Tras leer Come, reza, ama o, al menos, tras ver la película, casi todo el mundo se congratulaba al saber que se trataba de una historia real y que, de hecho, la protagonista de la historia, la periodista Elizabeth Gilbert, que no Julia Roberts, acababa realmente encontrando al amor de su vida, que era un señor brasileño algo más mayor que Javier Bardem.
Sin embargo, quien haya seguido la historia de cerca sabrá que ese no era realmente el final feliz. Porque el amor de la vida de Elizabeth Gilbert finalmente resultaba ser su mejor amiga.
«Es mi mejor amiga, sí, pero siempre ha sido más grande que eso. Es mi modelo, mi compañera de viajes, mi fuente de luz más confiable, mi fortaleza, mi confidente. Resumiendo, ella es mi persona», compartía la escritora y periodista en sus redes sociales.
No es un caso aislado ni mucho menos raro. No se trata solo de salir del armario después de los 50 años, sino de entender que la orientación sexual puede incluso evolucionar y cambiar igual que lo hacen las personas.
Una persona puede cambiar de partido político, de pareja e incluso, los más radicales, hasta de equipo de fútbol; y sin embargo sigue chocando que también cambie la forma en que desea o ama a otras personas. «Cuando hablamos de orientación sexual, hablamos de orientación del deseo, de nuestros deseos, gustos, anhelos, etc., y eso no tiene por qué ser algo estable a lo largo de toda nuestra vida», indica la sexóloga Ana Pastor Barrón, del centro Mapa Psicólogos.
La experta aclara que la orientación sexual «no se trata de una clasificación binaria y opuesta, sino que los sexos están en relación y siempre uno se refiere y se explica en referencia al otro». Así, nadie es cien por cien una cosa, o exactamente 50% otra, sino que la atracción por el otro se clasifica en lo que se conoce como el continuo de los sexos. Algo así como cuánto te sientes atraído por el otro, del 1 al 10.
De esta forma, la sexóloga aporta que «el intento por definirnos exclusivamente dentro de uno u otro de estos dos matices es lo que nos lleva a la confusión, a la vivencia de ciertas situaciones como problemáticas o fuera de la supuesta normalidad, cuando es todo lo contrario. El deseo no es algo estático, sino que es algo vivo, que puede ir cambiando y ser variado».
El caso de Elizabeth Gilbert es más común de lo que parece en las consultas de sexología. Así, Lara Castro-Grañén, psicóloga y sexóloga en Placer ConSentido, expresa que «el motivo de consulta en estos casos suele ser acompañamiento en la toma de la propia decisión, reajustar esta decisión en su vida, gestionar las emociones derivadas de la decisión, trabajar posibles bloqueos que se estén dando, el cómo comunicarlo o incluso iniciar un proceso de crecimiento con la nueva pareja o de reestructuración familiar».
En ocasiones se trata de nuevos sentimientos que no habían aparecido hasta entonces o que de hecho se dirigen solo a una persona concreta, pero en otros casos se trata de una aceptación que llega de forma tardía.
A este respecto, la experta reflexiona que «en numerosas ocasiones la madurez trae consigo una mayor libertad sexual. Haber dejado atrás ciertas creencias heredadas, haber gestionado las emociones despertadas en distintas experiencias vividas, tener un mayor autoconocimiento personal y sexual, disponer de una mayor capacidad para expresarse y hacer uso de la asertividad, lo que favorece el estar viviendo la sexualidad que queremos vivir».
La sexualidad y las relaciones se viven de manera diferente en la madurez, y al cambiar las expectativas y necesidades, también puede cambiar el objeto de deseo. Es algo que, de hecho, también ocurre en la adolescencia, cuando se dan más relaciones entre chicas, que posteriormente se acaban definiendo como heterosexuales.
A este respecto, Ana Pastor opina que «puede tener que ver la finalidad o motivaciones con la que establecen uno y otro tipo de relaciones, y esas primeras relaciones románticas con otras chicas les proporcionen unos afectos que no encuentran en una relación con un chico. Esto también estaría relacionado con el sentirse más coherentes a la hora de expresar su sexualidad, sin tener que sucumbir a lo que se supone que deben hacer, a las pautas o cánones marcados por la sociedad, los roles de género…».
En el caso de la madurez, según Lara Castro, lo que se busca es «una relación equilibrada, de adulto a adulto. Con una buena gestión emocional, una comunicación eficiente y unos valores compartidos. Que las relaciones sexuales sean equitativas en cuanto al dar y al recibir». Y hay mujeres que encuentran eso con mayor facilidad en la relación con otra mujer que con un hombre, sobre todo en determinadas generaciones.
Así, reflexiona que encontrar una nueva forma de amar en la madurez no es tan extraño, puesto que «la madurez es un momento en el que se suele producir una liberación en distintos aspectos y los prejuicios son uno de ellos. Se tiende a relativizar más y a valorarse más de forma interna, no basándose en la opinión de los demás».
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