alignnone" width="1000"] Foto: Alberto García Pérez - Creathus[/caption] «Mi tesis es que la única manera de poder encontrar el modo de revertir esas ideas que no aceptamos es a través del diálogo, y por eso creo que hay que dar respeto a esa persona con la esperanza, porque es la única, de que cambie de opinión. Por muy lejos que se esté, encontrar puntos en común creo que es posible, no digo con todas, pero con casi todas las personas». Sin embargo, advierte, «no se trata solo de convencer, sino de intercambiar posturas, y por el placer de conversar. Todo está basado en el interés por el prójimo, que es, creo, el motivo principal por el que conversamos». Al final, opina, una buena conversación solo tiene un objetivo: la búsqueda de la verdad. «El interés legítimo por conocer esa verdad es lo que, probablemente, nos llevará a un buen puerto. El problema es cuando en nuestra conversación nos aproximamos con nuestra realidad pretendiendo que sea LA realidad. Si los dos nos aproximamos con humildad, es probable que nos acerquemos más a ella, que es el objetivo último de una buena conversación». Para ello, aconseja, no debemos llevarnos esa opinión contraria a lo personal, y esa es la parte más complicada, sobre todo cuando debemos abordar conversaciones difíciles. «Si te lo tomas de modo personal, todas las conversaciones difíciles van a acabar mal», asegura. Por eso es necesario cambiar el relato del que partimos a la hora de entablarlas. «Dos amigos míos tienen una relación difícil, y se acusan mutuamente de tratarse mal, pero ninguno se reconoce en ese papel de maltratador. Claro, si una persona dice que está siendo maltratada —en el caso de que no hubiera ningún hecho objetivo como un insulto o una agresión—, puede que simplemente sea un hecho de percepción del cariño. Eso tiene que ver con una historia que te estás contando. A través de esa historia te dices “Me está tratando mal porque no me quiere, porque me hace de menos…”. Ahora bien, si dices “Esa persona no me trata bien, como a mí me gustaría que me tratara, es porque no tiene la misma sensibilidad que yo, y piensa que tratar bien a otra persona se basa en otro concepto diferente. Voy a hacer lo posible YO para cambiarlo”. Tu relato cambia». Abrir la mente, cambiar esa manera de entender el intercambio de ideas, sin buscar ningún beneficio más allá del enriquecimiento personal que ofrece una conversación es la clave para recuperar esa práctica. «Aparentemente, para muchas personas la conversación es de lo más inútil, porque no produce algo tangible, inmediato, productivo; pero dices, vale, es inútil, pero de ahí vas a sacar algo: un buen momento, un aprendizaje».