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Creatividad

Pop-up books, un recetario comestible y otros libros que nunca podrán ser digitales

«-Cuando yo tenía tu edad, a la televisión la llamábamos ‘libros’».
William Goldman. La Princesa Prometida.
Los automóviles suprimirán al coche de caballos. El cine acabará con el teatro. Los CD enterrarán a las casetes, que a su vez habían apartado a los vinilos, que habían extinguido los conciertos de música. En definitiva, El video mató a la estrella de la radio.
Desde que, hace ya un par de millones de años, el primer Homo habilis pulió un trozo de pedernal y lo usó como herramienta para cortar carne, la tecnología ha sido un elemento fundamental en el desarrollo de la sociedad. De hecho, la tecnología conforma y también transforma intrínsecamente la civilización. Porque los utensilios, los aparatos y los mecanismos tecnológicos son uno de los motores esenciales de la evolución humana y, como tales, también evolucionan. Cambian, se modifican, mejoran, avanzan y, a veces, cuando su propósito queda obsoleto o su eficacia ha sido superada, desaparecen.
Imaginemos que el mundo es un embudo, donde la civilización fluye en un continuo desde los bordes exteriores hasta el sumidero central. Es precisamente en esos bordes exteriores donde la investigación trabaja y fabrica nuevos artefactos tecnológicos. Al principio, la nueva tecnología siempre es algo ruda y burda, apenas prototipos; pero a medida que se va integrando en la sociedad y va resbalando por las paredes del embudo, se va depurando hasta formar parte inherente de la civilización. Piensa en los primeros automóviles o las primeras máquinas de coser.

Aquellos chalados en sus locos cacharros

Tiempo después, cuando la tecnología ha realizado todo su recorrido útil, acaba desapareciendo por el desagüe central, a menudo empujada por otra tecnología que la ha superado en rendimiento o eficacia. Los cuchillos de hierro sustituyeron a las piedras de sílex; la cimitarra de acero hizo lo propio con el gladio de hierro, las ballestas mejoraron a los arcos y, a su vez, fueron desahuciadas por los arcabuces; los trenes volvieron obsoletos a las diligencias y así hasta los coches, el cine, los CD y el vídeo.
Obviamente, la escritura no es una excepción a esta regla de la evolución tecnológica. El papiro acabó con las tallas en piedra o madera, la imprenta condenó a los escribas, la máquina de escribir hizo olvidar a las plumas de ganso y los procesadores de texto han relegado a las propias máquinas de escribir a ser poco más que objetos de coleccionismo.
Una «underwood», tan bonita como ineficaz

Y ahora han llegado los e-books dispuestos a llevarse por delante el icono fundamental de la escritura: el libro. Las ventajas de las ediciones electrónicas son evidentes: a la liberación de espacio que conlleva una capacidad de almacenaje infinitamente superior hay que unir el ahorro en costes de producción e incluso las virtudes ecológicas del formato electrónico frente a la deforestación producida por la fabricación de papel. Aun así, librófilos y libreros  afirman que el libro digital elimina toda la componente emocional y sensorial de la edición tradicional. En un e-book no podemos sentir el tacto del papel y sus diferentes gramajes, no podemos disfrutar del olor a tinta recién impresa y tampoco podemos manosear, doblar o subrayar el texto a nuestro antojo. En realidad, también se dice que no hay nada como extraer un disco de su funda y que la calidad de audio del vinilo nunca podrá ser alcanzada por su equivalente electrónico. De alguna manera, se pone en valor una tecnología pretendidamente obsoleta mediante su condición de objeto físico, de fetiche.
Y sin embargo, hay un tipo de libros que nunca podrán ser editados en formato digital. Y no por fetichismo, sino por sus particulares características físicas. Vamos a ver unos cuantos.

Pop-up books

Cuando era pequeño los llamábamos «librojuegos», «libros animados» o «libros vivos», pero en realidad, los pop-up books tienen más de un siglo de historia. Aunque hay proto-ejemplos anteriores, los primeros libros pop-up se editan en plena Inglaterra victoriana con la aparición de la ingeniería del papel. Durante todo el siglo XX, este tipo de publicaciones continúan llegando a las librerías de manera más o menos continua, incluso desde compañías tan potentes como la Walt Disney Company.

Pop-up book vitoriano, circa 1890

En la actualidad, parece haber un cierto resurgimiento del pop-up book, posiblemente como respuesta al libro electrónico. Al fin y al cabo, la fascinación que produce ver cómo el papel se levanta de las páginas es algo inimitable en formato digital.
Originalmente, este tipo de libros estaba destinado al público infantil, y así se siguen editando, tanto en historias originales como en versiones de clásicos atemporales, como El Principito editado por Harcourt Brace o la versión de Moby Dick de Sam Ita.
La gran ballena blanca salta de su océano de papel

No obstante, los nuevos pop-up books también apelan a un público más adulto, como en el caso de los formidables libros de Benjamin Lacombe. Lo más interesante de los artefactos de Lacombe es que son, en sus propias palabras, «cuentos silenciosos»; esto es, los libros no tienen ni una sola palabra. Toda la narración se confía a la magia de la creatividad, tanto en el dibujo como en el papel tridimensional.
La Bella Durmiente, en la versión silenciosa y tridimensional de Benjamin Lacombe

El pop-up book también ha aparecido en publicaciones directamente adultas, como los trabajos para el diseñador Neiman Marcus o los estupendos reportajes fotoperiodísticos de Colette Fu.
Libro pop-up de Neiman Marcus

«We are tiger dragon people», de Colette Fu

 

Fotolibros

Ya hemos hablado de fotolibros más de una vez, sin embargo, los ejemplos que vamos a enseñar en este artículo, al margen de su calidad plástica, tienen unas peculiaridades que los distinguen de otro tipo de publicaciones similares.

Virginia Ortega y Ana Zaragoza han creado caravanbook para así editar sus publicaciones. La particularidad de los fotolibros de carvanbooks es que no están destinados al público general, sino que se conciben como amenities para hoteles-boutique. Son pequeñas guías visuales y emocionales de la ciudad en la que se ofrecen; apenas regalos, diminutas joyas mudas que, evitando las referencias a los destinos turísticos habituales, nos hablan de la experiencia vivida, de la más interna y más profunda.

Fotografías: Pedro Torrijos

La arquitecta y fotógrafa Beatriz S. González también trabaja con la emoción. Con la emoción del gramaje, el papel, la tinta. Con lo efímero. En su libro Escribo pájaros, mezcla a Julio Cortázar con la volatilidad del dibujo hecho a mano. Es un fotolibro autoeditado en una serie limitada de tan solo cien ejemplares numerados, todos diferentes entre sí.

Porque González dibuja –escribe- pájaros sobre papel transparente en cada libro. A mano. Cada libro es distinto porque cada pájaro es distinto, porque cada trazo de tinta es distinto.


 

Libros comestibles

Acierta quien diga que los libros son para leerlos, pero quien diga que los libros solo son para leerlos se equivoca. Ya hemos visto que se puede jugar con ellos y se pueden conservar como pequeñas cápsulas emocionales. Lo que no sabíamos es que también se pueden comer.

La compañía automovilística Land Rover ha editado una guía de supervivencia en el desierto que, además de proporcionar claves para evitar los peligros del entorno en caso de encontrarnos perdidos en medio de las dunas y aprovechar al máximo los recursos de los que dispongamos, puede comerse. En caso de emergencia, cómase este libro. Exacto, la propia guía está fabricada en un tipo de papel comestible a base de patata e impresa con tinta orgánica, lo cual convierte al librito en una ingesta calórica comparable a la de una hamburguesa con queso. La creatividad al rescate de la extrema necesidad; y con tabla nutricional y todo.


Y puestos a hablar de extremos, aún más extremo es el recetario editado por la agencia de publicidad alemana KOREFE. Su nombre es Das erste und einzige Kochbuch, que podría traducirse como El primer recetario auténtico, pero también como El primer verdadero libro para cocinar. Porque el recetario de KOREFE está «impreso» en pasta alimenticia.

Las páginas son láminas de trigo y huevo como las de una lasaña, vamos. Lo curioso es que, entre sus recetas, no incluyen la que serviría para cocinar el propio libro. Pero con un poco de maña e improvisación, seguro que le damos un servicio completo al recetario.

 

Cuentos por correo

Comestibles, emocionales, para jugar; los libros son muchas cosas más que letras impresas en papel. Que historias para vivir, recordar y transmitir. Y eso no es poco, desde luego.

Los cuentos por correo de la ilustradora sevillana Raquel Díaz Reguera dan un paso más. Son cuentos que son puzles, cuentos que son juegos. Cuentos que juegan con el tiempo.  Porque los cuentos por correo no se compran, sino que se envían por correo en tarjetas. En ocho postales distintas, una por cada capítulo.


Así, el cuento no se lee del tirón, sino que se expande: pertenece a un tiempo dilatado. A un tiempo entre postal y postal. La experiencia de leer una narración así remite a las novelas por entregas que se publicaban antaño en periódicos y revistas especializadas. Remite a una época en la que esperábamos a que, en la tele, pusieran el episodio de nuestra serie favorita cada lunes. A una época en que la espera suponía una valor añadido. A una época donde aún no existía la inmediatez.
Por eso, los cuentos por correo de Díaz Reguera son un puzle. Un puzle del tiempo.

 
Nota: todas las imágenes se han extraido de las respectivas webs de los artistas o editoriales, salvo donde se ha mencionado expresamente.
 

Por Pedro Torrijos

Arquitecto y músico. Escribe en Yorokobu, Jot Down y El Economista, pero lo que le gusta de verdad es tirarse a bomba en las piscinas. También puedes leerle en Twitter y Facebook

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